sábado, 21 de mayo de 2011

Dignos hijos de tal Madre


Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Ojalá, que los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.
Autor: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net


Allá por el principio de todos los tiempos, un ángel particularmente avispado y vivaracho merodeaba curioso muy cerca de donde la Santísima Trinidad estaba reunida en consejo. Se detuvo aguzando sus “sentidos” y quedó enganchado por la curiosidad ante lo que allí se estaba planeando.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con encendida ilusión y haciendo pleno uso de su infinita sabiduría, omnipotencia y amor, se daban a la tarea de idear el proyecto creatural más sublime y excelso que iba a salir de sus manos divinas.

Tendrá una mirada limpia e intuitiva como la de los ángeles, pues su alma será tan pura como ellos; y sus ojos serán verdaderas ventanas al cielo, porque cielo será toda su alma.

Su sonrisa lucirá irresistiblemente contagiosa, como trasparencia de una felicidad interior plena y auténtica.

Su voz ha de ser clara y agradable, casi mágica, pues a través de ella inducirá a un sueño tranquilo a los niños, infundirá consuelo, paz y confianza en los corazones atribulados y orientará hacia el bien muchos pasos vacilantes.

Sus dos hermosas manos serán capaces de multiplicarse en mil por lo hacendosas y solícitas ante sus quehaceres y las necesidades de los demás.

El ángel, mientras escuchaba, daba rienda suelta a su vivaz imaginación embelesado ante la imagen de esa creatura; y su arrebato crecía a medida que iban añadiéndose detalles.

Su cuerpo, además de una perfección y belleza sin par, tendrá que ser de una resistencia extrema para soportar constantes desvelos, para mantenerse en actividad de sol a sol, para comer muchas veces a deshoras y otras tantas ni siquiera comer o comer sólo a base de sobras...

Su corazón rebosará de un amor inmenso, el amor más semejante y cercano al nuestro que jamás haya existido ni existirá; y su capacidad de sacrificio igualará a su capacidad de amar.


Cuando el ángel oyó la palabra “sacrificio”, no pudo evitar encogerse de alas y arquear las cejas en señal de incomprensión y admiración.


La bondad será el sello distintivo de todos sus gestos, palabras, actitudes y pensamientos. Su paciencia no habrá de tener límites ya que vendrá puesta a prueba muchas veces, día y noche. Su generosidad tampoco tendrá medida, puesto que quienes se beneficiarán de ella serán innumerables.

De pronto, Dios Padre, que desde el primer momento se había percatado del atrevimiento del ángel, se volvió a él para interpelarlo. Pero éste, con su agilidad y espontaneidad características, se le adelantó con una pregunta:

-¿De quién se trata, Señor? ¡Dímero, por favor!
Dios Padre, desarmado ante la expresión de inocencia e interés de aquella creatura angélica, respondió sin poder disimular su entusiasmo:

-Se llamará María y será Madre de mi Hijo cuando se haga hombre; y será, por tanto, Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Por eso, en su honor, cada mujer y madre que exista en la tierra será creada a su imagen y semejanza.

Quiero, además, que mi Hijo pase con ella la inmensa mayoría del tiempo que dure su vida terrena -30 de sus 33 años- por dos motivos: primero, para que en su progresivo aprender humano sea precisamente de ella de quien aprenda todas las virtudes; y segundo, para que Ella reciba de Él, durante el mayor tiempo posible, el cariño del mejor de los hijos. Ojalá, que de este modo, los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.

Dicho esto, Dios Padre miró fijamente al ángel y tras un gesto entre admirativo e interrogativo, esbozó una sonrisa y le dijo:

-Vaya, al ver tu reacción, acabo de percatarme de que en los ángeles también puede darse la “envidia”... pero es de la buena. Haz que ese sentimiento te lleve a ti y a tus demás compañeros ángeles custodios, a ayudar a todos los hombres a ser dignos hijos de tal Madre.

Señor, muéstranos al Padre


Juan 14, 7-14. Pascua. Encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en él a Dios mismo, al Padre celestial
Autor: Felipe de Jesús Rodríguez | Fuente: Catholic.net
Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 7-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». Le dijo Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús le replicó: «Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: “muéstranos al Padre” ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que yo hago y las hará aun mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre».

Oración introductoria

Señor, quiero ponerme en tu presencia, quiero darte este espacio de mi vida. Yo sé que es poco lo que te doy, pero quiero dedicártelo con toda la intensidad y amor de mi corazón. En tus manos pongo mi vida y la de todos aquellos que más quiero, especialmente los que estén pasando por algún momento particular. Así sea.

Petición

Señor, que pueda ver tu rostro, a través de la oración.

Meditación

«Felipe, casi ingenuamente, le pide: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le responde con un tono de benévolo reproche: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ´Muéstranos al Padre´? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (...) Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Son unas de las palabras más sublimes del evangelio según san Juan. Contienen una auténtica revelación.
(...) Mientras que el Prólogo del evangelio de san Juan habla de una intervención explicativa de Jesús a través de las palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe, Jesús hace referencia a su propia persona como tal, dando a entender que no sólo se le puede comprender a través de lo que dice, sino sobre todo a través de lo que él es. Para explicarlo desde la perspectiva de la paradoja de la Encarnación, podemos decir que Dios asumió un rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente de ahora en adelante, si queremos conocer realmente el rostro de Dios, nos basta contemplar el rostro de Jesús. En su rostro vemos realmente quién es Dios y cómo es Dios.
El evangelista no nos dice si Felipe comprendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto es que le entregó totalmente su vida. Según algunas narraciones posteriores, habría evangelizado primero Grecia y después Frigia, donde habría afrontado la muerte, en Hierópolis, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y según otros, lapidación.
Queremos concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe orientarse nuestra vida: encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en él a Dios mismo, al Padre celestial. Si no actuamos así, nos encontraremos sólo a nosotros mismos, como en un espejo, y cada vez estaremos más solos. En cambio, Felipe nos enseña a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con él y a invitar también a otros a compartir esta compañía indispensable; y, viendo, encontrando a Dios, a encontrar la verdadera vida». Benedicto XVI, 6 de septiembre de 2006

Reflexión apostólica

En la meditación anterior, el Papa termina enunciando tres elementos fundamentales de la vida del apóstol Felipe que nos deben llevar a la acción: 1) dejarnos conquistar por Jesús, 2) estar con él y 3) invitar a otros a compartir esta compañía indispensable. La reflexión podría versar sobre esto: ¿Qué tanto me he dejado conquistar por Cristo? ¿Le estoy dando a Cristo algún espacio en mi vida? ¿Busco momentos para encontrarme con Cristo o sólo acudo a él en los momentos de dificultad?
El invitar a otros a compartir la experiencia de Cristo es el verdadero apostolado, es el compromiso que brota espontáneamente del cristiano que conoce, ama e imita a Cristo.

