lunes, 26 de septiembre de 2011

Silencio orante en la iglesia


No podemos ir a la iglesia con un corazón disperso. Tampoco es el lugar para saludos, conversaciones que distraen.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Las iglesias, para los católicos, son un espacio muy especial. En ellas se celebra la Santa Misa. En ellas se imparte el sacramento de la confesión. En ellas queda reservado, en el Sagrario, el Cuerpo de Cristo. En ellas podemos encontrar un refugio para intimar con quien nos salva. Cada iglesia es, sencillamente, la casa de Dios.

Por eso, al entrar en un templo, la actitud que nace de la fe es la de un silencio orante. El lugar sagrado nos invita a abrir el corazón a las luces de Dios, al mundo del espíritu, a la gracia que salva.

No podemos ir a la iglesia con un corazón disperso. Tampoco es el lugar para saludos, para palabras vanas, para conversaciones que distraen.

Desde una mirada de fe, la iglesia se convierte en un lugar apto, maravilloso, para el encuentro con Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1185) dice, al respecto, que “el templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía”.

El alma, entonces, puede hacer suyas las palabras del salmista:

“¡Qué amables tus moradas, oh Yahveh Sebaot! Anhela mi alma y languidece tras de los atrios de Yahveh, mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo. Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y para sí la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: ¡Tus altares, oh Yahveh Sebaot, rey mío y Dios mío! (...) Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre” (Sal 84,2-5).

¿Quién será el mayor?


Lucas 9, 46-50. Tiempo Ordinario. Si queremos llegar a Cristo, el camino es la sencillez y humildad, hacernos pequeños ante los demás.
Autor: Roberto Carlos Estévez | Fuente: Catholic.net
Lucas 9, 46-50

En aquel tiempo se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor». Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».

Oración

Dios mío, permite que tenga este rato de oración con la sencillez, la confianza y la docilidad del corazón de un niño, consciente de mi pequeñez, de mi fragilidad y necesidad de dependencia, por ello te suplico, ven Espíritu Santo.

Petición

Señor, ayúdame a llevar a la práctica todas las enseñanzas que me deja tu Palabra.

Meditación

«La clave para descubrir el fundamento interno de esa singular experiencia [...], de ese estar abiertos a la participación en el conocimiento del Hijo: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. La pureza de corazón es lo que nos permite ver. Consiste en esa sencillez última que abre nuestra vida a la voluntad reveladora de Jesús. Se podría decir también: nuestra voluntad tiene que ser la voluntad del Hijo. Entonces conseguiremos ver. Pero ser hijo significa existir en una relación; es un concepto de relación. Comporta abandonar la autonomía que se encierra en sí misma e incluye lo que Jesús quería decir con sus palabras sobre el hacerse niño. De este modo podemos comprender también la paradoja que se desarrolla ulteriormente en el Evangelio de Juan: que Jesús, estando sometido totalmente al Padre como Hijo, está precisamente por ello en total igualdad con el Padre, es verdaderamente igual a El, es uno con El» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 136)
Reflexión

En esta ocasión, los discípulos también se preocupan por saber quién sería el mayor de entre ellos. Suele suceder que en un grupo humano siempre hay uno o unos pocos que mandan y que en definitiva son los importantes. Los importantes en este mundo ocupan los primeros puestos, tienen muchos servidores a su disposición y quieren que se les tome en cuenta.

Cristo conocía el corazón humano y conocía el corazón de sus doce pescadores. Por ello, les previene de la forma más sencilla, a través del ejemplo de un niño. Porque si hay alguien en esta vida que nos da ejemplo de sencillez, naturalidad, candidez, franqueza son los niños. Quien sino ellos son el ejemplo auténtico de humildad de espíritu.

Por tanto, recibir a un niño en medio de nosotros significa acoger en nuestro corazón todas las virtudes que él representa. Y del mismo modo si queremos llegar a Cristo no nos queda otro camino más que el de la sencillez y humildad, el del servicio desinteresado a nuestro prójimo y en definitiva el camino de hacernos pequeños ante los demás que significa cortar todo engreimiento, vanidad y presunción delante de nuestro prójimo, y vivir para los demás olvidado totalmente de uno mismo.

Propósito

Confiar humildemente en que, unido a Cristo, puedo alcanzar la santidad con la sencillez de un niño.

