sábado, 24 de septiembre de 2011

Nacer de la Virgen María


María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.
Autor: Ágora marianista | Fuente: Catholic.net

Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.

Anuncio de la Pasión


Lucas 9, 43-45. Tiempo Ordinario. Sólo Jesús sabía cuándo y cómo iba a morir. Ninguno de nosotros puede saberlo. Es un misterio que sólo Dios conoce.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

Lucas 9, 43-45

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.

Oración

Ven Espíritu Santo, ilumina mi mente y mi voluntad para que nunca tema acercarme a mi Padre celestial en la oración. Hazme dócil a tus inspiraciones y ayúdame a corresponder a ellas con generosidad.

Petición

Jesús, ayúdame a entender, y a vivir, lo que hoy me quieres decir en esta oración.

Meditación

Los discípulos reconocen que Jesús no tiene cabida en ninguna de las categorías habituales, que El era mucho más que “uno de los profetas”, alguien diferente. Que era más que uno de los profetas lo reconocieron a partir del Sermón de la Montaña y a la vista de sus acciones portentosas, de su potestad para perdonar los pecados, de la autoridad de su mensaje y de su modo de tratar las tradiciones de la Ley. Era ese “profeta” que, al igual que Moisés, hablaba con Dios como con un amigo, cara a cara; era el Mesías, pero no en el sentido de un simple encargado de Dios. En Él se cumplían las grandes palabras mesiánicas de un modo sorprendente e inesperado: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”. En los momentos significativos, los discípulos percibían atónitos: “Éste es Dios mismo”. Pero no conseguían articular todos los aspectos en una respuesta perfecta» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 122).

Reflexión

Sólo Jesús sabía cuándo y cómo iba a morir. Ninguno de nosotros puede saberlo. Es un misterio que sólo Dios conoce. Y como Jesús es una Persona Divina, podía dar a conocer a sus discípulos cómo sería su muerte.

En toda la historia de la humanidad no encontramos a nadie como Cristo. No existen documentos que presentasen el nacimiento de nadie, sólo de Jesús de Nazaret. El Antiguo Testamento está lleno de profecías que anunciaban la venida del Mesías. Decían que sería descendiente de David, que nacería en Belén, que su Madre sería virgen, que sería Hijo de Dios, que salvaría a su pueblo, que moriría por los pecados de los demás... y cuando estuvo entre los suyos les anunció que sería clavado en una cruz y que al tercer día resucitaría.

Por tanto, Jesucristo es alguien excepcional. Lo demuestra también el hecho que contamos los años desde que Él nació, al menos en todos los pueblos de influencia cristiana. La venida de Jesús a la tierra marcó un hito en la historia del hombre. El Dios eterno, invisible, todopoderoso, inalcanzable... se hizo carne y fue un hombre como nosotros. De esta manera podríamos conocer mejor a Dios, porque su mismo Hijo nos lo revelaría con todo detalle, y se convertiría en el modelo perfecto de hombre, al que podemos imitar.

Propósito

Rezar una oración por el día de mi muerte porque solo Dios conoce el día y la hora que estaremos en su Presencia.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, conocerte y escuchar la Palabra de Dios me debe llevar al compromiso de saber buscarte con amor y confianza en la oración. Comulgar con tus pensamientos y con tu voluntad. Muchos te escucharon, pero nunca tuvieron una relación personal contigo, y los que la tuvieron, aún así te abandonaron en el Calvario. Señor abre mi corazón, quiero experimentar tu cercanía y tu protección, no permitas que nunca te abandone.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Más allá de la muerte


Con lo que yo hago ahora, decido lo que va a ser mi existencia en la eternidad. Decido mi infierno o mi cielo.
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net


¿Y después de la muerte, qué? Las respuestas pueden ser muchas. Si las intentamos reducir a lo esencial, nos encontramos con tres respuestas fundamentales.

La primera: después de la muerte no hay nada. Tú, yo, todos, nos vamos a desintegrar, desaparecemos. Nuestras partículas, olvidadas de lo que fueron, irán a parar a mil lugares distintos. Algunos serán recordados, pero la fama de los grandes hombres no les permite disfrutar un minuto de alegría después de atravesar la frontera del “no retorno”. Tampoco habrá justicia: el criminal, el ladrón, el traidor, se habrán ido, quizá sin haber sido castigados por la justicia humana. Una vez muertos, nadie podrá pedirles cuentas de sus fechorías...

La segunda: después de la muerte empieza una nueva vida terrena, o incluso sigue una serie de vidas (dos, tres, cinco, ¿mil?). Es decir, quizá nos reencarnemos. Nuestra alma volará y tomará otro cuerpo, tendrá una nueva existencia. Quizá seremos una mariposa, o un cangrejo, o un perro que persigue conejos en praderas interminables. Se inicia así una “segunda oportunidad”. Y esto nos llena de un cierto alivio: si lo hicimos todo mal en la vida anterior, quizá en la nueva podremos portarnos bien y merecer, en la siguiente reencarnación, un cuerpo un poco mejor del que nos haya tocado ahora.

La teoría de la reencarnación presenta muchas variantes según la respuesta que se dé a estas preguntas. ¿Cada uno escoge su nuevo tipo de vida? ¿Cuántas veces uno se puede reencarnar? ¿Y después? ¿Hay algún Dios que juzga y que decide el cuerpo que nos va a tocar? Lo extraño es que ninguno (al menos, de los que yo conozco) recuerda que tuvo una vida anterior a la que ahora tiene. Ni hemos visto a un perro o a un gato contarnos lo que hicieron cuando estaban al lado de Napoleón en la batalla de Waterloo... Pero la idea de una segunda oportunidad nos tienta de un modo extraño, y, tal vez, nos hace valorar poco la existencia que ahora tenemos. Y eso puede ser muy peligroso.

