lunes, 9 de enero de 2012

El bautismo de Nuestro Señor Jesucristo


Marcos 1, 1-7. Fiesta del Bautismo del Señor. ¡Juan, recuerda tu misión, bautízame, para que yo sea conocido entre los hombres!.
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net
Marcos 1, 7-11


En aquel tiempo Juan predicaba diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.»


Reflexión


El calendario en la Iglesia da saltos que nos sorprenderían, si no nos damos cuenta que no estamos siguiendo un camino biográfico en la vida de Cristo, sino momentos claves para entender, vivir y celebrar su mensaje. Por eso no nos sorprende que ocho o quince días estuviéramos celebrando el nacimiento de Cristo y ahora estemos celebrando su propio bautismo.

Cristo entró en el mundo desnudo, en el silencio de la noche, en la oscuridad, en la pobreza, en la desolación, y treinta años después, desnudo, despojado de todo, abandonándose a la voluntad de Dios, y en profunda oración comienza su vida pública, su entrega, la donación de su propia vida.

Hay que señalar muy bien esa desnudez de Cristo que los pintores y los escultores han tenido cuidado de señalar. Desnudo nació Jesús, desnudo se bautizó el Señor, y desnudo en la cruz entregó lo último que le quedaba de vida para mostrar el gran amor que nos tiene.

Fue un momento singular el del bautismo de Cristo. Las primeras generaciones se preguntaban y no sabían dar la respuesta al porqué del bautismo de Jesús, dado que si no tenía pecado, no tenía porqué someterse a un bautismo aunque fuera de penitencia, que no podía salvar, pero que propiciaba el arrepentimiento, la confesión de los pecados y la reconciliación con Dios.

Muchos autores intentaron dar una respuesta. A nosotros nos basta decir que Cristo se sometió al bautismo de Jesús Bautista no por él mismo, sino por nosotros, él como cabeza de la humanidad, y casi casi para dar oportunidad a lo que ocurrió después de su propio bautismo.

Me sorprende mucho el encuentro con el Bautista. Éste tenía como misión dar a conocer a Cristo ya presente entre los hombres. Juan supo mover bien el ambiente.

Su figura era imponente, sobria, rígida, casi repugnante, y su palabra agria, penetrante, cáustica, dolorosa, pero era la palabra que los hombres necesitaban, no la palabra aduladora, dulzona, apapachadora, pues las cosas andaban muy chuecas como para dorarle todavía la píldora a sus oyentes.

Así preparó el camino a la llegada de Cristo, y cuando Cristo apareció formado en la fila de los pecadores, Juan se desconcertó, pues reconoció su pequeñez ante el enviado, ante el Señor, ante el Mesías. Hubo necesidad de que Cristo lo animara, casi como que le tocara el hombro y le dijera muy familiarmente: “¡ Juanito, recuerda tu misión, bautízame, para que yo sea conocido entre los hombres!”.

Así quedo desnudo Cristo ante el Bautista y ante todas las gentes, así se preparaba para servirlos a todos, para ser el servidor de todos, sin mas fuerza y sin mas sostén y sin mas armas que las que pronto le proporcionaría el Espíritu Santo que de hecho él ya tenía por ser Hijo de Dios.

¡Qué distinta manera tendríamos nosotros de iniciar alguna misión en el mundo! Nosotros pediríamos inmediatamente una computadora, una página Web y anuncios, propaganda mucha propaganda, un buen equipo de colaboradores, y dinero, mucho dinero para triunfar en la misión confiada.

Cristo no, él se desnuda, se despoja de todo, y en actitud de oración, de profunda oración en la rivera del Jordán, aquél río que los israelitas tuvieron que cruzar para llegar a la tierra prometida después de cuarenta largos años de camino y de penitencia, él puede anunciar al pueblo como ya presente, lo que Isaías contemplaba a distancia:

“Consuelen, consuelen a mi pueblo... hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades”.
Así, desnudo y en profunda oración, ocurre lo verdaderamente importante después del bautismo: Los cielos se abrieron, el Espíritu Santo se manifestó en forma sensible posándose sobre Jesús como el vuelo suave de una paloma, y de en medio de la nube, aquella voz misteriosa y encantadora:

“Tú eres mi Hijo, el predilecto, en ti me complazco”.

