Lunes primera semana de Cuaresma. Donde cada uno va a ir encontrándose en más profundidad con Cristo.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La Cuaresma que se nos puede presentar simplemente como camino de
penitencia, como un camino de dolor, como un camino negativo, realmente
es todo lo contrario. Es un camino sumamente positivo, o por lo menos
así deberíamos entenderlo nosotros, como un camino de crecimiento
espiritual. Un camino en el cual, cada uno de nosotros va a ir
encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo. Encontrarnos con
Cristo en el interior, en lo más profundo de nosotros, es lo que acaba
dando sentido a todas las cosas: las buenas que hacemos, las malas que
hacemos, las buenas que dejamos de hacer y también las malas que dejamos
de hacer.
En el fondo, el camino que Dios quiere para nosotros,
es un camino de búsqueda de Él, a través de todas las cosas. Esto es lo
que el Evangelio nos viene a decir cuando nos habla de las obras de
misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da de beber al
sediento, en el fondo
no simplemente hace algo bueno o se comporta bien con los demás, sino va
mucho más allá. Está hablándonos de una búsqueda interior que nosotros
tenemos que hacer para encontrarnos a Cristo; una búsqueda que tenemos
que tenemos que ir realizando todos los días, para que no se nos escape
Cristo en ninguno de los momentos de nuestra existencia.
¿Cómo
buscamos a Cristo?¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para ver a
Cristo? ¿Hasta que punto nos atrevemos a ir descubriendo, en todo lo que
nos pasa, a Cristo? La experiencia cotidiana nos viene a decir que no
es así, que muchas veces preferimos cerrar nuestros ojos a Cristo y no
encontrarnos con Él.
¿Por qué nos puede costar reconocer a
Cristo?¿Qué es lo que han hecho de malo los que no vieron a Cristo en
los pobres? ¿Realmente dónde está el mal? Cuando dice
Jesús Estuvieron hambrientos y no les disteis de comer; estuvieron
sedientos y no les disteis de beber, ¿qué es lo que han hecho de malo?
Lo que han hecho de malo, es el no haber sido capaces de reconocer a
Cristo; el no haber abierto los ojos para ver a Cristo en sus hermanos.
Ahí está el mal.
Lo que nos viene a decir el Evangelio, el
problema fundamental es que nosotros tengamos la valentía, la
disponibilidad, la exigencia personal para reconocer a Cristo. No
simplemente para hacer el bien, que eso lo podemos hacer todos, sino
para reconocer a Dios. Saber poner a Cristo en todas las situaciones, en
todos los momentos de nuestra vida.
Esto que nos podría parecer
algo muy sencillo, sin embargo es un camino duro y exigente. Un camino
en el cual podemos encontrarnos tentaciones. ¿Cuál es la principal
tentación? La principal tentación en este camino, del cual nos habla el
Evangelio de
hoy, es precisamente la tentación de no aceptar, con nuestra libertad,
que Cristo puede estar ahí, o sea la tentación del uso de la libertad.
Creo
que si hay algo a lo cual nosotros estamos profundamente arraigados, es
a nuestra libertad y es lo que buscamos defender en todo momento y
conservar por encima de todo. Cristo dice: "¡Cuidado!, no sea que tu
libertad vaya a impedirte reconocerme. ¿Cuántas veces el ayudar a
alguien significa tener que dejar de ser uno mismo? ¿Cuántas veces el
ayudar a alguien significa tener que renunciar a nosotros mismos? "Tuve
hambre y no me diste de comer". Y tengo que ser yo quien te dé de comer
de lo mío, es decir, tengo que renunciar. Tengo que ser capaz de
detenerme, de acercarme a ti, de descubrir que tienes hambre y de darte
de lo mío.
A veces podríamos pensar que Cristo sólo se refiere al
hambre material, pero cuántas veces se
acerca a nosotros corazones hambrientos espiritualmente y nosotros
preferimos seguir nuestro camino; preferimos no comprometer nuestra
vida, pues es más fácil, así no me meto en complicaciones, así me ahorro
muchos problemas.
¿Cuántas veces podrían nuestros hermanos, los
hombres, haber pasado a nuestro lado, haber tocado nuestra puerta y
haber encontrado nuestro corazón, libremente, conscientemente cerrado?
diciendo: "yo no me voy a comprometer con los demás, yo no me voy a
meter en problemas". Cuidado, porque esta cerrazón del corazón, puede
hacer que alguien muera de hambre; puede ser que alguien muera de sed.