La tercera respuesta: después de la muerte, hay un juicio, y unos van al cielo y otros van al infierno. Sin más: no existe una “segunda oportunidad” en una eventual futura reencarnación... Cristianos, musulmanes y bastantes autores del judaísmo aceptan esta respuesta, si bien difieren en lo que sea el cielo o el infierno, o en el modo en el cual procederá el juicio.

Desde este último punto de vista, la vida actual, esta única vida antes del juicio, adquiere un valor enorme. Lo que yo hago ahora no se perderá en el universo (como se piensa en la primera respuesta), ni tendré una nueva ocasión de actuar mejor gracias a una reencarnación (segunda respuesta). Ahora determino y decido lo que va a ser, eternamente, mi existencia en la otra vida. Decido mi cielo o mi infierno.

Delante de la frontera de la muerte, la ciencia se detiene. Nos dice cuándo uno ya dejó de vivir la existencia que tuvo entre nosotros. Nos explica la descomposición del cuerpo, la destrucción total del cerebro, pero no lo que pasa al espíritu. Lo que hay al otro lado escapa al microscopio más perfecto. El mundo del espíritu es invisible, y la ciencia, menos mal, no puede tocarlo. Lo triste es vivir con un corazón eterno como si fuésemos un pedazo de materia orgánica obtenida por la casualidad evolutiva, sin esperanza ni amor.

Nos entusiasma poder amar y vivir en esta tierra. Nos llena de alegría acariciar a un niño o contemplar una estrella. Nos conmueve la ternura de un anciano y la mirada serena y tranquila de algunos “locos” que nos penetran con sus ojos entre compasivos y alegres. Pero, lo creemos de verdad, no somos capaces de intuir lo que nos espera más allá de la muerte.

Esta vida vale tanto que Dios quiso vivirla con nosotros. Cristo, el Hijo de Dios, dejó abierto el camino hacia el cielo. Nos reveló que hay un juicio, que el amor es todo, que el peligro del infierno acecha tras la muerte. Vale mucho nuestra vida, valen mucho nuestros actos. Pero no estamos solos. Desde una Cruz Jesús, el Resucitado, nos acompaña en nuestros dolores y fatigas. Y nos espera, para siempre, en la casa del Padre.

Profesión de fe de Pedro


Lucas 9, 18-22. Tiempo Ordinario. ¿Sabemos quién es Cristo? Respondámosle sin miedo en la intimidad de la oración.
Autor: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net


Lucas 9, 18-22


Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Oración

Señor Jesús, el Evangelio en muchas ocasiones menciona cómo sabías darte el tiempo y buscabas el mejor lugar para hacer oración. Ayúdame a aprender de Ti, que sepa darle siempre prioridad a mi oración.

Petición

Jesús, dame la luz y la fuerza para convertirme en un verdadero hombre/mujer de oración.

Meditación

¿Cuál es mi experiencia de Cristo?
«Hoy es habitual considerar a Jesús como uno de los grandes fundadores de una religión en el mundo, a los que se les ha concedido una profunda experiencia de Dios. [...] Así, la palabra “experiencia” hace referencia, por un lado, a un contacto real con lo divino, pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto que la recibe. Cada sujeto humano puede captar sólo un fragmento determinado de la realidad perceptible, y que además necesita después ser interpretado. Con esta opinión, uno puede sin duda amar a Jesús, convertirlo incluso en guía de su vida. Pero la “experiencia de Dios” vivida por Jesús a la que nos aficionamos de este modo se queda al final en algo relativo, que debe ser completado con los fragmentos percibidos por otros grandes. Por tanto, a fin de cuentas, el criterio sigue siendo el hombre mismo, cada individuo: cada uno decide lo que acepta de las distintas “experiencias”, lo que le ayuda o lo que le resulta extraño. En esto no se da un compromiso definitivo». (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 118).


Reflexión

¿Quién dicen los hombres que soy? Es una pregunta que aún hoy nos hace Cristo a cada uno de los que profesamos el nombre de cristianos. Esa vez fue dirigida a los apóstoles y causó el mismo impacto que si nos la dijera hoy Jesús a nosotros. Ellos, que habían escuchado sus palabras, habían dejado todo por seguirlo, nunca se habían cuestionado sobre quién era “realmente” aquel Hombre que podía dominar la naturaleza y que curaba a los enfermos y perdonaba los pecados.

Ante la primera pregunta muchos respondieron de inmediato: que Juan el Bautista, que alguno de los profetas... Y vosotros, ¿quién decís que soy? Sólo ahora se quedaron estupefactos. No se lo habían planteado jamás. ¿Cómo era posible que no supieran quién era? Ocurre que muchos católicos tras años de bautizados, y después de haber visto la acción de la gracia tan patente por los sacerdotes, tampoco saben “realmente” quién es Él. Porque es una pregunta que se responde de corazón a corazón, no de un frío libro a una también fría mente. Cristo pregunta y lo hace porque desea que lo conozcamos de veras.

Sólo el bueno e intrépido de Pedro responderá justamente: Tú eres el Cristo. Porque se ha dejado llevar de la inspiración del Espíritu, él que será la Piedra de la Iglesia. ¿Sabemos quién es Cristo? Respondámosle sin miedo en la intimidad de la oración de corazón a Corazón.