Propósito

Dedicar algún momento de mi día para leer algún pasaje del Nuevo Testamento buscando conocer más a Cristo.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, gracias por permitirme encontrarme contigo. Gracias por enseñarme que mi vida sólo tiene sentido contigo. Tú nos dijiste que harías cualquier cosa que pidiéramos en tu nombre, y yo quiero pedirte tan sólo que aumentes mi fe para que, creyendo más en ti, pueda confiar más en ti y, así, pueda amarte más. Amén.


«Él no es sólo un Maestro, sino un Amigo; más aún, un Hermano. ¿Cómo podríamos conocerlo a fondo si permanecemos alejados de él? La intimidad, la familiaridad, la cercanía nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo». 
(Bendedicto XVI, 6 de septiembre de 2006)

viernes, 20 de mayo de 2011

¿De dónde surgió la serenidad del Papa ante la muerte?


Con Cristo, el sufrimiento es camino de purificación, liberación interior y enriquecimiento del alma.
Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net


Él mismo respondió a esta pregunta en su Carta Apostólica «Salvifici doloris», publicada el 11 de febrero de 1984, asegurando que la resurrección de Cristo arroja una luz totalmente nueva ante el miedo al desenlace de la vida terrena:



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"La muerte, muchas veces es esperada incluso como una liberación de los sufrimientos de esta vida. Al mismo tiempo, no es posible dejar de reconocer que ella constituye casi una síntesis definitiva de la acción destructora tanto en el organismo corpóreo como en la psique.

Pero ante todo la muerte comporta la disociación de toda la personalidad psicofísica del hombre. El alma sobrevive y subsiste separada del cuerpo, mientras el cuerpo es sometido a una gradual descomposición, según las palabras del Señor Dios pronunciadas después del pecado cometido por el hombre al comienzo de su historia terrena: Polvo eres, y al polvo volverás [Génesis 3, 19].

Aunque la muerte no es, pues, un sufrimiento en el sentido temporal de la palabra, aunque en un cierto modo se encuentra más allá de todos los sufrimientos, el mal que el ser humano experimenta contemporáneamente con ella tiene un carácter definitivo y totalizante.

Con su obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte, abriendo con su resurrección el camino a la futura resurrección de los cuerpos.

Una y otra son condiciones esenciales de la "vida eterna", es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado.

Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas.

Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación. Es la luz del Evangelio, es decir, de la Buena Nueva.

En el centro de esta luz se encuentra la verdad propuesta por Cristo en el Evangelio de Juan 3, 16: Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito.

Esta verdad cambia radicalmente el cuadro de la historia del hombre y su situación terrena.


Pido para vosotros la gracia de la luz y de la fuerza Espiritual en el sufrimiento, para que no perdáis el valor, sino que descubráis individualmente el sentido del sufrimiento y podáis, con la oración y el sacrificio, aliviar a los demás.

Dios se revela siempre con su amor. Con Cristo, el sufrimiento puede llegar a ser camino de purificación, de liberación interior y de enriquecimiento del alma, pues es una invitación a superar la vanidad y el egoísmo y a confiar solamente en Dios y en su voluntad salvadora".

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida


Juan 14, 1-6. Pascua. Sólo podemos ser testigos si a Cristo lo conocemos de primera mano, en nuestra propia vida, por nuestro encuentro personal con Él.
Autor: Lorenzo Iván Gómez | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-6

«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Oración introductoria

Jesús, sé que estás aquí, en medio de mi casa, de mi trabajo y de mis ocupaciones. Ayúdame a incrementar mi fe en tu presencia. Quiero hacer esta oración a tu lado, dejando fuera de mi corazón el ruido del mundo y de mi interior. Te pido por mis familiares, amigos y conocidos para que también ellos se acerquen a tu amor. Gracias por dedicarme estos momentos para hablar conmigo.

Petición

Jesucristo, ayúdame a conocerte cada día más y más.

Meditación

“Pasemos ahora a la segunda pregunta. ¿Cómo podemos nosotros ser testigos de "todo esto"? Sólo podemos ser testigos conociendo a Cristo y, conociendo a Cristo, conociendo también a Dios. Pero conocer a Cristo implica ciertamente una dimensión intelectual -aprender cuanto conocemos de Cristo- pero siempre es mucho más que un proceso intelectual: es un proceso existencial, es un proceso de la apertura de mi yo, de mi transformación por la presencia y la fuerza de Cristo, y así también es un proceso de apertura a todos los demás que deben ser cuerpo de Cristo. De este modo, es evidente que conocer a Cristo, como proceso intelectual y sobre todo existencial, es un proceso que nos hace testigos. En otras palabras, sólo podemos ser testigos si a Cristo lo conocemos de primera mano y no solamente por otros, en nuestra propia vida, por nuestro encuentro personal con Cristo. Encontrándonos con él realmente en nuestra vida de fe nos convertimos en testigos y así podemos contribuir a la novedad del mundo, a la vida eterna. (Benedicto XVI, audiencia general del 20 de enero de 2010).

Reflexión apostólica

Decía San Agustín en el libro de las Confesiones: «Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti». ¡Cuánta razón tiene! Todo hombre anhela una felicidad que no se acabe con la muerte y la tumba. Como cristianos sabemos que esa felicidad es el cielo, el estar con Cristo glorioso para siempre. Lo que sucede es que no todos los hombres descubren la Verdad con mayúsculas. Muchos de ellos, -quizá también nosotros- se quedan atrapados en los cielos ficticios y los caminos tortuosos de este mundo. Aquí está nuestra labor como seguidores de Cristo: hacer que todos los hombres lleguen a experimentar ya en esta tierra el auténtico cielo: Jesucristo, camino, verdad y vida.