¿Lo entendemos? Cristo ¡Ya era el Hijo de Dios! ¡Ya tenía el Espíritu Santo desde el instante de su concepción en el seno de su madre!

Pero los hombres no lo sabíamos y era necesaria entonces la intervención del Padre, para presentar a su Hijo entre los hombres, dotándolo de todos los poderes, o mejor, del único poder necesario para la salvación de los hombres: LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO.

Y desde entonces el desbordamiento de Cristo sobre la humanidad fue total. A los doce años, cuando pequeño se quedó en el templo de Jerusalén y su madre le reclamó que no le hubiera avisado, él respondió:

“¿Qué no sabías que debo de ocuparme en las cosas de mi Padre?”.

Sin embargo, su instrucción no estaba completa, le faltaba madurar como hombre, cerca de aquellos padres fabulosos que el Padre puso cerca de él. Todos le miraban en Nazaret, y todos le veían crecer, aunque no pudieran contestase por qué no se casaba, porqué no elegía mujer como todos los jóvenes de su tiempo.

Pero al mismo tiempo comprendían en sus corazones sencillos que aquel chiquillo que nació en forma por demás extraña, estaba llamado a grandes cosas.

Ahora estaba completo, su formación había concluido y no le quedaba sino lanzarse a llamar a todos los hombres a ser ciudadanos del Reino.

Y a eso estamos llamados todos los que hemos sido invitados al Bautismo en la Iglesia. A entregar toda nuestra capacidad para la salvación de todos los hombres. Los bautizados estamos llamados a dejarnos guiar por el Espíritu Santo de Dios y no por las solas fuerzas naturales, para conseguir la paz que a lo humano vemos cada día más lejana.

El Espíritu Santo tiene muchas cosas que decirnos en familia, él tiene grandes mensajes para la familia, y desde la familia quiere hacer que el mensaje de Cristo, su Reino de Verdad, de Justicia, de Amor y de Libertad sean una profunda realidad entre nosotros. ¡Qué pena da cuando preguntamos a los papás porqué quieren que su hijo sea bautizado y nos responden “para que le tumben los cuernos”, haciendo alusión al pecado original y a cierta intervención del demonio!

Cierto que el bautismo es un rito de purificación, que efectivamente quita toda mancha de pecado, pero el bautismo del cristiano va mucho más allá, hasta dotarlo de la fuerza del Espíritu Santo y hacer de él un hombre que proceda en la verdad, que camine en justicia, que se solidarice con los hombres en el amor, capacitándolos para usar adecuadamente de la libertad que Dios nos ha consagrado y gracias a la cual podremos aceptar el amor, el grande amor de nuestro buen Padre Dios.

Por cierto, ¿Cuándo es el aniversario de tu propio bautismo?

Comienza la vida pública del Redentor


El bautismo, al hacernos partícipes de la Muerte y Resurrección del Salvador, nos llena de una vida nueva.
Autor: Papa Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
Queridos hermanos y hermanas:

La fiesta litúrgica del Bautismo de Jesús, nos recuerda el acontecimiento que inauguró la vida pública del Redentor, y comenzó así a manifestarse el misterio ante el pueblo.

El relato evangélico pone de relieve la conexión que hay, desde el comienzo, entre la predicación de Juan Bautista y la de Jesús. Al recibir aquel bautismo de penitencia, Jesús manifiesta la voluntad de establecer una continuidad entre su misión y el anuncio que el Precursor había hecho de la proximidad de la venida mesiánica. Considera a Juan Bautista como el último de la estirpe de los Profetas y "más que un profeta" (Mt 11, 9), ya que fue encargado de abrir el camino al Mesías.