Propósito

Esforzarme por tener a Cristo como el criterio de mis decisiones e imitar su estilo de vida.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, lo primero que debo de buscar, si quiero ser feliz, es vivir centrado en Ti, eso es lo esencial de mi vida. Tengo que arraigarme en Ti y corresponder generosa y alegremente a tu infinito amor. Te pido tu gracia para saber vivir en el amor al saberte reconocer en los acontecimientos, buenos y malos, de este día.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Jesús Sacramentado, enseñanos a ser humildes


Presente en esa Hostia donde los ojos del que "se hizo hombre y habitó entre nosotros" nos miran con su infinito amor.
Autor: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
En el Evangelio según San Juan l3, 1-15, se nos narra cuando Jesús lava los pies a los discípulos.

Con este pasaje del Evangelio de San Juan quedamos introducidos en la parte central de los acontecimientos más relevantes de nuestra fe. Ya estamos de lleno en ellos: LA ÚLTIMA CENA.

Jesús quiere despedirse de sus seguidores, de sus compañeros, de sus amigos.

Otra vez su gran humildad. Su gesto fino y lleno de ternura. Va lavándole los pies a aquellos hombres que lo habían visto ordenar a los vientos y a las olas la quietud en la tormenta, que le habían visto dar luz a los ojos de los ciegos, hacer andar a los paralíticos, sanar a los leprosos, resucitar a los muertos. Que lo habían visto radiante como el sol en su Transfiguración y ahora, con un amor inconmensurable, con una humildad sin límites les está lavando los pies.

Pedro está asustado, no acierta a comprender, pero ante las palabras de Jesús y con su vehemencia natural, le pide que le lave de los pies a la cabeza. Jesús va más alla.... está pensando en la humanidad y en esta humanidad estoy yo y falta poco para que no seamos lavados con agua, sino con su sangre que nos limpia y nos redime.

Jesús, entre los doce están los pies de aquel que te va a traicionar...y creo que tus manos tuvieron que temblar al lavar los pies de Judas. Acariciaste aquellos pies con amor y con tristeza y nos mandaste hacer eso mismo con nuestros semejantes, sin distinciones de este por que me cae bien o de este no por que me cae mal.

¡Que yo no olvide tu ejemplo y tu mandato, Señor! Que a todos los que me rodean en mi cotidiano vivir yo los acepte como son y tenga ante ellos esa postura de amor y de humildad que tú nos pides.

Y nuestra pobre mente no alcanza a comprender todo el profundo significado de este acto. Ya antes de morir te estás anonadando ante los hombres y después otra locura de ese amor que te abrasa el alma, que quema tu corazón por ello no quisiste dejarnos solos y poco después, haces del pan tu Cuerpo y del vino tu Sangre y te quedas para ser nuestro alimento.

Y ahora, presente en esa Hostia donde los ojos del que "se hizo hombre y habitó entre nosotros" nos miran con su infinito amor, le podemos decir eso que siempre espera...

Jesús Sacramentado, de rodillas te pedimos:

"Jesús, enséñame a quererte, como tú me quieres, enséñame a ver tu rostro en el rostro de mis semejantes, enséñame, Jesús a ser buena, a que tú seas el Eje de mi vida, esa vida que hoy pongo en tus manos, Señor, muy cerca de tu corazón y enséñame a acompañarte a Tí y a tu Santísima Madre con mi oración en todos los amargos tormentos de la ya muy cercana muerte de cruz" Amén.

Herodes oye hablar de Jesús


Lucas 9, 7-9. Tiempo Ordinario. Nosotros también tenemos ganas de ver a Cristo, queremos conocerle y estar con El.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Lucas 9, 7-9

En aquel tiempo se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado.
Herodes dijo: A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas? Y buscaba verle.


Oración

Espíritu Santo, ven a mi encuentro, guía mi oración, para conocerte, no por curiosidad, sino porque quiero seguirte y amarte más. Ilumina mi mente y despierta en mí el deseo de vivir con entusiasmo y, sobre todo, con mucho amor.

Petición

Señor, purifica mi intención en este momento de oración y en todas las actividades de este día.

Meditación

«En todos los nombres que se mencionan para explicar la figura de Jesús se refleja de algún modo la dimensión escatológica. [...] Todas estas opiniones no es que sean erróneas; en mayor o menor medida constituyen aproximaciones al misterio de Jesús a partir de las cuales se puede ciertamente encontrar el camino hacia el núcleo esencial. Sin embargo, no llegan a la verdadera naturaleza de Jesús ni a su novedad. Se aproximan a él desde el pasado, o desde lo que generalmente ocurre y es posible; no desde sí mismo, no desde su ser único, que impide el que se le pueda incluir en cualquier otra categoría. En este sentido, también hoy existe evidentemente la opinión de la “gente”, que ha conocido a Cristo de algún modo, que quizás hasta lo ha estudiado científicamente, pero que no lo ha encontrado personalmente en su especificidad ni en su total alteridad» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 117).

Reflexión

¿Quién es este hombre que congrega a las multitudes, este hombre que cura a los enfermos, este hombre que nos habla de un Reino nuevo y a quien el mar y el viento obedecen? ¿Es un reformador social? ¿Un nuevo profeta? ¿Un revolucionario? ¿O el hombre más genial de todos los tiempos?

Hoy nos surge también a nosotros el mismo deseo que a Herodes. Tenemos ganas de ver a Cristo. Queremos conocerle y estar con El.

"Estamos contigo, Cristo. No podemos reprimir el decirte, como Pedro, “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Gracias, Señor, por haber entrado en nuestras vidas. Por haber irrumpido en la historia de la humanidad. Por haber cambiado los destinos de los hombres.