No podemos solucionar todos los problemas del mundo; no podemos arreglar
todas las dificultades del mundo, pero la pregunta es: ¿cada vez que
alguien llega y toca a tu corazón, le abres la puerta? ¿te comprometes
cada vez que tocan tu corazón? Este es un camino
de Cuaresma, porque es un camino de encuentro con Cristo, con ese Cristo
que viene una y otra vez a nuestra alma, que llega una y otra a nuestra
existencia.
Todos nosotros somos de una o de otra forma,
miembros comprometidos en la Iglesia, miembros que buscan la superación
en la vida cristiana, que buscan ser mejores en los sacramentos, ser
mejores en las virtudes, encontrarnos más con nuestro Señor. ¿Por qué no
empezamos a buscarlos cuando Él llega a nuestra puerta? Cuidad con la
principal de las tentaciones, que es tener el corazón cerrado.
A
veces nos podría preocupar muchas tentaciones: lo mal que está el mundo
de hoy, lo tremendamente horrible que está la sociedad que nos rodea.
¿Y la situación interior? ¿Y la situación de mi corazón cerrado a
Cristo? ¿Y la situación de mi corazón que me hace ciego a Cristo, cómo
la resuelvo?
Las situaciones de la sociedad se pueden ignorar cerrando los ojos, no
preocupándome de nada, metiéndome en un mundo más o menos sano. Pero la
del corazón, la tentación que te impide reconocer a Cristo en tu
corazón, ¿cómo la solucionas? Este es el peor de los problemas, porque
de ésta es la que a la hora de la hora te van a preguntar: ¿Qué hiciste?
¿Dónde estabas? ¿Por qué no me abriste si estabas en casa?¿Por qué si
yo te estaba buscando a ti, tu no me quisiste abrir la puerta? ¿Por qué
si yo quería llegar a tu vida, preferiste quedarte dentro y no salir?
?¿Por qué si yo quería reunirme contigo, solucionar tus problemas,
ayudarte a reconocerme, tú preferiste seguir viviendo con los ojos
cerrados.
Esto es algo muy fuerte y la Cuaresma tiene que
ayudarnos a preguntarnos y a planteárnos la apertura
real del corazón y ver porqué nuestro corazón cerrado por nuestra
libertad no quiere reconocer a Cristo en los demás. Atrevámonos a ver
quiénes somos, cómo estamos viviendo nuestra existencia. Abramos nuestro
corazón de par en par. No permitamos que nuestro corazón acabe siendo
el sediento y hambriento por cerrado en si mismo. Podemos acabar siendo
nosotros, auténticos hambrientos y sedientos, y estar Cristo tocando a
nuestras puertas y sin embargo cerramos el corazón.
Hagamos de
nuestro camino de cuaresmal, un camino hacia Dios abriendo nuestro
corazón. Yo estoy seguro, de que siempre que abramos nuestro corazón
vamos a encontrarnos con nuestro Señor, con Cristo que nos dice por
dónde tenemos que ir. Así, nuestra alma va a decir: "efectivamente, yo
se que tu eres el Señor, te he reconocido y por eso abro mi vida. Te he
reconocido y por eso me doy
completamente y soy capaz de superar cualquier dificultad. Te he
reconocido". Abramos el corazón, reconozcamos a Cristo, no permitamos
que nuestra vida se encierre en sí misma. Tres condiciones para que
podamos verdaderamente tener al Señor en nuestra existencia. De otra
forma, quién sabe qué imagen tengamos de Dios y no se trata de hacer a
Dios a nuestra imagen, sino hacernos a imagen de Dios.
Que el
reclamo a la santidad, que es la Cuaresma, sea un reclamo a un corazón
tan abierto, tan generoso y tan disponible que no tenga miedo de
reconocer a Cristo en todas cada una de la situaciones por las que
atraviesa; en todas y cada una de las exigencias, que Cristo, venga a
pedir a nuestra vida cotidiana. No se trata simplemente de esperar hasta
el día del Juicio Final para que nos digan: "tu a la derecha y tu a la
izquierda"; es en el camino cotidiano, donde tenemos que empezar a abrir
los ojos y a reconocer a Cristo.