En este acto del Bautismo aparece la humildad de Jesús: Él, el Hijo de Dios, aunque es consciente de que su misión transformará profundamente la historia del mundo, no comienza su ministerio con propósitos de ruptura con el pasado, sino que se sitúa en el cauce de la tradición judaica, representada por el Precursor. Esta humildad queda subrayada especialmente en el Evangelio de San Mateo, que refiere las palabras de Juan Bautista: "Soy yo quien debe ser por Tí bautizado, ¿y vienes Tú a mí?" (3, 14). Jesús responde, dejando entender que en ese gesto se refleja su misión de establecer un régimen de justicia, o sea, de santidad divina, en el mundo: "Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia" (3, 15).

La intención de realizar a través de su humanidad una obra de santificación, anima el gesto del bautismo y hace comprender su significado profundo. El bautismo que administraba Juan Bautista era un bautismo de penitencia con miras a la remisión de los pecados. Era conveniente para los que, reconociendo sus culpas, querían convertirse y retornar a Dios. Jesús, absolutamente santo e inocente, se halla en una situación diversa. No puede hacerse bautizar para la remisión de sus pecados. Cuando Jesús recibe un bautismo de penitencia y de conversión, es para la remisión de los pecados de la humanidad. Ya en el Bautismo comienza a realizarse todo lo que se había anunciado sobre el siervo doliente en el oráculo del libro de Isaías: allí el siervo es representado como un justo que llevaba el peso de los pecados de la humanidad y se ofrecía en sacrificio para obtener a los pecadores el perdón divino (53, 4-12).

El Bautismo de Jesús es, pues, un gesto simbólico que significa el compromiso en el sacrificio para la purificación de la humanidad. El hecho de que en ese momento se haya abierto el Cielo, nos hace comprender que comienza a realizarse la reconciliación entre Dios y los hombres. El pecado había hecho que el cielo se cerrase; Jesús restablece la comunicación entre el Cielo y la tierra. El Espíritu Santo desciende sobre Jesús para guiar toda su misión, que consistirá en instaurar la alianza entre Dios y los hombres.

Como nos relatan los Evangelios, el Bautismo pone de relieve la filiación divina de Jesús: el Padre lo proclama su Hijo predilecto, en el que se ha complacido. Es clara la invitación a creer en el misterio de la Encarnación y, sobre todo, en el misterio de la Encarnación redentora, porque está orientada hacia el sacrificio que logrará la remisión de los pecados y ofrecerá la reconciliación al mundo. Efectivamente, no podemos olvidar que Jesús presentará más tarde este sacrificio como un bautismo, cuando pregunte a dos de sus discípulos: "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado?" (Mc 10, 38). Su Bautismo en el Jordán es sólo una figura; en la Cruz recibirá el Bautismo que va a purificar al mundo.

Mediante este Bautismo, que primero tuvo expresión en las aguas del Jordán y que luego fue realizado en el Calvario, el Salvador puso el fundamento del bautismo cristiano. El bautismo que se practica en la Iglesia se deriva del sacrificio de Cristo.

Es el Sacramento con el cual, a quien se hace cristiano y entra en la Iglesia, se le aplica el fruto de este sacrificio: la comunicación de la vida divina con la liberación del estado de pecado.

El rito del bautismo, rito de purificación con el agua, evoca en nosotros el Bautismo de Jesús en el Jordán. En cierto modo reproduce ese primer bautismo, el del Hijo de Dios, para conferir la dignidad de la filiación divina a los nuevos bautizados. Sin embargo, no se debe olvidar que el rito bautismal produce actualmente su efecto en virtud del sacrificio ofrecido en la Cruz. A los que reciben el bautismo se les aplica la reconciliación obtenida en el Calvario.

He aquí, pues, la gran verdad: el bautismo, al hacernos partícipes de la Muerte y Resurrección del Salvador, nos llena de una vida nueva. En consecuencia, debemos evitar el pecado o, según la expresión del Apóstol Pablo, "estar muertos al pecado", y "vivir para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6, 11).

En toda nuestra existencia cristiana el bautismo es fuente de una vida superior, que se otorga a los que, en calidad de hijos del Padre en Cristo, deben llevar en sí mismos la semejanza divina.