viernes, 17 de junio de 2011

La vida cristiana es bella . La Trinidad y yo


El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe.
Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
Es muy diferente un pozo seco a un manantial. El manantial tiene vida. El pozo seco o con agua estancada es muerte. Cuando nos referimos a la relación del hombre con Dios puesta en acto, hablamos de vida, vida espiritual.

¿Cuál es la fuente de la vida espiritual? ¿De dónde viene esta vida? ¿Quién da vida? La fuente de la vida espiritual es la vida de Dios, nuestra participación en la vida de la Santísima Trinidad por la gracia a través de los sacramentos y la oración.

Eso es lo que se mueve allá adentro de nosotros, esa es la sangre que corre por nuestras venas desde el día de nuestro bautismo. Desde entonces, el manantial que ocupa el centro de nuestro ser es la Trinidad. ¡Qué maravilla!

Una verdad existencial

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe. Para mí esta fiesta es una invitación a poner en acto en la oración eso que creo por la fe, en forma de relación personal, de trato, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta el conocimiento del misterio, la Iglesia nos invita a través de la teología y de la liturgia a profundizar en su significado, pero profundizar de una manera no sólo intelectual, sino afectiva, existencial.

El bautismo: una llamada al amor

Al recibir en el bautismo el don de la gracia santificante, que nos hizo hijos de Dios, recibimos de parte de Él una llamada al amor. Después de esto nuestra vida cristiana consiste en responder al don recibido de Dios: “Si alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14, 23) Dios que puso amor, espera una respuesta de amor.

"La respuesta de la fe nace cuando el hombre descubre, por gracia de Dios, que creer significa encontrar la verdadera vida, la “vida en plenitud”. Uno de los grandes padres de la Iglesia, san Hilario de Poitiers, escribió que se convirtió en creyente cuando comprendió, al escuchar en el Evangelio, que para alcanzar una vida verdaderamente feliz eran insuficientes tanto las posesiones, como el tranquilo disfrute de los bienes y que había algo más importante y precioso: el conocimiento de la verdad y la plenitud del amor entregados por Cristo (Cf. De Trinitate 1,2)." (Benedicto XVI 13 de junio 2011)

Intimidad con Dios

Dios nos invita a participar de su vida íntima, de esa vida que consiste en el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se dice fácil, pero este es un misterio grandioso, algo sobrehumano, sobrenatural, y en el cual estamos sumergidos.

Cada vez que intimamos con Dios en la oración entramos en el misterio. Es fe orante. En ella nos dirigimos a Dios como Padre. Padre es el nombre propio de Dios. Así nos lo reveló Jesucristo, quien vive contemplándolo permanentemente. “El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57).

En Jesucristo contemplamos la belleza del Padre, él es “resplandor de Su gloria” (Hb. 1,3), el que está con nosotros, Dios-con-nosotros (Is 7, 14) Su misión es nuestra salvación. Tratamos con Cristo como nuestro salvador, nuestro redentor: “Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo” (Jn 17, 24). Somos pecadores rescatados por la sangre de Cristo y en la oración cristiana nos dirigimos a Él como nuestro Redentor para darle las gracias, pedirle perdón, aprender de Él.

Y tratamos con el Espíritu Santo cuya misión es nuestra santificación. A partir del bautismo tenemos toda una vida por delante para crecer y asemejarnos como hijos que somos, al Hijo con mayúscula. Esa labor paciente de transformación conforme a la imagen de Cristo la va realizando el Espíritu Santo en nosotros poco a poco, como el agua sobre la piedra de río, a medida que cooperamos con Él. El Espíritu Santo es el Santificador, el Huésped de nuestra alma, nuestro Socio con el que trabajamos para realizarnos en plenitud como hombres y como cristianos. Él es amor y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. (Rom 5, 5)

La vida espiritual, la vida de oración, es simplemente maravillosa. ¡Qué gozada poder tratar como hijo con EL PADRE, como pecador rescatado con su mismo REDENTOR; como buscador con su GUÍA! Francamente, ¡qué maravilla!

La vida cristiana es bella.

N.B. Si un espectáculo de agua, luz y sonido (no dejes de verlo) puede ser tan armónico y bello, ¡qué será la belleza de la vida trinitaria que llevamos dentro!




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Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón


Mateo 6, 19-23. Hemos visto con claridad la luz de Dios en nuestra vida, su amor, su misericordia. Pero la queremos ahogar o esconder, cubriéndola con nuestros problemas.
Autor: Roberto Villatoro | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”.