Propósito

Visitar a Cristo pidiéndole que sea Él el centro de mi vida familiar y profesional.

Diálogo con Cristo

Jesús, con frecuencia me siento extraviado y perdido en este mundo. Te pido que seas Tú la brújula y el destino final de mi vida. Ayúdame a experimentar la paz que me has prometido para que a pesar de las dificultades de este mundo pueda decir como San Pablo: «Yo sé en quién tengo puesta mi fe (2 Tim 1, 12)».

«Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo».
(S.S. Benedicto XVI)

jueves, 19 de mayo de 2011

Los católicos y las reliquias


Con el pasar de los siglos y con la llegada del cristianismo a nuevos pueblos de Europa, la difusión de las reliquias se hizo casi general
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
La costumbre cristiana de venerar reliquias tiene a sus espaldas siglos de historia. Con estos objetos muchos bautizados recuerdan a hombres y mujeres de todos los tiempos que han testimoniado, de modo especial, su amor a Cristo y su fidelidad a la fe. En ocasiones, sin embargo, se han producido desviaciones, engaños o excesos que falsean el sentido correcto que tienen las reliquias según la Iglesia. Por eso podemos preguntarnos: ¿cuál es la doctrina católica sobre el tema de las reliquias?

Para responder a esta pregunta, vamos a evocar algunos momentos de la historia del uso de las reliquias entre los cristianos, así como documentos importantes de la Iglesia católica que hablan sobre estos objetos de devoción.

Ya en los primeros siglos de la era cristiana fueron redactados testimonios que muestran el respeto hacia restos mortales u objetos de diverso tipo, especialmente de mártires. Cuando el obispo de Esmirna, san Policarpo, sufrió el martirio (siglo II), algunos cristianos recogieron sus huesos y, según un documento de la época, los consideraron más valiosos que el oro o que las piedras preciosas (cf. Martirio de Policarpo, 18).

En otros lugares, y mientras duraban las persecuciones, los cristianos veneraban las tumbas de los mártires, celebraban su memoria, y trataban con respeto sus restos mortales, como auténticas “reliquias” (vestigios, recuerdos) del heroísmo de quienes dieron la propia vida por mantener su fe en Jesucristo salvador.

Cuando terminaron las persecuciones, no sólo se difundió el respeto a las reliquias de los santos, sino que se promovió también la búsqueda de objetos relacionados con Jesucristo y con personajes que convivieron con el Salvador, especialmente la Virgen María y los Apóstoles. A mediados del siglo IV, un escritor afirmaba que en muchos lugares del mundo de entonces (es decir, de los territorios del Imperio romano) había reliquias de la Cruz de Cristo, que habría sido encontrada, según se creía, hacia el año 318.

La veneración de las reliquias en tantos lugares mostraba la existencia de una fe profunda en los bautizados, pero no estuvo exenta de excesos o abusos. Pronto se difundieron ideas equivocadas sobre el carácter milagroso de ciertas reliquias. Algunas personas llegaron a cometer robos, por lo que tuvo que intervenir el mismo emperador Teodosio (hacia finales del siglo IV) para poner orden en este tema. También se hizo necesario prohibir el despedazamiento de los restos mortales de mártires, pues algunos recurrían a este método para obtener más reliquias.

A nivel doctrinal, hubo entre Santos Padres quienes denunciaron la existencia de abusos, y defendieron la necesidad de un uso correcto de estos objetos para la veneración de los fieles.

Por ejemplo, san Jerónimo afirmaba claramente que no adoramos las reliquias de los mártires, sino que a través de ellas adoramos a Aquel (Dios) por quien fueron mártires (cf. “Ad Riparium”, I, P.L., XXII, 907). San Agustín, por su parte, en diversos momentos de su obra “La ciudad de Dios”, presenta más bien los aspectos positivos de la veneración de las reliquias, al describir el uso que los cristianos hacían de ellas y los beneficios obtenidos de Dios gracias a las oraciones en las que se pedía la intercesión de los santos.

Con el pasar de los siglos y con la llegada del cristianismo a nuevos pueblos de Europa, la difusión de las reliquias se hizo casi general. No faltaron, por desgracia, quienes con engaño y fraude aprovecharon la buena fe de cristianos ingenuos para hacer pasar por reliquias lo que eran objetos normales (no relacionados con mártires o santos). Otras veces el entusiasmo general llegaba a declarar como reliquias de mártires huesos encontrados cerca de alguna iglesia, sin que hubiese un mayor discernimiento crítico al respecto. En algunos lugares hubo una especie de “tráfico” de reliquias motivado por el deseo de venerar restos mortales de los campeones de la fe.

En este contexto se va desarrollando y completando, a lo largo de muchos siglos, la doctrina católica sobre el uso y veneración de las reliquias. Veamos ahora algunos textos del Magisterio sobre el tema.

Podemos recordar un importante texto del Concilio II de Nicea (del año 787), en el que, al hablar sobre las imágenes sagradas y otros objetos de culto, se condenó la postura de quienes despreciaban tradiciones de la Iglesia y rechazaban “alguna de las cosas consagradas a la Iglesia: el Evangelio, o la figura de la cruz, o la pintura de una imagen, o una santa reliquia de un mártir” (cf. Denzinger-Hünermann n. 603).

Dos siglos después, el año 993, el Papa Juan XV escribía en una encíclica dirigida a los obispo de Francia y Alemania: “de tal manera adoramos y veneramos las reliquias de los mártires y confesores, que adoramos a Aquél de quien son mártires y confesores; honramos a los siervos para que el honor redunde en el Señor” (cf. Denzinger-Hünermann n. 675). El texto puede provocar sorpresa, pues se habla de adorar y venerar las reliquias, pero el sentido parece claro: no se trata de ver las reliquias como objetos divinos, sino como medios para reconocer y adorar a Dios, que es la causa de la santidad (del martirio y de la confesión) de hombres y mujeres cuyos recuerdos son venerados por los fieles.