Lo mismo que la historia se cuenta ahora a partir de tu nacimiento, queremos también que nuestras vidas se cuenten a partir de este encuentro contigo.

Ayúdanos a llevar esta Buena Noticia a los hombres, a cambiar la historia como Tú lo hiciste. Te buscamos, ven a encontrarte con nosotros y colma nuestros anhelos.

Herodes no sabía quién eras. Nosotros sabemos que Tú eres el Hijo de Dios, y que sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Propósito

En el lugar adecuado, darme el tiempo y el silencio necesarios para la oración. Queremos estar con Jesús, en este diálogo íntimo de hoy, en esta oración, en la que quiero ver Tu rostro para poder darlo a conocer a los nuestros.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por concederme la gracia, la confianza y el gran consuelo de poder dialogar contigo, porque por tu inmensa generosidad no sólo te conozco sino que tengo la seguridad que Tú siempre estás dispuesto a darme tu gracia y cercanía. Ayúdame a pasar este día haciendo el bien.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mateo, de publicano a santo


El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo.
Autor: P. Juan J. Ferrán | Fuente: Catholic.net

Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.

Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

"Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y "le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

"No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9, 10-13).

Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.

Vocación de Mateo


Mateo 9, 9-13. Fiesta San Mateo Apóstol. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y encontró al hombre.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net


Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: Sígueme. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores? Mas Él, al oírlo, dijo: No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

Oración

Padre mío, escucho tu llamado y quiero seguirte. Deseo levantarme y salir de esta meditación convencido de quitar todo lo que me aparte de Ti, porque Tú bien sabes de mis debilidades y caídas, por eso te suplico que envíes a tu Espíritu Santo para que guíe esta oración y todo mi día.

Petición

Señor, que nunca sea sordo a tu llamado y sepa responder con alegría y generosidad.

Meditación

«Esto significaba para él abandonarlo todo, sobre todo una fuente de ingresos segura, aunque con frecuencia injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía continuar con actividades desaprobadas por Dios. Se puede intuir fácilmente que se puede aplicar también al presente: hoy tampoco se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. Una vez dijo sin tapujos: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme”. Esto es precisamente lo que hizo Mateo: ¡se levantó y le siguió! En este “levantarse” se puede ver el desapego a una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una nueva existencia, recta, en la comunión con Jesús» (Benedicto XVI, 30 de agosto de 2006).

Reflexión

Dios respeta en su integridad al hombre, y cuando llama a un alma a su servicio, en su solemne poder, ni la violenta, ni la atosiga, sino que con paciencia y amor la deja casi andar a la deriva o al vaivén de las circunstancias. No es fácil, por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.

San Mateo era un cobrador de impuestos, un pecador ante los ojos de todo el pueblo. Sólo Jesús fue capaz de ver más allá de sus pecados y vio a un hombre. Un hombre que podía hacer mucho por el Reino de los Cielos. Y le llamó con todo el amor y misericordia de su corazón para ser uno de sus apóstoles, de sus íntimos.

Todos hemos recibido la vocación a la vida cristiana. Dios nos ha creado para prestarle un servicio concreto, cada uno de nosotros. Tenemos una misión, como eslabones de una cadena. Decía el Cardenal Newman: “No me ha creado para nada. Haré bien el trabajo, seré un ángel de la paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar si obedezco sus mandamientos. Por tanto confiaré en él quienquiera que yo sea, dondequiera que esté. Nunca me pueden desechar. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. En la duda, mi duda puede servirle. Si estoy apenado, mi pena puede servirle. Él no hace nada en vano. ¡Él sabe lo que hace!”

Propósito

Pedirle a Dios que me ayude a eliminar todo lo que le ofende de mi comportamiento y por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, de nada sirve decir que estoy dispuesto a seguirte si no estoy dispuesto a servir y a entregarme a los demás. Gracias porque solo Tu eres capaz de ver más allá de sus pecados.

martes, 20 de septiembre de 2011

¿Qué hacer cuando Dios calla?

Aunque Dios calle y permanezca oculto, en el fondo del corazón percibimos su presencia, quien nos ama no nos abandona.
Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com



¿Por qué Dios está oculto? ¿Por qué, luego de encontrarlo, se esconde? ¿Por qué es tan difícil entenderle? ¿Por qué calla? ¿Por qué no siempre responde? ¿No le importan mis problemas? ¿Es que no me ama? ¿Se ha olvidado de mí?

Hay momentos en la vida en que gritamos a Dios como el salmista:

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
A pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
De noche, y no me haces caso...
(Sal 22 (21))

¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?
¡Levántate, no nos rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro y olvidas nuestra miseria y opresión?
(Sal 44)

Cuando Dios calla nos sentimos perdidos

El silencio de una persona amada es doloroso. Se percibe como ausencia, vacío, desinterés, soledad... El silencio del otro provoca inseguridad y puede ser el origen de resentimientos y desconfianza.

Por eso el silencio de Dios es terriblemente doloroso. Jesucristo también lo padeció en la cruz, se sintió abandonado por el Padre. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34b)

Sabemos que Dios salió de su eterno silencio, reveló su secreto, desveló su misterio en la Palabra: Jesucristo. Y que Cristo está vivo. Lo sabemos, pero eso no quita su misterioso silencio.

Pero percibimos su presencia

Creo que todos hemos experimentado la pérdida de un ser querido. Cuando muere alguien a quien amamos, tenemos la impresión de que no ha muerto del todo. Sabemos que, de alguna manera, está vivo. Nuestro corazón guarda la seguridad, o al menos la esperanza, de que esa persona a la que amamos sigue existiendo y está presente en nuestra vida, aunque de manera diferente. Lo experimentamos así, porque la memoria del amor nos fortalece la seguridad de que quien nos ama no nos abandona.