Oración introductoria

Ayúdame a ver con los ojos de la fe. Que todo acontecimiento en mi vida y en la de los demás, lo vea en el plano sobrenatural. Que vea con tus ojos, y así pueda servirte a ti y a mis hermanos los hombres. Ayúdame, pues sé que solo no podré, pero con tu gracia no se nublará mi vista. Y viéndote con claridad en mi vida te sirva sólo a ti.

Petición

Señor Jesús, te entrego mis ojos para ver como Tú ves.

Meditación

De la introducción a la Oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17, 1), el Canon usa luego las palabras: “elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso”. El Señor nos enseña a levantar los ojos y sobre todo el corazón. A levantar la mirada, apartándola de las cosas del mundo, a orientarnos hacia Dios en la oración y así elevar nuestro ánimo. En un himno de la Liturgia de las Horas pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las “vanitates”, las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pidamos que a través de los ojos no entre el mal en nosotros, falsificando y ensuciando así nuestro ser. Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo. Pidamos, para que miremos el mundo con ojos de amor, con los ojos de Jesús, reconociendo así a los hermanos y las hermanas que nos necesitan, que están esperando nuestra palabra y nuestra acción. (Benedicto XVI, Homilía en la Misa «IN CENA DOMINI», Jueves Santo 9 de abril de 2009).

Reflexión apostólica

Juan Pablo II en una ocasión dijo que no podíamos negar en la oscuridad, en momentos difíciles, lo que hemos podido ver con claridad en la luz. Y es que en algún momento de nuestra vida, hemos visto con claridad la luz de Dios en nuestra vida, su amor, su misericordia. Pero en ocasiones, la queremos ahogar o esconder, cubriéndola con nuestros problemas, o incluso con nuestros éxitos. Sin embargo, sabemos que la hemos visto.
Y esa luz que hemos visto, no podemos negarla ante la primera adversidad, o esconderla en los momentos de éxito. Hemos visto, hemos sido testigos. Por eso debemos cuidar siempre que nuestra vista no se nuble. Asegurarnos, y pedirle a Dios la gracia. De manera que podamos únicamente servir a un solo Señor.

Propósito

Veré la mano de Dios en las cosas sencillas de mi vida ordinaria.

Diálogo con Cristo

Señor, ayúdame a ver la claridad de tu luz. Que no sea ciego a tu amor, a tu fidelidad, a tu constante intervención en mi vida. Que ante tantas “lucecitas del pecado”, que me ofrecen una felicidad incierta, brille ante todo tu luz en mi vida. Y que, con mis obras, refleje tu luz, para que mis hermanos puedan alabarte y servirte también a ti.


Es propio de la luz el iluminar en cualquier parte en que se encuentre (San Hilario, Catena Aurea, vol. I, p. 263)

jueves, 16 de junio de 2011

La fuerza de los evangelizadores


Lucas 22, 14-20. Jesucristo Sumo y Eteno Sacerdote. Tú me has amado enormemente al quedarte en la Eucaristía. ¡Qué bueno eres! Así podré hablar contigo cuando lo necesite.
Autor: Benjamín Meza Reyes | Fuente: Catholic.net


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según Lucas 22, 14-20

Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.

Oración introductoria

Jesús, así como Tú deseaste dejar el sacramento de tu amor aquel Jueves Santo, yo también deseo encontrarme contigo el día de hoy. Tú me has amado enormemente al quedarte en la Eucaristía. ¡Qué bueno eres! Así podré hablar contigo cuando lo necesite.

Petición

Jesús, enséñame a valorar tu presencia en el sacramento de la comunión. Aumenta mi fe para que nunca dude de la fuerza de la Eucaristía y de tu amor.

Meditación

Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más. (Benedicto XVI, homilía del Jueves Santo, 20 de marzo de 2008)

Reflexión apostólica

El amor a Cristo Eucaristía ha llevado a una multitud de hombres a propagar la fe católica en el mundo. El cuerpo de Cristo fue el alimento y la fuerza para dar a conocer el amor de Dios. La fuerza que recibo en la comunión es capaz de impulsarme a propagar la doctrina de Cristo. Si creo realmente en Dios necesito acudir a recibirle en su sacramento. ¿Qué tan frecuentemente comulgo? ¿Creo realmente en la necesidad del alimento espiritual? Las próxima vez que acuda a misa, reflexionaré sobre esto.