Diálogo con Cristo

Jesús, Tú alabas la sencillez, la pureza, la apertura y la docilidad de los niños. Me pongo de rodillas y te digo que quiero ser una persona casta, pura, que pueda mirar directamente a los demás, con respeto y con amor fraterno.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Oficina de recolección de quejas


Nos ahogan miles de quejas con las que señalamos una y otra vez a los demás mientras olvidamos nuestros propios pecados y defectos.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net



El padre abad tuvo una idea. Redactó un texto y lo puso en las puertas del monasterio y de la parroquia:

“Visto que cada día cientos de personas se quejan por lo que hace o deja de hacer el obispo; por lo que hacen o dejan de hacer los sacerdotes; por lo que hacen o dejan de hacer los catequistas y los demás agentes de la pastoral; por lo que hacen o dejan de hacer los demás católicos.

Visto que nunca será posible ponernos de acuerdo sobre el color de las flores para las procesiones del Patrono, y que unos se quejarán contra lo que otros hayan decidido.

Visto que hay problemas reales que merecen ser solucionados pero que no se arreglan si nos limitamos a murmurar, cuando de lo que se trata es de hablar con quienes pueden poner remedio a los mismos.

Visto que existe el peligro de mirarnos continuamente a nosotros mismos, con todos nuestros defectos, pequeñeces y pecados, y olvidar a esa multitud de personas que siguen fuera de la Iglesia y que necesitan el testimonio de nuestra fe, esperanza y caridad.

Visto que pensamos que hay otros que no merecen el perdón de Dios, cuando en realidad nadie lo merece (nosotros tampoco), sino que Cristo lo ofrece a todos aquellos que se convierten de corazón.

Visto que podemos caer en el agujero de hablar más de los errores de la Iglesia que de los cientos de abortos que se cometen cada año en nuestra zona y en todo el mundo, que podemos dedicarnos a la crítica por la crítica mientras olvidamos que cada año mueren millones de personas de hambre o miles de ancianos sin que nadie les acompañe en sus últimos años.

Visto que nos ahogan miles de quejas con las que señalamos una y otra vez a los demás mientras olvidamos nuestros propios pecados y defectos.

Se instituye, al día de hoy, una oficina de recolección de quejas. Su funcionamiento se estipula como sigue:

1. No se admiten quejas de cosas simplemente escuchadas pero no comprobadas.

2. No se admiten quejas que nazcan de envidias, rencores, odios y desengaños del pasado o del presente.

3. No se admiten quejas anónimas.

4. No se admiten quejas que suponen en los demás intenciones desconocidas y que incurren, por lo mismo, en juicios temerarios o en el delito de la calumnia.

5. Se admiten aquellas quejas basadas en hechos reales y comprobados.

6. Se admiten quejas acompañadas de propuestas concretas de solución.

7. Se admiten quejas que se ofrecen con el deseo sincero de ayudar a otros, no las que simplemente buscan hundir a los demás.

8. Se admiten quejas maduradas en la oración y orientadas a promover una vida evangélica, litúrgica y eclesial profunda, fervorosa, responsable y alegre.

9. Se admiten quejas sobre temas importantes, no sobre asuntos de nuestra vida comunitaria que no tienen mayor relevancia.

10. Se admiten quejas que ayuden a orientar nuestros corazones a la misión y al rescate de tantos hermanos nuestros que se han alejado de la fe o que nunca han conocido realmente a Cristo.

11. Se admiten quejas que nacen del deseo sincero y práctico de mejorarnos antes a nosotros mismos que a los demás; quejas acompañadas de actos concretos de caridad, de servicio, de ayuda, de oraciones por nuestra comunidad, por la Iglesia entera, por todos los hombres y mujeres, especialmente por los más necesitados.

12. Se admiten quejas que nos lleven a despertar del letargo en el que nos sumerge el vicio de la avaricia y nos ayuden a vivir la auténtica pobreza evangélica, a compartir nuestros bienes con los necesitados y nuestro tiempo con quienes anhelan un poco de cariño y de atenciones.

Una vez recogidas, las quejas serán estudiadas en la oración para que, si así lo quiere Dios, puedan ayudarnos a mejorar la propia vida y la de la quienes están a nuestro lado.

Desde la fuerza de la gracia divina, esas quejas podrán convertirse en motivo de conversión. Sólo entonces nos permitirán crecer cada día en el Amor a Dios y a nuestros hermanos, sobre todo cuando son débiles, frágiles y pecadores como nosotros, y necesitan menos críticas destructivas y más cariño sincero que culmina en una corrección fraterna auténticamente cristiana.