Aunque Dios calle y permanezca oculto, casi como si estuviera muerto, en el fondo del corazón percibimos su presencia. Esta percepción interior crece a medida que se desarrolla en nosotros la semilla de las virtudes teologales. La experiencia nos va demostrando el amor que Dios nos tiene. La memoria iluminada por la fe nos ayuda a recordarlo. Y así, progresivamente, nos va invadiendo la confianza de que Dios está presente. Poco a poco la gracia de Dios va trabajando en nosotros y de esa manera en el fondo de nosotros mismos crece y se va fortaleciendo una percepción interior de la que el corazón está seguro y que, gracias a la fe, se convierte en certeza: Aunque no lo vea, aunque no lo sienta, Él está aquí, conmigo, y me ama.

Lecciones aprendidas ante el silencio de Dios

En mi vida he aprendido tres lecciones ante los silencios de Dios:

1. Que no debo perder la paz interior, aunque sufra lo indecible. Se vale quejarse, pero sin perder la paz interior. Esta es la gran lección del salmista.

Dios mío, de día clamo, y no respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.
¡Mas tú eres el Santo,
que moras en las laudes de Israel!

En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;
a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos
(Sal 22(21), 2-6)

El Salmo 22 (21) nos enseña que no hay que desesperar, no hay que rebelarse contra Dios. Cuando Dios calla es tiempo de más oración, de súplica humilde y confiada.

Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza a los pechos de mi madre;
a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.

¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,no hay para mí socorro!
(Sal 22(21), 10-12)

Si Dios calla en tu vida, te recomiendo que pronuncies pausadamente, con plena conciencia, en actitud abierta y confiada, el Salmo 22.


2. Que debo aceptar mis límites y tener confianza. En la comunicación, el silencio tiene un significado. Y si el silencio viene de Dios puedo tener la certeza de que no puede ser más que un gesto de amor, algo que Él me ofrece para mi bien. En Dios el silencio no puede significar rechazo o desinterés, simplemente Dios no puede hacerme una cosa así.

El silencio de Dios se convierte para mí en un reclamo para que yo guarde silencio, que acepte que hay algo de Dios que no alcanzo a comprender y que aprenda a escucharlo y acoger su voluntad con plena confianza en la Providencia.

Job nos da lecciones estupendas. Él llegó a aceptar que no alcanzaba a comprender muchas cosas que le sucedían y que debía abrazar el Plan de Dios, renunciando a su propia lógica.

Sé que eres todopoderoso:

ningún proyecto te es irrealizable.

Era yo el que empañaba el Consejo

con razones sin sentido.

Sí, he hablado de grandezas que no entiendo,

de maravillas que me superan y que ignoro.
(Job 42, 2-3)

Y después del silencio de Dios, Job alcanzó el culmen de su relación filial con Dios, hizo experiencia personal de la bondad y del amor de Dios aún en medio del misterio: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5)

Esto me hace pensar en lo injustos que somos a veces con Dios: nos quejamos de que nos deja huérfanos cuando somos nosotros los que tantas veces nos comportamos como huérfanos, y Él, nuestro Padre y Hermano querido, allí está esperando pacientemente en silencio en el Sagrario, en nuestro corazón, en el prójimo, en todas partes...


3. Que debo perseverar en oración (cf. Mt 26, 41; cf 1 Tes 5, 17) y ser como el amigo inoportuno que llama a la puerta hasta que abre (cf Lc 18,1-8), con la certeza de que mi Padre me escuchará:

Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (Lc 11, 9-13)

Tarde o temprano escucharás tu nombre

Cuando Dios calla es tiempo de fe y libertad.

El silencio de Dios, no a pesar, sino precisamente por su complejidad y ambivalencia, es el espacio en el que se juega la libertad y la dignidad del hombre frente al tiempo y frente al Eterno (...), los tiempos de silencio de Dios son los tiempos de la libertad humana. (Bruno Forte)

Libertad para saber esperar, para optar por el amor sin condiciones. Cuando Dios calla, nos enseña a amar.

El silencio de Dios no es ausencia, es otra forma de estar presente, un lenguaje diferente. Lo que pasa es que somos impacientes y queremos respuestas inmediatas y siempre a nuestro estilo. Algo importante en el amor es aceptar al otro como es. También Dios merece este trato.

Cuando Dios calla es sábado santo. Tarde o temprano (tal vez hasta el día de nuestra muerte), escucharemos la voz tan esperada que nos llama por nuestro nombre, como aquél: “María” (Jn 20,16) de Cristo Resucitado.


De todos modos, la pregunta permanece abierta: ¿Por qué Dios calla?

Pregúntaselo tú mismo y espera con paciencia su respuesta.

¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?


Lucas 8, 19-21. Tiempo Ordinario. Todos los actos en favor de los demás, son la respuesta de alguien que es como yo, hijo de Dios.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

 
Lucas 8, 19-21


En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le anunciaron: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. Pero él les respondió: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.

Oración introductoria

Señor, yo escucho tu palabra y confío que, con tu gracia, la puedo poner en práctica. En esta oración quiero dejar a un lado mis pequeñas preocupaciones porque quiero estar todo para Ti.

Petición

Padre Santo, señálame el camino que debo seguir en este día para hacerte presente en el mundo.