Propósito

Hoy pediré a Dios por la extensión de la fe en la misa o haciendo una comunión espiritual. y rezaré por los sacerdotes.

Diálogo con Cristo

Jesús, ayúdame a que cada vez que acuda a misa o a recibir tu santa Eucaristía, valore el grande amor que me has tenido quedándote conmigo. Te doy gracias por que hubo personas que me inculcaron la fe, alimentados con la fuerza de tu Cuerpo hecho pan. ¡No permitas que me aparte de ti!


El amor de la Trinidad a los hombres hace que, de la presencia de Cristo en la Eucaristía, nazcan para la Iglesia y para la humanidad todas las gracias (San José María Escrivá, Es Cristo que pasa, 86)

miércoles, 15 de junio de 2011

Voluntariado social: ¿moda o necesidad?


¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?
Autor: Monseñor Juan del Río Martín | Fuente: Zenit.org
Se está celebrando el “año Europeo del voluntariado” y este es un fenómeno que interpela a la praxis de la fe cristiana. De hecho surgen muchos interrogantes tales como: ¿Qué hay de inspiración cristiana en esta “cultura del voluntariado”? ¿Es suficiente para cumplir el mandato del Jesús de predicar el Evangelio con la simple participación en el voluntariado social? ¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?

El voluntariado, como expresión concreta de la solidaridad, es una de las actitudes mejor valoradas en la sociedad actual. Sus objetivos se pueden concretar en el altruismo, la ayuda mutua, la participación civil. Sin embargo, con frecuencia no quedan bien definidos ni el término, ni el concepto; es más, ni siquiera la libertad y gratuidad que le son inherentes. A veces se confunden las motivaciones y las convicciones, se mezclan prestación de servicios con entrega personal, ejercicio del altruismo con responsabilidad social. Los sectores a los que el voluntariado se extiende son muy variados y amplios, como pueden ser: el asistencial, sanitario, cultural y educativo, la promoción y capacitación laboral, la integración social y acogida a emigrantes, la ayuda al Tercer Mundo y otros. El Beato Juan Pablo II se refirió en diversas ocasiones al tema, en una de ellas decía: “me parece que el siglo que comienza deberá ser el de la solidaridad. Hoy lo sabemos mejor que ayer: no estaremos felices y en paz los unos sin los otros, y aún menos, los unos contra los otros. La operaciones humanitarias con ocasiones de conflictos o de catástrofes naturales recientes han suscitado loables iniciativas de voluntariado que revelan un fuerte sentido de altruismo, especialmente en las jóvenes generaciones” (10.1.2000).

Ahora bien, quienes han estudiado más de cerca toda esta problemática del voluntariado en la actualidad, creen detectar un cierto paracaidismo social que se manifiesta en un quedarse solamente en un asistencialismo paternalista, en una especie de lavado rápido de la propia conciencia o incluso de frustraciones personales, en un discurso acerca de la cultura solidaria, que tendría más de ideológica que de solidaria. Asimismo se habría cedido a la tentación de anestesiar mediante alguna contribución voluntarista la responsabilidad moral que brota de la injusticia. Nunca se debería olvidar que las relaciones entre los seres humanos deben estar regidas por la justicia. La solidaridad nunca sustituye a la justicia.

En el caso del voluntariado cristiano es importante la delimitación de su propia identidad, sin minusvalorar otras formas o motivaciones para el voluntariado social. El voluntario cristiano ha de tener muy claro que su compromiso nace del acto mismo de fe en Dios revelado en Cristo, por el cual el hermano se convierte en el “rostro” del mismo Jesús. Por esta razón, el voluntariado cristiano tiene una fundamentación distinta y diversa al voluntariado simplemente humanista. La mística que impulsa a la acción en favor del necesitado dimana de la vida y mensaje de Jesucristo, servidor de los enfermos y los pobres. Y así, esta acción ha de ser concebida como un verdadero ministerio de caridad fraterna, que lo aleja de cualquier interés o búsqueda de gratificaciones indirectas, personales o profesionales. Para el católico, participar como voluntario en una acción social supone dar respuesta a una llamada que brota del mismo Evangelio.