La difusión y traslado de reliquias tuvo un nuevo auge tras las cruzadas, especialmente a inicios del siglo XIII. No era raro que algunos cruzados europeos fuesen fácilmente engañados por personas de Tierra Santa que vendían como reliquias objetos cuyo valor era dudoso o claramente falso.

En este contexto intervino el Concilio IV de Letrán (en el año 1215), que publicó un texto severo contra ciertos abusos respecto del uso de reliquias. En el canon 62 de este Concilio leemos:

“La religión cristiana es demasiado a menudo denigrada porque algunos exponen reliquias de santos para venderlas o para mostrarlas a cada paso. Para que eso no se produzca más en el futuro, establecemos por el presente decreto que las reliquias antiguas no sean más expuestas fuera del relicario ni mostradas para ser vendidas. En cuanto a las nuevamente encontradas, nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por autoridad del Romano Pontífice. Además, los rectores de las iglesias vigilarán en el futuro para que la gente que va a sus iglesias para venerar las reliquias no sea engañada con discursos inventados o falsos documentos, como se suele hacer en muchísimos lugares por afán de lucro” (cf. Denzinger-Hünermann n. 818).

Avancemos a lo largo del tiempo. A causa de la Reforma protestante (siglo XVI) y de las consecuencias producidas por la misma, el Concilio de Trento trató en la sesión XXV (el año 1563) el tema de las reliquias, así como el de las imágenes sagradas. Para ello, aprobó un importante decreto, que iniciaba con estas palabras:

“Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la intercesión e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los decretos de los sagrados concilios; enseñándoles que los santos que reinan juntamente con Cristo, ruegan a Dios por los hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones, intercesión, y auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro redentor y salvador; y que piensan impíamente los que niegan que se deben invocar a los santos que gozan en el cielo de eterna felicidad; o los que afirman que los santos no ruegan por los hombres; o que es idolatría invocarlos, para que rueguen por nosotros, aun por cada uno en particular; o que repugna a la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el cielo”.

Desde sus primeras líneas, el decreto del Concilio de Trento pide a los obispos que enseñen a los católicos la sana doctrina sobre el modo de rezar e invocar a los santos, y coloca en ese contexto el tema de las reliquias. Recuerda, además, que los santos reinan con Cristo e interceden por los hombres, y que al invocar a los santos se pide alcanzar de Dios “los beneficios por Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro redentor y salvador”. Este punto es importante, pues las reliquias, que sirven para recordar a los santos, no son objetos mágicos, sino que se relacionan directamente con los santos en cuanto intercesores. Al mismo tiempo, el texto apenas citado recuerda que sólo Jesucristo es Salvador, no los santos ni sus reliquias.

El siguiente párrafo del decreto aplica lo anterior al tema de las reliquias de modo más explícito:

“Instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos; o que es en vano la adoración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro”.

De esta manera, el Concilio de Trento confirmaba la doctrina católica secular: es correcto venerar los cuerpos de los mártires y de los santos, así como las reliquias en general, por lo que incurren en error quienes niegan la validez de esta costumbre antiquísima.

El decreto sigue con indicaciones sobre las imágenes religiosas que no recogemos aquí. Después de exponer la doctrina, el Concilio de Trento pasa a pedir, en sus últimas líneas, que se extirpen abusos y errores referentes a los santos, a las reliquias y a las imágenes. Leemos estos momentos conclusivos del texto:

“Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa; ni abusen tampoco los hombres de las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener convitonas, ni embriagueces: como si el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los días de fiesta en honor de los santos. Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia en este punto, que nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la casa de Dios la santidad. Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el santo Concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en lugar ninguno, ni iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo. Tampoco se han de admitir nuevos milagros, ni adoptar nuevas reliquias, a no reconocerlas y aprobarlas el mismo Obispo. Y éste, luego que se certifique en algún punto perteneciente a ellas, consulte algunos teólogos y otras personas piadosas, y haga lo que juzgare convenir a la verdad y piedad. En caso de deberse extirpar algún abuso, que sea dudoso o de difícil resolución, o absolutamente ocurra alguna grave dificultad sobre estas materias, aguarde el Obispo antes de resolver la controversia, la sentencia del Metropolitano y de los Obispos comprovinciales en concilio provincial; de suerte no obstante que no se decrete ninguna cosa nueva o no usada en la Iglesia hasta el presente, sin consultar al Romano Pontífice”.

Algunos años después del Concilio de Trento, el Papa Clemente VIII instituyó una Congregación para las indulgencias (en el año 1593). Un siglo después, el Papa Clemente IX (1667-1669) remodeló las atribuciones de esa congregación, que se convirtió en la Sagrada Congregación de las Indulgencias y de las Reliquias. Sus funciones eran: examinar y disciplinar el uso de indulgencias y de reliquias en la Iglesia católica, evaluar cuáles eran auténticas, y evitar abusos en el empleo de objetos relacionados con la vida de Cristo y con los santos. Esta Congregación estuvo en funciones hasta 1917, año en el que el Papa Benedicto XV la agregó de modo definitivo a la Penitenciaría apostólica.

Dando un salto en el tiempo, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX hubo otras intervenciones importantes del Magisterio de la Iglesia sobre el tema de las reliquias. En concreto, podemos recordar al Papa san Pío X en su encíclica “Pascendi” (1907). En ella, el Papa deplorabla el desprecio de algunos hacia las reliquias, y ofrecía una serie de indicaciones concretas:

“Acerca de las sagradas reliquias, obsérvese lo siguiente: si los obispos, a quienes únicamente compete esta facultad, supieren de cierto que alguna reliquia es supuesta, retírenla del culto de los fieles. Si las «auténticas» de alguna reliquia hubiesen perecido, ya por las revoluciones civiles, ya por cualquier otro caso fortuito, no se proponga a la pública veneración sino después de haber sido convenientemente reconocida por el obispo. El argumento de la prescripción o de la presunción fundada sólo valdrá cuando el culto tenga la recomendación de la antigüedad, conforme a lo decretado en 1896 por la Sagrada Congregación de Indulgencias y Sagradas Reliquias, al siguiente tenor: «Las reliquias antiguas deben conservarse en la veneración que han tenido hasta ahora, a no ser que, en algún caso particular, haya argumento cierto de ser falsas o supuestas»“ (Pascendi n. 55).