Meditación

«¿Qué ha traído Jesús? [...] Ha traído la universalidad, que es la grande y característica promesa para Israel y para el mundo. La universalidad, la fe en el único Dios de Abraham, Isaac y Jacob, acogida en la nueva familia de Jesús que se expande por todos los pueblos superando los lazos carnales de la descendencia: éste es el fruto de la obra de Jesús. Esto es lo que le acredita como el “Mesías” y da a la promesa mesiánica una explicación, que se fundamenta en Moisés y los profetas, pero que da también a éstos una apertura completamente nueva. El vehículo de esta universalización es la nueva familia, cuya única condición previa es la comunión con Jesús, la comunión en la voluntad de Dios. Pues el Yo de Jesús no es un ego caprichoso que gira en torno a sí mismo. “El que cumple la voluntad de mi padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 52).

Reflexión

El bautismo nos introduce en una nueva realidad: la de ser hijos de un mismo Padre y hermanos de todos los miembros de la Iglesia, porque así lo dijo Jesús.

La paternidad o maternidad física, siendo muy importantes, no lo constituyen todo para la persona. Porque cada hombre o mujer no depende únicamente de sus progenitores, sino sobre todo de Dios, que da el ser a todo cuanto existe.

Jesucristo insistió a sus discípulos en el tema de la fraternidad universal. Por este motivo, cualquier persona que sufre debe constituir un reclamo para mí. No puedo quedar indiferente, porque ¡se trata de mi hermano! ¿Cómo puedo abandonarle?

Este es el fundamento de la caridad cristiana. Todos los actos en favor de los demás, por ejemplo dar limosna a los pobres, no son un gesto filantrópico, sino que deben ser la respuesta a la necesidad de alguien que es como yo, hijo de Dios.

Quizás si profundizásemos un poco en esta verdad, cambiaría completamente nuestro trato con los desconocidos. Seguramente se nos ensancharía el corazón al pensar que el alumno que tengo en clase, la señora que atiendo en la oficina, el trabajador que está en la calle, es hijo de Dios y hermano mío. Ya no serían extraños para nosotros, sino que podrían decir de ellos: “Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte”.

Propósito

Revisar qué estoy haciendo para dar a conocer a Cristo en mi propia familia.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, hazme un apóstol que logre encender en muchos corazones el fuego de tu amor. Dedicar mi tiempo a Ti, Señor, es la forma en que puedo dar un sentido real y trascendente a mi vida. ¡Cuántas personas cercanas aún no han descubierto cuál es la forma en que pueden tener un encuentro contigo! Por eso te pido que me ayudes a vivir de tal manera, que mi testimonio pueda llevar tu mensaje de amor a todos los que me rodean.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Tras la tormenta


En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. Necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Tras la tormenta
P. Fernando Pascual
3-9-2011

Las nubes llegan. El viento se desata. Llueve. Rayos y truenos iluminan, frenéticamente, el paisaje.

En el mar, miedo ante las olas. En tierra, angustia por lo que pueda suceder a los navegantes.

El viento cambia de dirección. La lluvia amaina. El mar comienza a serenarse. La tormenta pasa.

En la vida llegan momentos duros, de tormenta. Las situaciones se precipitan. La angustia invade el alma. Sentimos miedo.

Luego, como por un extraño milagro, las cosas vuelve a ocupar su sitio. La vista y la mente recuperan la serenidad. La prueba ha pasado.

La experiencia nos recuerda que no todo está arreglado. Hay tormentas que dejan daños íntimos, heridas que han de ser curadas. Además, tras las zozobras del hoy son casi seguras las que llegarán en unos días, o quizá incluso mañana.

Pero los momentos de bonanza permiten recuperar energías. Nos preparamos para la siguiente prueba, consolamos el alma con la dicha de estos instantes de paz, de armonía, de belleza.

En nuestro camino hacia Dios, se suceden tormentas y bonanza, inquietudes y consuelos. En la marcha humana, necesitamos momentos de reposo, de aire fresco, de esperanza.

Miramos al cielo. Brillan luces bellas. También en el mundo del espíritu contamos con faros maravillosos que iluminan, que confortan. Existen estrellas para el alma.

“La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía” (Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 49).

Tras la tormenta, recogemos fuerzas. Mañana, con la ayuda de Dios, desde la compañía de la Virgen, de los santos, y de tantos corazones buenos, iniciará una nueva travesía. En el horizonte brillará, como señal de esperanza, de alegría, un sol recién nacido. Su luz iluminará ese camino que nos acerca al hogar, a la patria, a la casa del Padre que ama y espera a cada uno de sus hijos.

No hay nada oculto


Lucas 8,16-18. Tiempo Ordinario. Todo lo que tengo es don y gracia recibida, destinada a iluminar mi camino y el de los demás.
Autor: Comunidad de Carmelitas Descalzas de Toro | Fuente: Catholoc.net

Lucas 8, 16-18

En aquel tiempo Jesús dijo a la muchedumbre: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».


Oración

Señor, ayúdame a hacer esta meditación con un corazón desprendido, consciente que todo lo que tengo es don y gracia recibida, destinada a iluminar mi camino y el de los demás. Me pongo ante tu presencia, ¡ven Espíritu Santo!

Petición

Señor Dios, que sepa superar toda dificultad, temor o tribulación que me aparte de cumplir mi misión de ser luz para los demás.

Meditación

«De hecho, la vida cristiana es una conformación continua a Cristo, imagen del hombre nuevo, para llegar a la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es “la luz del mundo”, porque en Él “resplandece el conocimiento de la gloria de Dios” que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual símbolo de Cristo Resucitado, es un signo que ayuda a captar lo que sucede en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo aquello que amenaza su realización plena. En estos días que nos preparan a la Pascua reavivemos en nosotros el don recibido en el Bautismo, esa llama que a veces corre el riesgo de ser sofocada. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo» (Benedicto XVI, 29 de junio de 2006).

Reflexión:

¿Qué es esto de que al que tiene se le dará? Si ya tiene para qué darle mas. ¿ y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener? Es una injusticia quitarle lo poco que tiene. ¿Cómo entender esta enseñanza evangélica?

Quién vive seguro en sus cosas pensando que con comer y vestir tiene resuelta su vida, ahí mismo se queda atrapado y poco a poco se va ahogando en su propio egoísmo. Es como el que teniendo dinero en el banco se fía de los intereses y se dedica a gastar; si no hace ingresos , poco a poco el dinero se agota y pierde lo que tenía.
Por el contrario una persona que vive de los valores del espíritu, que goza compartiendo su tiempo y su dinero con los hombres, su vida se carga de densidad, sus fuerzas se renuevan y todo parece renacer cada día.

Es cuestión de jugar a la banca rota del AMOR: dando te enriqueces; cuanto más te entregas más te posees. Es la paradoja del evangelio: morir para nacer; servir para reinar; dar para recibir...

Propósito

Vivir los valores del espíritu, gozar compartiendo mi tiempo y dinero con los demás.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, que viniste a luminar el mundo, te pedimos quieras acogernos en el esplendor de tu verdad para que guiados por tu luz caminemos siempre en la paz y podamos servir a nuestros hermanos con amor

domingo, 18 de septiembre de 2011

Pequeña y aparentemente inofensiva serpiente...


Ya enroscada y anidada en nuestro corazón, llenará de amargura y angustia nuestro diario vivir.
Autor: Ma. Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
Fue en los albores de la Humanidad. Eran dos hermanos. Uno era pastor y tenía ovejas y corderos , el otro cultivaba la tierra. El labrador ofrecía al Señor dones de los frutos de su campo, el pastor ofrecía las primicias y la grasa de las ovejas. Eran dos hermanos, se llamaban Caín y Abel. A los ojos del Señor fue más grata la ofrenda de Abel y Caín se enfureció. Fue en ese momento que su alma supo del resquemor, del sentimiento nefasto de la envidia. Y tuvo envidia, porque no es lo mismo SENTIR QUE CONSENTIR. Dejó que la envidia como serpiente maligna se enroscara en su corazón y lo mordiera.

La ponzoña de la envidia es mortal. La dejó crecer en el interior de su pecho y cual si tuviera lava ardiendo en sus venas que quemara sus entrañas, le dijo a su hermano: - " Vamos al campo". Y cuando salieron al campo, Caín mató a su hermano Abel. Era su propia sangre, era su hermano. Fue el primer crimen. La primera sangre derramada no fue de enemigos ni de extraños, fue de hermanos. Fue el primer fratricidio. La envidia borró todo vestigio de amor, toda ternura y dio paso a un odio casi irracional, furia vesánica que lo llevó a cometer tan horrible crimen.


Han pasado muchos siglos. Ya estamos en el siglo XXI y la sangre de Abel sigue manchando las manos de Caín. Seguimos viendo como, quizá ahora más que nunca, los hermanos se matan y las madres matan a sus hijos.

Esos terroristas, Caines del tiempo moderno, siguen llevando la serpiente del mal en su corazón y ponen bombas que desgarran la carne de sus hermanos, dejándolos sin vida.

Y la envidia, (muy bien representada por cierto, en la fuente central de la Casita del Labrador en Aranjuez, España, en un busto de mármol con su laberinto de serpientes enroscadas que salen de su cabeza para bajar al pecho y morderle el corazón) sigue siendo uno de los pecados capitales más terribles - que quizá olvidamos confesar - y que si se apodera de nuestra vida nos hará conocer el peor de los infiernos.

Al menor indicio de este sentimiento, la serpiente despierta, nos aprieta el alma y nos muerde el corazón. Hay que luchar contra este pecado, contra este vicio de las almas pequeñas y viles.

Y contra este mal que tanto corrompe el corazón y que hace que nuestra vida se torne un suplicio, solo hay una cosa, algo que puede someter, dominar en un principio y desterrar, arrojar de nuestra alma después y para siempre ese sentimiento torturante y maligno: ese algo es el AMOR.

Nos falta amor a nuestros semejantes. "Amad a vuestros enemigos"- nos dice Cristo, pero ni siquiera a nuestros amigos les tenemos amor de verdad. Y eso es porque hay rencor y envidia en las familias, entre los hermanos, entre vecinos, entre países...porque el amor es poco y la envidia muy grande.

Pongamos gran cuidado en no dejar crecer esa pequeña y aparentemente inofensiva serpiente, porque ya enroscada y anidada en nuestro corazón, llenará de amargura y angustia nuestro diario vivir.

Amar es el único antídoto para este veneno mortal de la envidia. Siempre que actuemos hacia otra persona o hablemos de ella, sea quién sea, ahogaremos nuestra inclinación natural de envidia y pongamos en nuestra lengua y en nuestro corazón el gran contrapeso del amor.

¿Es injusto Nuestro Señor?


Mateo 20, 1-16. Tiempo Ordinario. El premio de la acogida que damos a Cristo es uno solo, igual para todos: el denario de la gloria y de la felicidad eterna.
Autor: P. Sergio A. Cordova LC | Fuente: Catholic.net

Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

Oración

Señor, gracias por darme la gran oportunidad de poder trabajar en tu viña. Permite que en esta oración crezca en la fe y en amor para que nunca haga comparaciones inútiles y que, en todo, y con todos, promueva la unidad y la concordia.