Por tanto, para un cristiano resulta impensable separar la solidaridad del mensaje de las Bienaventuranzas. Si nos sentimos unidos a los demás (es decir, si somos solidarios) no es sólo por una simple razón de pertenencia a la comunidad humana, sino por el imperativo del mandamiento del amor mediante el cual se distingue a los discípulos de Cristo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,12-13). No hay un Dios más solidario que Aquel que se encarnó, murió y resucitó por la humanidad y por cada uno de nosotros. El perfil de esa entrega total y solidaria se llama caridad: que es “alma de la Iglesia”, como también principio y fin del ser y obrar de todo cristiano.
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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

Me preguntan cómo reza el Papa...


El hombre alcanza la plenitud de la oración no cuando se expresa a sí mismo, sino cuando permite que en ella se haga presente el propio Dios.
Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Cruzando el Umbral de la Esperanza

Me preguntan cómo reza el Papa (Juan Pablo II). Se los agradezco. Quizá convenga iniciar la contestación con lo que san Pablo escribe en la Carta a los Romanos. El apóstol entra directamente cuando dice: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables» (8,26).

¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo.

Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios. San Pablo en la Carta a los Romanos enseña exactamente esto. Según el apóstol, la oración refleja toda la realidad creada, tiene en cierto sentido una función cósmica.

El hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella, pero en cuanto guiado por el Espíritu. Se debería meditar detenidamente sobre este pasaje de la Carta a los Romanos para entrar en el profundo centro de lo que es la oración. Leamos: «La creación misma espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios; pues fue sometida a la caducidad -no por su voluntad, sino por el querer de aquel que la ha sometido-, y fomenta la esperanza de ser también ella liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.


En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios.

Protagonista es el Espfiritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad». Nosotros empezamos a rezar con la impresión de que es una iniciativa nuestra; en cambio, es siempre una iniciativa de Dios en nosotros. Es exactamente así, como escribe san Pablo. Esta iniciativa nos reintegra en nuestra verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. Sí, nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos de Dios que son lo que toda la creación espera.

Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. El Libro de los Salmos es insustituible.

Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en el ritmo de las súplicas del Espíritu mismo. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (cfr. Hebreos 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. La oración siempre es un opus gloriae (obra, trabajo de gloria).

El hombre es sacerdote de la creación. Cristo ha confirmado para él una vocación y dignidad tales. La criatura realiza su opus gloriae por el mero hecho de ser lo que es, y por medio del esfuerzo de llegar a ser lo que debe ser.

También la ciencia y la técnica sirven en cierto modo al mismo fin. Sin embargo, en cuanto obras del hombre, pueden desviarse de este fin. Ese riesgo está particularmente presente en nuestra civilización que, por eso, encuentra tan difícil ser la civilización de la vida y del amor. Falta en ella el opus gloriae, que es el destino fundamental de toda criatura, y sobre todo del hombre, el cual ha sido creado para llegar a ser, en Cristo, sacerdote, profeta y rey de toda terrena criatura.

Sobre la oración se ha escrito muchísimo y, aún más, se ha experimentado en la historia del género humano, de modo especial en la historia de Israel y en la del cristianismo. El hombre alcanza la plenitud de la oración no cuando se expresa principalmente a sí mismo, sino cuando permite que en ella se haga más plenamente presente el propio Dios. Lo testimonia la historia de la oración mística en Oriente y en Occidente: san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y, en Oriente, por ejemplo, san Serafín de Sarov y muchos otros.

La verdadera recompensa


Mateo 6, 1-6. 16 - 18. No puedo hacer el bien sólo para que me vean. Necesito buscar la gloria de Dios cuando haga las cosas, ésta es la verdadera recompensa.
Autor: Benjamín Meza Reyes | Fuente: Catholic.net
Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16 - 18.

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Oración introductoria

Señor Jesús, ¡qué valioso es un corazón sincero! A ti te gustan los corazones sinceros, desinteresados. La recompensa que Tú das a los que obran con recta intención es muy grande. Tú que puedes ver el fondo de mi corazón, purifícalo desde dentro.

Petición

Jesús, abre mi alma, hazla más grande. Que no se quede en cosas egoístas, raquíticas, mezquinas. Enséñame a practicar el bien por amor a ti, y no para que me vean.