De un modo breve y sintético, el Concilio Vaticano II recogió la doctrina católica sobre las reliquias en la Constitución sobre la liturgia “Sacrosanctum Concilium”:

“De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles” (Sacrosanctum Concilium n. 111).

Tras el Vaticano II, y después de un largo proceso de revisión, el Papa Juan Pablo II promulgó el año 1983 un nuevo “Código de Derecho Canónico”. En el mismo hay una sección dedicada al “culto de los santos, de las imágenes sagradas y de las reliquias”, que recoge los cánones 1186-1190. Tras ofrecer algunas normas sobre el culto de los santos y sobre las imágenes, el canon 1190 habla explícitamente de las reliquias:

“Canon 1190: #1. Está terminantemente prohibido vender reliquias sagradas.
# 2. Las reliquias insignes, así como aquellas otras que son honradas con gran veneración por el pueblo, no pueden en modo alguno enajenarse válidamente o ser trasladadas a perpetuidad sin licencia de la Sede Apostólica.
# 3. Lo prescrito en el # 2, vale también para aquellas imágenes que, en una iglesia, son honradas con gran veneración por el pueblo”.

Hay otro canon que alude a las reliquias, dentro del capítulo dedicado a los altares. En concreto, se recuerda que “debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de los Mártires o de otros Santos, según las normas establecidas en los libros litúrgicos” (canon 1237, # 2).

De los últimos años, podemos evocar dos documentos de importancia que hablan sobre este tema. En primer lugar, el “Catecismo de la Iglesia Católica” (del año 1993), que alude brevemente a las reliquias al referirse a las diversas formas de devoción popular. En concreto, afirma lo siguiente:

“Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1674).

En el número siguiente el Catecismo explica que la religiosidad popular está en relación con la liturgia de la Iglesia, pero sin sustituirla. En el n. 1676, más elaborado, se recuerda la necesidad de “un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y rectificar el sentido religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas progresar en el conocimiento del Misterio de Cristo (cf. Catechesi tradendae n. 54). Su ejercicio está sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia (cf. Catechesi tradendae 54)”. Luego se dan a entender aspectos positivos de esta religiosidad popular, que tanto valor tiene para promover la relación entre lo humano y lo divino.

El segundo documento fue publicado el año 2002 (tras la aprobación del Papa Juan Pablo II el año anterior) por la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, con el título “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones”. En este Directorio se ofrece un marco histórico, magisterial y teológico para comprender las diversas formas de devoción popular, entre las que se encuentra la veneración a las reliquias. Al mismo tiempo, se ofrecen orientaciones que sirven para armonizar, según lo que había sido pedido en el Concilio Vaticano II, la piedad popular y la liturgia.

El Directorio trata el tema de las reliquias sobre todo en dos números (236 y 237). En ellos encontramos, en primer lugar, una descripción o presentación de lo que son las reliquias y de los tipos o clases de las mismas:

“236. El Concilio Vaticano II recuerda que «de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas». La expresión «reliquias de los Santos» indica ante todo el cuerpo - o partes notables del mismo - de aquellos que, viviendo ya en la patria celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida, miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cf. 1Cor 3,16; 6,19; 2Cor 6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos: utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y también imágenes veneradas”.

En un segundo momento, según lo que ya vimos al recordar el “Código de Derecho Canónico”, el Directorio alude al tema del uso de las reliquias en los altares. En concreto, afirma:

“237. El Misal Romano, renovado, confirma la validez del «uso de colocar bajo el altar, que se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires». Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor”.

El mismo n. 237 del Directorio ofrece una serie de indicaciones concretas para una pastoral que ayude a los católicos a hacer un buen uso de las reliquias:

“A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral correcta sobre la veneración que se les debe, no descuidará:

-asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;

-impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el respeto debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias deben ser de «un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del cuerpo humano»;

-advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el pasado ha tenido consecuencias lamentables;

-vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.

Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires”.

Estas indicaciones del Directorio ofrecen una buena síntesis de la doctrina católica sobre las reliquias, que, como hemos visto, han sido veneradas desde antiguo y han sido apreciadas positivamente por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Podemos decir, en resumen, que, sin dejar de avisar sobre peligros, deformaciones o usos indebidos de las reliquias, la doctrina católica considera las partes de los cuerpos de los santos u otros objetos relacionados directamente con ellos, como una ayuda para entrar en contacto con Dios a través de hombres y mujeres que se dejaron transformar por la gracia y alcanzaron así el don de la salvación en Cristo. Esos hombres y mujeres son ahora intercesores, se unen a la oración de Cristo al Padre en favor de sus hermanos.

Este es el sentido correcto del uso y veneración de las reliquias, que ayudan al corazón cristiano para renovar su fe, y que permiten así una mejor comprensión del Evangelio y una participación más consciente y madura en los sacramentos, en los que no sólo recordamos (como al hacer uso de las reliquias) la acción salvadora de Cristo, sino que la acogemos como fue acogida, a veces de modo heroico, por tantos miles y miles de santos de todos los tiempos.

Para este tema, ver:

Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones»

Qué es una reliquia»

Doctrine regarding relics

Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado


Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.
Autor: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net


Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.

- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.

- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.

Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.

Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.

- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.

Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:

- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.

Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.

- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.

Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.

Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.

Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:

- Ahora, ve a confesarte.

Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...

Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.

¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”

Amigo, nos encontramos en el Sagrario.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

La fidelidad a Cristo


Juan 13 16-20. Pascua. Ser fiel a Jesucristo significa creer en Él cuando la sombra de la cruz se acerca a las puertas de nuestra vida.
Autor: Diego Calderón | Fuente: Catholic.net


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 13 16-20

En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón». «Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Oración introductoria

Gracias, Señor, por esta oportunidad que me das para hacer oración. Gracias, Dios mío, por el don de la vida, de mi familia y de tu amistad. Te pido que me des la gracia de permanecer fiel a tu amor y a tu palabra. Tú, Jesús mío, conoces mi fragilidad y por eso te suplico que me ayudes a ser un cristiano auténtico. Yo quiero acogerte, Señor, en mi corazón y en mi vida para ser tu amigo fiel, sobre todo, en los momentos de dificultad.