Petición

Jesús, concédeme que sepa reconocer siempre los innumerables dones con los que colmas mi vida.

Meditación

«El evangelio de hoy Jesús cuenta precisamente la parábola del propietario de la viña que, en diversas horas del día, llama a jornaleros a trabajar en su viña. Y al atardecer da a todos el mismo jornal, un denario, suscitando la protesta de los de la primera hora. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera "últimos", si lo aceptan, se convierten en los "primeros", mientras que los "primeros" pueden correr el riesgo de acabar "últimos".
Un primer mensaje de esta parábola es que el propietario no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Y, en realidad, ser llamados ya es la primera recompensa: poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro» (Benedicto XVI, 21 de septiembre de 2008).

Reflexión

¿Has leído con atención el Evangelio de hoy? Conviene que lo hagas, porque humanamente es muy desconcertante...

Estamos demasiado habituados a oír hablar de los “derechos de los trabajadores”, de sindicatos obreros y de los derechos de las clases sociales menos favorecidas, vocablos y conceptos acuñados por las diversas corrientes del socialismo. A primera vista, parecería que Jesucristo nos hablara hoy de este mismo tema, pero la realidad es muy diferente.

Nuestro Señor nos narra la historia de un rico propietario que va a la ciudad a contratar jornaleros para su viña a distintas horas del día: a unos los contrata al amanecer, a otros a media mañana, al mediodía a otros, y a los últimos al atardecer. Y, cuando los llama para darles la “raya”, -su salario-, comienza por los que trabajaron sólo una hora. Les da un denario a cada uno. Obviamente, los primeros, al ver la escena, comenzaron a frotarse las manos pensando que a ellos les tocaría de a más. Pero, ¡cuál no fue su sorpresa al recibir, también ellos, un denario! Pero es que ellos habían aguantado el peso del bochorno, del trabajo y del calor de todo el día!... ¡Qué injusticia! ¿Por qué actúa así el dueño de la viña? Si hubieran existido en tiempos de Jesús los sindicatos de trabajadores, seguramente habrían demandado a ese propietario por ser un “negrero” y un “burgués explotador”!...

Pero, vayamos con calma. Jesucristo NO nos está hablando aquí de la justicia distributiva, ni de salarios, ni de nada de eso. El contexto es bastante diferente. Vamos a ubicarnos. Si volvemos a leer el Evangelio, nos daremos cuenta de que Cristo comienza la parábola con estas palabras: “El Reino de los cielos se parece a un propietario que...” Aquí está el tema: nos está hablando del Reino de los cielos. Es decir, de la posibilidad de ser de aquellos que reciben la redención mesiánica. Dicho con palabras simples, trata de nuestra salvación, de esa que Cristo vino a traernos con su venida a la tierra y que continuará a lo largo de los siglos a través de su Iglesia.

El problema que afronta Jesús en la parábola es qué lugar o posición tendrán los hebreos y los paganos, los justos y los pecadores en relación con este mensaje salvífico que Él vino a anunciar. Éste era un tema muy candente en los tiempos de Cristo: los escribas y fariseos -que se creían los “justos” y los predilectos del pueblo judío-, ¿tenían que creer en la predicación del Bautista o no? ¿tenían que hacer caso a las enseñanzas de Cristo o era éste un “falso profeta” a quien ellos podían juzgar y condenar libremente? ¡Esto fue precisamente lo que hicieron ésos con nuestro Señor! En cambio, los publicanos, los pecadores y las prostitutas -a quienes los fariseos despreciaban como judíos de “segunda clase” y como gente perversa y “maldita”-, éstos sí creyeron en Cristo y se convirtieron...

A esta luz hemos de entender la parábola: los jornaleros de primera hora de la mañana son los fariseos, y los de la última hora vespertina son los pecadores. Los mañaneros son el antiguo Israel, y los postreros somos los que formamos la Iglesia de Cristo. Éste es el sentido de las palabras del Maestro: “Los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros”. ¿Por qué? Porque aquéllos no abrieron su corazón a Cristo. Nuestro Señor no nos hace ninguna injusticia. Más bien, ¡somos nosotros los afortunados!, ¿no te parece? Y es que el premio de la acogida que damos a Cristo no puede ser sino uno solo, igual para todos: el denario de la gloria y de la felicidad eterna. Pero, una vez abrazada la fe, ya la recompensa será diversa para cada uno, como dice san Pablo: “Dios dará a cada uno según sus obras” (Rom 2,6).

Y es que Dios, amigo lector, no es injusto. ¡No puede serlo! Sería un absurdo. Es lo que dice el propietario a los jornaleros que le protestan: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que yo quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Su amor y su misericordia son infinitos, y superan con creces y sin punto de comparación las leyes de la justicia humana. ¡Para dicha y fortuna nuestra!

Propósito

No buscar el reconocimiento de los demás al ayudarlos en alguna cosa y recordar que el premio de la acogida que damos a Cristo es el denario de la gloria y de la felicidad eterna.

Diálogo con Cristo

Señor, dame el abandono y confianza que debo tener en todos y cada uno de los días de mi vida, para que no me atreva a desconfiar de tu ternura y misericordia. Tú nunca te dejas ganar en generosidad y nos das el ciento por uno, ¡gracias Señor por tu inmensa bondad! Permite que tu medida de amor sea la mía, en mis relaciones familiares y sociales. Que busque ser el primer servidor de todos.