Meditación

Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. Luego, en el pasaje evangélico, Jesús, poniéndonos en guardia contra la carcoma de la vanidad que lleva a la ostentación y a la hipocresía, a la superficialidad y a la auto-complacencia, reafirma la necesidad de alimentar la rectitud del corazón. Al mismo tiempo, muestra el medio para crecer en esta pureza de intención: cultivar la intimidad con el Padre celestial. (Benedicto XVI, mensaje para la cuaresma 2008)

Reflexión apostólica

No puedo hacer el bien sólo para que me vean. Necesito buscar la gloria de Dios cuando haga las cosas, ésta es la verdadera recompensa. Jesucristo lo dice bien claro: “no practiquéis la justicia delante de los hombres”. La sinceridad de vida exige la pureza de intención. Ésta se consigue en la «intimidad con el Padre», es decir en la oración. Cuando realice actos, sea cuales sean, no puedo quedarme tan sólo con el premio de un buen pensamiento de parte de los demás; eso es actuar por vanidad. Sin embargo, cuando mi objetivo es glorificar a Dios con mi vida, mis obras recibirán “un premio en el cielo”. Porque Él sí ve lo que los demás no ven: los sacrificios ocultos, el sufrimiento secreto, los trabajos que nadie -ni mis padres, ni mis hermanos, ni mis hijos- ve. Estos son los actos que Dios premiará en la otra vida. De ahí brota la urgencia de vivir delante de Dios y no de los demás.

Propósito

En la siguiente actividad que haga, voy a decirle a Dios: “Señor, esto lo hago por amor a ti, no para que me vean”.

Diálogo con Cristo

¡Qué fácil busco mi propia gloria, Señor! Me preocupo por si los demás han notado mi esfuerzo, por lo que piensan de mí cuando hago las cosas. Señor, no quiero perder la recompensa que Tú dices. Quiero que Tú, que ves el interior de mi corazón, seas el que me premie, y no la opinión de los demás.

Jamás será pobre una casa caritativa. (Santo Cura de Ars, Sermón sobre la limosna)

martes, 14 de junio de 2011

¿Cómo me veo a mí mismo?


¿Qué percibo de hermoso en mi vida? ¿Qué hay oscuro en el camino del pasado? ¿Cómo miro hacia adelante, hacia el futuro que se construye cada día?
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
¿Cómo me veo a mí mismo?
P. Fernando Pascual
20-3-2011

Con frecuencia pensamos en nosotros mismos. A veces desde la propia historia. Otras veces desde el presente. En ocasiones lo hacemos con la mirada dirigida hacia el futuro.

Al mirar hacia el pasado, descubrimos momentos de encuentros y aventuras, de normalidad y exaltación, que explican nuestra existencia presente.

Más de uno se sorprenderá al recordar que sus padres se conocieron gracias al asesinato del abuelo. Otros descubrirán que en su genealogía hay un gran explorador y un peligroso asesino. Otros no acabarán de comprender por qué siguen vivos, si los médicos avisaron a la madre de que ese niño no viviría más de 6 meses después de nacer.

Hay quienes, al ver su pasado, sienten cierto orgullo, no siempre bien fundamentado. Llegan a creer que tienen “buena sangre”, cuando quizá sólo tienen en cuenta a algunos familiares y dejan de lado a otros que resultaría mejor olvidar... Otros agachan los ojos con cierta vergüenza, como si les diera miedo reconocer a algunos “personajes” que dejaron una triste huella en la historia de sus seres queridos. Otros se sienten indiferentes: al fin y al cabo, con antepasados buenos o con antepasados malos, lo importante es existir, y eso ya es mucho.

La mirada al pasado no se limita a la propia familia. También vemos las acciones (y las omisiones) de personas que nos educaron, que nos ayudaron, que nos curaron o que provocaron en nosotros una enfermedad dolorosa.

Además, no podemos cerrar los ojos a ese pasado escrito desde la propia libertad: opciones que hemos realizado con mayor acierto, o que nos llevaron a fracasos amargos que no acabamos de encajar.

Respecto del presente, las perspectivas son muy variadas. Uno supone que se encuentra en una situación afortunada, porque realiza el trabajo que siempre había soñado, porque se lleva bien con sus jefes y sus compañeros, porque vive con los seres que ama, porque su conciencia está tranquila.

Otro descubre y toca inquietudes continuas en su corazón. Ni los estudios realizados, ni el trabajo que desempeña, ni su familia, ni sus amigos, le “llenan”. Siente un extraño vacío y una profunda disconformidad con lo que le pasa. Sueña y sueña en que un día podrá salir de situaciones que ve ahora como túneles oscuros sin sentido.