Petición

Jesucristo, dame la gracia de ser fiel a tu amistad. No permitas que la cruz, el sufrimiento, los problemas, el mundo o mi egoísmo me separen de ti.

Meditación

“Estamos en el tiempo pascual, que es el tiempo de la glorificación de Jesús. El Evangelio que acabamos de escuchar nos recuerda que esta glorificación se realizó mediante la pasión (...) Judas sale del Cenáculo para cumplir su plan de traición, que llevará al Maestro a la muerte: precisamente en ese momento comienza la glorificación de Jesús. El evangelista san Juan lo da a entender claramente: de hecho, no dice que Jesús fue glorificado sólo después de su pasión, por medio de la resurrección, sino que muestra que su glorificación comenzó precisamente con la pasión” (Benedicto XVI, Homilía, domingo 2 de mayo de 2010).

En este pasaje evangélico, el Maestro, nos invita entrañablemente a ser fieles a su amor, a no dejarle sólo, a no fallarle. Judas es aquél de quien el Señor dijo: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón». Ese apóstol no abrió su corazón a Jesús de par en par, no creyó en el Hijo de Dios y prefirió el camino del egoísmo y del amor propio. Ser fiel a Jesucristo significa creer en Él cuando la sombra de la cruz se acerca a las puertas de nuestra vida. Creer en el Señor es acoger a quienes Él envía.

Reflexión apostólica

La traición y la infidelidad a Dios son realidades que tocan continuamente a las puertas de nuestra alma. Por encima de nuestros fallos y pecados están la gracia y la misericordia de Dios. A Jesucristo no le importan mis caídas sino la lucha constante. Cristo me amó y se entregó por mí en la cruz. Él me conoce y me acepta porque yo soy su hijo y Él es mi Padre. No podemos dejar al Señor solo, es necesario poner todos los medios que tenemos a nuestro alcance para ser fieles a su amistad y no herir ese Corazón con nuestra ingratitud. Jesucristo espera que le ame, que sea un cristiano enamorado y convencido de su amor. No puedo fallarle. ¿Cuáles son los motivos o circunstancias por las cuales he podido ofender a Jesús?

Propósito

Hacer un examen, profundo, de conciencia. He de preguntarme cómo vivo mi amistad y relación con Jesucristo. Finalmente, en un ambiente de oración, haré un sincero propósito de enmienda.

Diálogo con Cristo

Ayúdame, Señor mío, a vivir cada momento de mi existencia de cara a ti. Si alguna vez te he fallado u ofendido quiero pedirte perdón a través del sacramento de la reconciliación. Estoy dispuesto a levantarme y a seguir luchando porque te amo y quiero que estés al centro de mi vida. Te reconozco, Dios mío, como mi Señor y Creador. Lejos de ti, Padre Santo, a dónde puedo ir. Apartado de tu gracias qué sentido y qué valor puede tener mi vida. Ayúdame a perseverar en la fe hasta el final.

“Deseo exhortaros, con fuerza y con afecto, a permanecer firmes en la fe que habéis recibido, que da sentido a la vida, que da fuerza para amar; a no perder nunca la luz de la esperanza en Cristo resucitado”
(Benedicto XVI, Homilía, domingo 2 de mayo de 2010)

miércoles, 18 de mayo de 2011

¡Gracias, Jesús, por tu amistad!


Muchas veces nos sentimos siervos inútiles, y a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos.
Autor: Cardenal Joseph Ratzinger | Fuente: Catholic.net

Muchas veces no sentimos simplemente siervos inútiles, y es verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su amistad.

El Señor define la amistad de dos maneras:

No hay secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Nos da su confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi cuerpo...», «yo te absuelvo...». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y, nosotros, ¿cómo respondemos?

El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle - idem nolle», era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos.

¡Gracias, Jesús, por tu amistad!

Necesidad de creer en Jesús


Juan 12, 44-50. Pascua. Ver a Jesús, es tener la luz que ilumina el camino en nuestro peregrinar al cielo.
Autor: Jesús Valencia | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 44-50

En aquel tiempo Jesús exclamó: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.

Oración introductoria

Jesús quiero creer Señor, pero ayuda mi incredulidad. Quiero ver con ojos de fe. Tú, ayuda mi vista. Haz Señor que, puesto a tu escucha, más te sienta, más te guste, más te experimente en la oración. Tu rostro busco, Señor. ¡Enséñame a buscarte...Muéstrame tu Rostro! Porque, si Tú no me lo muestras, no puedo buscarte. No puedo encontrarte si Tú no te haces presente. Te buscaré deseándote, Te desearé buscándote. Amándote Te encontraré, encontrándote Te amaré. (Cf. San Anselmo)

Petición

Jesús, muéstrate a mí en la sabia elocuencia de las cosas. Que sepa ver la huella de tus pasos en mi vida.

Meditación

Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. (...) El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. (De la encíclica Spes Salvi, De S.S. Benedicto XVI. n. 32-33).

Reflexión apostólica

La oración es el reconocimiento explícito de nuestra dependencia de Dios. Acudimos a Él porque lo necesitamos, porque nos es indispensable confíale a alguien, que además es omnipotente, nuestras alegrías, tristezas y proyectos. Ver a Jesús, es tener la luz que ilumina el camino en nuestro peregrinar al cielo. Oramos porque creemos. Y creer así, ya es confiar. Como sucede en las relaciones humanas, confiamos en aquellos que queremos y sabemos que nos quieren. Con Dios, que nos ama con locura, hasta entregar a su propio Hijo, ¿tendría que ser diverso?

Propósito

Hacer un acto de confianza en Dios, poniendo en la oración las intenciones más profundas del corazón.

Diálogo con Cristo

Enséñame, buen Jesús, a pedir lo que conviene. A no pedir para mí, sino para los hombres, mis hermanos. Enséñame a confiar en ti. Convénceme de que nada me puede pasar sin tu disposición. Y cuando el dolor toque a la puerta de mi vida, que me acuerde de ti, Señor, para obtener la fuerza en el camino que sólo tu puedas dar. Cuando los hombres me olviden, sepa, Señor, que siempre puedo acudir porque Tu eres mi Padre, mi hermano. Fiel compañero en el duro, pero hermoso camino al cielo.