Firmado y sellado con una oración a Jesucristo, manso y humilde de Corazón, y a la Virgen, Madre del buen consejo, en el día de hoy, el año de gracia del Señor dos mil y...”

¿Cuál de ellos hizo la voluntad del Padre?


Mateo 21, 28-32. Tiempo Ordinario. Lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

Mateo 21, 28-32

«Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: No quiero, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: Voy, Señor, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.

Oración

Padre mío, aunque me duela, tengo que aceptar que aún sabiendo que nos amamos infinitamente, yo puedo traicionarte muy fácilmente. Pero te creo y sé que tu misericordia es más grande que mis debilidades, por eso te pido que me guíes en esta oración para encontrar la fuerza para perseverar siempre en el Amor.

Petición

Señor, ayúdame a ser siempre fiel a tu amor.

Meditación

«Hoy la liturgia nos propone la parábola evangélica de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en su viña. De estos, uno le dice inmediatamente que sí, pero después no va; el otro, en cambio, de momento rehúsa, pero luego, arrepintiéndose, cumple el deseo paterno. Con esta parábola Jesús reafirma su predilección por los pecadores que se convierten, y nos enseña que se requiere humildad para acoger el don de la salvación.“No hagáis nada por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos”. Estos son los mismos sentimientos de Cristo, que, despojándose de la gloria divina por amor a nosotros, se hizo hombre y se humilló hasta morir crucificado. El verbo utilizado -ekenosen- significa literalmente que “se vació a sí mismo y pone bien de relieve la humildad profunda y el amor infinito de Jesús, el Siervo humilde por excelencia» (Benedicto XVI, 28 de septiembre de 2008).

Reflexión

Seguramente nos es bastante familiar este refrán: “Obras son amores, que no buenas razones”. Es probable que nosotros mismos lo hayamos pronunciado miles de veces. Y, sin embargo, parece que en muchas ocasiones nos olvidamos fácilmente de él....

En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les pide que vayan a trabajar a la viña. El primero responde de un modo muy poco cortés y un tanto violento: ¡No quiero!”le dice al padre. En cambio, el otro, con palabras muy atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero: “Voy, señor” le contesta, pero no va. En cambio, el hijo rebelde y “rezongón” se arrepiente y va a trabajar. Y Cristo pregunta a sus oyentes: “Cuál de los dos hizo lo que quería el padre?”. La respuesta era obvia: el primero. Sus obras lo demostraron.

Y, después del “cuentito”, el Señor dirige unas palabras muy duras a los sumos sacerdotes y jefes del pueblo que le oían: -“Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. ¡Un juicio duro, pero muy certero! ¿Por qué? Porque los pecadores y las prostitutas son como el primer hijo de la parábola: a pesar de que sus palabras no eran las más “bonitas” y adecuadas, ellos hicieron la voluntad del Padre: creyeron en Cristo y se convirtieron ante su predicación.

Mientras que los fariseos y los dirigentes del pueblo judío, que se consideraban muy justos y observantes, y se sentían muy seguros de sí mismos, ésos son como el segundo hijo: sus “pose” externo es muy respetuoso y comedido, pero NO obedecen a Dios. Y lo que Cristo quería era que hicieran la voluntad del Padre.

Yo creo que lo que nuestro Señor quiere decirnos con esta parábola es, en definitiva, que lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras. O, mejor: que las palabras y las promesas que hacemos a Dios y a los demás cuentan en la medida en que éstas van también respaldadas por nuestras obras y comportamientos. Éstas son las que mejor hablan: las obras, no los bonitos discursos; las obras, no los bellos propósitos o los nobles sentimientos nada más.

Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: “¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?”. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”.¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido” obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que “no todo el que me dice ¡Señor, Señor! se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo”. Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes.

Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos?

Propósito

Iniciar y terminar el día con un momento de oración humilde ante el Dueño de mi vida.

Diálogo con Cristo

Tengo que salir de mí mismo, de mis gustos y proyectos cuando no están en consonancia con mi vocación a la santidad. Sé que cuento con tu presencia, cercana y amorosa en la Eucaristía, ayúdame a no sólo oír sino saber responder a tu llamado, apoyado en tu gracia.