Otros no saben exactamente dónde están ni qué tienen. Dejan que la vida siga su marcha inexorable, se dejan arrastrar por los acontecimientos. Ni lloran por penas amargas ni sienten euforias por lo que realizan. Simplemente siguen adelante, con una serenidad extraña, quizá con apatía, sin grandes sobresaltos y sin grandes ilusiones.

Respecto del futuro, las miradas también son muy diferentes. Van desde la esperanza de quien prevé un paso hermoso y grande en su camino personal hasta quien encuentra ante sí un horizonte confuso, lleno de amenazas, sin nada capaz de ilusionarle.

Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me veo a mí mismo? ¿Qué percibo de hermoso en mi vida? ¿Qué hay oscuro en el camino del pasado? ¿Cómo miro hacia adelante, hacia el futuro que se construye cada día?

La mirada sería incompleta si no abriésemos el telón del cielo para reconocer que existe un Dios que es Padre, que piensa en sus hijos, que busca al perdido, que tiende la mano al que sufre, que cura las heridas, que rescata al pecador, que da esperanzas a quien llora su presente, que viste el horizonte con el arco iris que nos recuerda su ternura eterna.

Sólo cuando me ponga ante los ojos divinos conseguiré verme a mí mismo de un modo completo, magnífico, inesperado. Mi pasado quedará entonces en las manos de Dios. Mi presente se mostrará como un valle rodeado de cariño. Mi futuro brillará como un horizonte maravilloso de esperanzas...

Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto


Mateo 5, 43-48. Si realmente creyéramos que somos hijos del Padre celestial y que estamos destinados a la vida eterna, todo en nosotros cambiaría.
Autor: David Varela Flores | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiaras a tu enemigo. Pero yo os digo: amen a sus enemigos y rueguen por los que les persiguen, para que sean hijos de su Padre Celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si aman a quienes les aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan sino a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen lo mismo los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.

Oración introductoria

Jesucristo, yo quiero darte lo mejor de mí. Sabes que lo busco en serio, pero soy débil. Busco la santidad y la anuncio, pero me avergüenzo de ella; quiero cambiar, pero me gusta mi imperfección. Necesito de ti para enorgullecerme y amar la santidad. Jesús, que no me quede en palabras.

Petición

Señor, quítame el miedo a la santidad. Dame tu gracia para comprender que la santidad es la verdadera donación y que no consiste en grandes proyectos, sino en el trato personal con los que me rodean, rezando por los que nos persiguen, amando a los que nos odian, saludando a los que no nos conocen.

Meditación

¿Cómo podemos imitar a Jesús? Él dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5, 44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de un nuevo comienzo. Logra cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad. (Benedicto XVI, Ángelus del 20 de febrero de 2011).

Reflexión apostólica

Nos falta fe. Si realmente creyéramos que somos hijos de nuestro Padre celestial y que estamos destinados a la vida eterna, todo en nosotros cambiaría. Entonces, comprenderíamos que esta vida con sus sufrimientos y sus pesares, son sólo una preparación para la vida eterna. Esa vida eterna en la que nos sorprenderíamos de lo que hay. Una vida en la que me saludarán incluso los desconocidos, en la que estaremos cerca de la perfección.

Lo mejor de todo es que no hay que esperar tanto; podemos empezar ahora. Sólo hay que acoger al Señor y amarlo con el corazón para traer el cielo a la tierra. Al inicio, costará, pero poco a poco la caridad dará otro sabor al sacrificio, hasta que encontremos que hacer el bien es lo más agradable que existe en el mundo. Y, entonces, disfrutaremos el perdonar, el renunciar a nuestros gustos por los demás, el amor. Entonces, y sólo, entonces, habremos comprendido lo que significa el Cristianismo: ser felices haciendo felices a los demás.

Propósito

Ofreceré la actividad que más me gusta por amor a Dios.

Diálogo con Cristo

Jesús, te pido que aumentes mi fe para que me de cuenta de que la santidad no es hacer lo que no me gusta, sino lo que te gusta a Ti. Dame tu gracia para perdonar de corazón como Tú me has perdonado, Dios mío; para amar no sólo a los que me quieren, sino a los que me han hecho algún daño; para parecerme cada día más a ti.

Se considera como perfección el esfuerzo constante por la perfección. (San Jerónimo, Epist. 254)