No nos cansemos de orar. La confianza hace milagros. Santa Teresita del Niño Jesús

martes, 17 de mayo de 2011

No juzgar para no ser juzgados


Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

Condenar es fácil. Tan fácil como beber un vaso de agua. Porque la sed nos lleva a buscar una bebida que nos alivie, y porque la condena, aparentemente, sirve para desahogar rencores que corroen nuestras almas.

Pero las condenas pueden ser injustas, o desproporcionadas, o amargas. La facilidad con la que juzgamos a otro como despreciable, como enemigo, como indigno, nos lleva a cometer errores graves de apreciación, nos arrastra en ocasiones a condenar a inocentes.

Otras veces la condena es acertada: censuramos a alguien por sus fallos reales, por sus cobardías, por sus omisiones, por sus delitos. Pero, ¿sirven siempre este tipo de condenas? ¿Ayudan al delincuente a mejorar su vida? ¿Alivian a las víctimas y restablecen la justicia herida? ¿Nos convierten en mejores seres humanos?

Antes de condenar, podríamos preguntarnos si estamos seguros respecto del mal supuestamente cometido y de la mejor manera de avanzar hacia la justicia. No sirven las condenas cuando son simples desahogos llenos de amargura. Sirven cuando están unidas a un profundo respeto hacia las víctimas y a un sincero deseo de rescatar a los verdugos.

Junto a la condena, es importante mirar la propia alma para ver si no tenemos una viga en el propio ojo cuando queremos eliminar la paja del ojo ajeno. Es señal de incoherencia condenar a unos por hechos no muy graves mientras tenemos, como un peso del corazón, la certeza de haber dañado a otros en sus bienes o en su buena fama.

En la historia humana hubo quien, desde una justicia perfecta y un corazón bueno, tenía pleno derecho a condenar. Sabía lo que estaba escondido dentro de cada uno. Conocía las hipocresías y las miserias de los seres humanos.

Ese Hombre, que se llamaba Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos. Al mismo tiempo, dijo con serenidad que no había sido enviado para juzgar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17; 12,47), aunque tenía pleno poder para emitir sentencias (cf. Jn 5,27).

Por eso su invitación sigue en pie, quizá más urgente que nunca: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,1-2).

Jesús uno con su Padre


Juan 10, 22-30. Pascua. Dios nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día.
Autor: Luis Rebollo | Fuente: Catholic.net
Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 22-30

Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: ¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente. Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa».

Oración introductoria

Señor Jesús, así como te paseabas por el Templo de Jerusalén aquella tarde, también caminas conmigo a lo largo de mi vida. Tú recorres conmigo cada paso que doy aunque a veces no te percibo. A veces, como hicieron aquellos hombres, yo también te pido pruebas, te pido señales para creer. Señor, aumenta mi fe para descubrir las innumerables señales de tu amor que pones en mi camino cada día. Ayúdame a descubrir lo tanto que me amas, a valorar el don de mi vida, de mi salud, de mi fe, de mi familia, de mi educación, de mis amistades, de los talentos que me has dado y de tantas bendiciones que me das todos los días. También dame fe para descubrirte en medio de mis dificultades y sufrimientos, pues en esos momentos estas más cerca que nunca. Ayúdame, Jesús, a escuchar tu voz que me habla a través de todas estas muestras de tu amor por mí.

Petición

Señor aumenta mi fe para descubrir el infinito amor que me tienes, para experimentar tu cercana presencia en mi vida, para descubrir que Tú me acompañas en cada paso que doy.

Meditación

“Dios nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescura los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se cierna sobre nosotros; también a través de las pruebas más duras, Él nos hace escuchar su voz. Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la Cruz? ¿A este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta al final?” (Juan Pablo II, homilía en la Santa Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, domingo 20 de agosto de 2000).

Reflexión apostólica

El mundo de hoy también nos cuestiona a nosotros. La sociedad nos pide señales sobre la veracidad de nuestra fe y en ocasiones sentimos que nuestras palabras se quedan cortas ante estos interrogantes. No podemos desanimarnos, pues también cuestionaron a Nuestro Señor. El Evangelio de hoy nos enseña que la mejor respuesta que podemos ofrecer son nuestras obras modeladas por el Evangelio. Con nuestras palabras, podemos ayudar a una persona a descubrir que nuestra fe es la verdadera, pero eso no basta. Con nuestro testimonio de vida cristiana auténtica y con la gracia de Dios, podemos tocar los corazones de muchas personas que no creen y que están esperando una “señal”, una respuesta convincente para creer. El amor sincero a nuestro prójimo será siempre nuestro mejor argumento.

Propósito

Hoy por la noche, dedicar algunos minutos para recordar y agradecer las muestras de amor que Dios ha tenido conmigo durante este día.

Diálogo con Cristo

Gracias Jesús por todo el bien que diariamente realizas en mi vida. No quiero ser nunca indiferente ante todas las muestras de tu amor. Ayúdame a encontrarte caminando a mi lado, enséñame a escuchar tu voz y dame un corazón como el tuyo para que yo también comparta con mi prójimo el amor que tú me tienes a mí.


“Es posible, también mientras se está en el mercado, mientras se está en el trabajo, o mientras se pasea en la soledad, orar frecuente y fervorosamente” (San Juan Crisóstomo)

lunes, 16 de mayo de 2011

¡El Señor es mi Pastor!


Juan 10, 11-18. Pascua. Cristo sigue tocando a la puerta de nuestro corazón para que nos abramos a la conversión
Autor: Luis E. Camarena | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”.

Oración introductoria

Señor, dame tu gracia para darme cuenta que tú estás realmente presente en todo momento de mi vida, que nunca me olvide que estás junto a mí y que eres el huésped de mi corazón. Dame tu gracia para ser dócil a tus inspiraciones, a tus sugerencias para identificarme contigo, para confiar plenamente en tu voluntad y tus designios, especialmente cuando son contrarios a mis puntos de vista. Transforma mi corazón para que sepa amar de verdad, desinteresadamente, para descubrirte en quien me humilla y ofende y para ser un reflejo de tu ternura para los más débiles y necesitados. Que María, nuestra Madre, me lleve siempre de la mano para caminar junto a ti.

Petición

Señor que vea en cada sufrimiento, en cada incomodidad, en cada contratiempo una oportunidad para corresponder a tu infinito amor por mí.

Meditación

“Yo soy el buen pastor”. Esta afirmación es una de las más bellas del evangelio, pues refleja con muchísima claridad el corazón de Cristo. No fue sólo un título usado por Cristo para describir su misión, sino algo que llevó a cabo, de allí que sus primeros discípulos hayan resumido su vida con esta frase: “pasó haciendo el bien” (Hch 10, 38). Cristo pasa todavía por nuestras vidas haciendo el bien como hace dos mil años, Cristo sigue tocando a la puerta de nuestro corazón para que nos abramos a la conversión cómo lo hicieron Mateo, María Magdalena, el buen ladrón, Cristo sigue sufriendo su Via Crucis cuando nosotros lo ofendemos y no somos capaces de amar como Él, pero Cristo, también, se alegra hoy cuando ve al hijo pródigo regresar a casa porque Él es el buen pastor.

“Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”. Cristo nos ama porque nos conoce, porque nuestra grandeza y nuestra miseria no son desconocidas para Él, precisamente, porque nos conoce, vino a este mundo para salvarnos, porque nos conoce quiso quedarse en la eucaristía y dejarnos su perdón en el sacramento de la penitencia. Pero ahora nos debemos preguntar ¿Realmente conozco a Cristo? ¿Realmente lo conozco como el buen pastor? Que nunca nos olvidemos que Dios, que se ha revelado por Jesucristo, es Amor, es misericordia, comprensión y perdón.

Reflexión apostólica

El profeta Ezequiel decía: “Porque así dice el Señor Yavé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada..., buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma... apacentaré con justicia” (Ez 34, 11, 15-16). Que este evangelio sea para nosotros una invitación a ser también los buenos pastores para con nuestros hermanos los hombres, que con sus nombres y apellidos se cruzan todos los días por nuestras vidas. Que realmente seamos ese bálsamo que sane sus heridas, que cure sus almas atribuladas por el dolor, la tristeza, el odio. Que les demos de comer manjares de eternidad con nuestra palabra y testimonio de cristianos auténticos. Que al final nuestras vidas se puedan resumir al igual que la de Cristo: “Pasó haciendo el bien”

Propósito

Buscar reflejar a Cristo, Buen Pastor, preocupándome más por los demás que de mí mismo.

Diálogo con Cristo

Jesús manso y humilde de corazón has mi corazón semejante al tuyo. Que tú seas siempre mi modelo y mi guía a lo largo de mi vida, que siempre camine a tu lado y que nunca me separe de ti. Por último, te pido Señor que me des la fortaleza que necesito para ser tu apóstol que no se canse de gritar a este mundo que tú eres el único que da sentido a nuestras vidas, que tú eres el único que me conduce a la verdadera felicidad.


“Al meditar en el Evangelio del buen Pastor, pidamos al Señor que abra cada vez más nuestro corazón y nuestra mente para escuchar su llamada. En verdad, Jesús "nos conoce" más profundamente de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y tiene un plan para cada uno de nosotros. También sabemos que donde él nos llama encontraremos felicidad y realización personal, pues nos encontraremos a nosotros mismos” (Benedicto XVI, 10 de mayo de 2009)

domingo, 15 de mayo de 2011

¿De qué sirve tanto luchar?


¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado que no nos gusta.
Autor: Juan Rafael Pacheco | Fuente: Catholic.net
En inglés tienen una frase que lo dice todo: “easy comes, easy goes”, o sea, fácil viene, fácil se va. Vemos cómo la depresión abate despiadadamente los que lo tienen “todo”, y la melancolía es parte triste de sus vidas, al comprobar lastimosamente que no “todo” lo compra el dinero.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tantos grandes ricos son presa fácil del consultorio del psiquiatra, del psicólogo? ¿Por qué los que heredan fortunas tienden frecuentemente a vivir una vida vacía, de hastío existencial?

Entonces, ¿será necesaria la lucha diaria por la vida para lograr ser felices?

Cuentan de un hombre que encontró un capullo de mariposa. Lo llevó a su casa para observar la mariposa cuando saliera.

Un día notó que tenía un pequeño orificio. Había llegado el momento tan esperado. Ahí permaneció durante varias horas, viendo la mariposa luchar para lograr pasar su cuerpo a través del pequeñísimo huequito.

Pronto pareció que había cesado de forcejear pues no lograba salir. Parecía estar atascada.
Sintiendo lástima, el hombre quiso ayudarla. Con una tijerita cortó a un lado del agujero agrandándolo, y la mariposa salió al fin del encierro.

Pero no era el hermoso ejemplar que el hombre esperaba. Tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre confiaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y la hinchazón del cuerpo cedería.

No pasó ni lo uno ni lo otro. La infeliz solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Jamás logró volar.

Lo que el hombre no había entendido era que la restricción de la apertura del capullo y el esfuerzo de la mariposa de salir por el diminuto agujero, eran parte natural del proceso, que forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que alcanzaran el tamaño y fortaleza requeridos para poder volar y ser libre finalmente.

¿Qué fue lo que pasó? Muy sencillo. Al privar la mariposa de la lucha, también le fue privado su normal desarrollo.

Si Dios nos permitiera progresar en todo sin obstáculos, nos convertiríamos en seres inútiles. No podríamos crecer y ser fuertes como podríamos haberlo sido a través del esfuerzo y la constancia, a través de la lucha, a través del trajín de cada día.

¡Cuánta verdad encierra esta pequeña historia!
¡Cuántas veces queremos tomar el camino fácil para salir de las dificultades, tomando en nuestras propias manos esas tijeras y recortando el esfuerzo, para encontrarnos al final con un resultado insatisfactorio y muchas veces desastroso!

Apliquémonos la lección, y agradezcamos a Dios que tengamos que luchar para conseguir con Su ayuda el pan nuestro de cada día.
Bendiciones y paz.