martes, 7 de junio de 2011

No podemos negar lo que hemos visto en la luz


Juan 17, 1-11. Gracias a Jesús, sabemos que Dios es nuestro Padre, a quien podemos acudir en cualquier momento.
Autor: Gustavo Velázquez | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti.

Oración introductoria

Jesús, muchas gracias por acordarte de mí ahora en tu hora suprema de amor. Gracias por aceptar tu encarnación, sometiéndote a las ataduras del tiempo y el espacio, para que yo pudiera conocer al Padre y vivir contigo eternamente. Soy totalmente tuyo Jesús, y quiero seguir siéndolo toda mi vida.

Petición

Jesús, dado que Tú has venido para darnos la vida eterna, que consiste en dar a conocer al Padre, concédeme manifestarlo a cuantos conviven conmigo para cooperar con tu obra.

Meditación

En el pasaje evangélico hemos escuchado de nuevo los primeros versículos de la gran oración de Jesús recogida en el capítulo 17 del evangelio según san Juan. Las conmovedoras palabras del Señor muestran que el fin último de toda la "obra" del Hijo de Dios encarnado consiste en dar a los hombres la vida eterna (cf. Jn 17, 2). Jesús dice también en qué consiste la vida eterna: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). En esta frase resuena la voz orante de la comunidad eclesial, consciente de que la revelación del "nombre" de Dios, recibida del Señor, equivale al don de la vida eterna. Conocer a Jesús significa conocer al Padre, y conocer al Padre quiere decir entrar en comunión real con el Origen mismo de la vida, de la luz y del amor. (Benedicto XVI, Homilía del Sábado 4 de noviembre de 2006).

Reflexión apostólica

El conocimiento de Padre debe ser la delicia de todo creyente. Antes de Jesús, nadie había oído nada sobre su existencia amorosa. Pero gracias a Jesús, su Hijo Amado, sabemos que Dios es nuestro Padre, a quien podemos acudir en cualquier momento. Un Padre que se preocupa por nosotros, que nos sostiene, que nos alimenta, que nos llena de vida, que nos cuida, que nos protege, que nos ama.
Semejante conocimiento del Padre es un oasis para el cristiano que camina por el mundo, porque sabe que no está solo. Es un manantial que salta hasta la vida eterna, porque ¿qué puede revitalizarnos más, y encauzar una y otra vez nuestros pasos hacia la santidad, que saber que existe un Dios Padre que es misericordioso y afectuosísimo? Si Dios sólo fuera justicia, su conocimiento sería muerte para el hombre, pero como también es amor, su conocimiento es vida eterna.

Propósito

Hablaré hoy con mis familiares sobre algún detalle del amor providente del Padre, narrándoles algo me haya pasado.

Diálogo con Cristo

Jesús, gracias por traerme la vida eterna a mi casa dándome a conocer a tu Padre. Muchas cosas puedo aprender en mi vida, pero créeme que no existe una más reconfortante que ésta: saber que tengo en lo alto un Padre amoroso que se desvive por mí y que me creó al amarme. Gracias por gritarle al mundo semejante verdad, no cabe duda que sin ti nunca hubiéramos llegado a alcanzar tan gran consuelo y alegría.


La suprema misericordia no nos abandona ni aun cuando la abandonamos. (San Gregorio Magno, Hom. 36 sobre los Evang.)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario