jueves, 1 de agosto de 2013

Separarán a los malos de entre los justos


Mateo 13, 47-53. Tiempo Ordinario. Cada momento en nuestra vida tenemos la oportunidad de elegir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el pecado.
Autor: H. Héctor Flores | Fuente: Catholic.net

Del Evangelio según san Mateo 13, 47-53

El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?». «Sí», le respondieron. Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo». Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.

Oración introductoria

Jesús gracias por permitirme este encuentro contigo. Me pongo delante de Ti para presentarte mis debilidades, preocupaciones y también aquello que no me agrada, así como mis alegrías, triunfos e ilusiones. Me pongo en tus manos y te pido la fortaleza necesaria para perseverar en el amor a Ti.

Petición

Jesús permíteme comprender el fin de la vocación en mi vida para que pueda hacer sólo lo que te agrada.

Meditación del Papa

Él -como lo revela Jesús-, es el Padre que alimenta a las aves del cielo sin que deban sembrar ni cosechar, y reviste de magníficos colores las flores del campo, con vestidos más bellos que los del rey Salomón; y nosotros -añade Jesús-, ¡valemos más que las flores y las aves del cielo! Y si Él es lo suficientemente bueno para hacer "salir el sol sobre malos y buenos, y... llover sobre justos e injustos", podremos siempre, sin temor y con total confianza, confiarnos a su perdón de Padre cuando nos equivocamos de camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido, se entrega gratuitamente a aquellos que se lo piden y ofrece el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre. Por lo tanto, el orante del salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por malvados y calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio lleno de fe, diciendo: "Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha acogido". Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que apoya, ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente a la de los hombres. (Benedicto XVI, 30 de enero de 2013).

Reflexión

Este evangelio nos presenta la realidad a la que algún día nos enfrentaremos, solo Dios sabe cuándo. Es por eso una nueva invitación para estar en vigilancia y oración. Cada momento en nuestra vida tenemos la oportunidad de elegir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el pecado. Cristo quiere que nos demos cuenta de esta realidad y que valoremos el gran premio para la eternidad. Ciertamente no es nada fácil mantenerse en vigilancia porque por todos lados estamos rodeados de tentaciones, pero nos preservaremos en la medida que esa fe en Jesús se haga realidad constantemente a través de un pensamiento, una jaculatoria, una renuncia por amor, una conquista ofrecida...

Como cristianos estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a llegar al cielo. El apóstol es una moneda de dos caras: por un lado está la oración y por otro el apostolado; no existen los santos egoístas. Vivo mi vocación en el trabajo, en la familia, con los amigos, ese es mi apostolado y también la manera de estar en vigilancia. Si quiero el cielo para mí, debo quererlo también para todos aquellos que me rodean.

Propósito

Hoy leeré un capítulo del Evangelio, lo meditaré y comentaré con alguien.

Oración final

Nuevamente te agradezco Jesús por este rato de diálogo contigo. Sé que la misión es ardua y por eso hoy te quiero ofrecer el esfuerzo que me pueda suponer el ayudar a los demás a conocerte. María en tus manos encomiendo mi apostolado de este día.


El cristianismo tiene mucho que ofrecer en el ámbito práctico y moral, pues el Evangelio nunca deja de inspirar a hombres y mujeres a ponerse al servicio de sus hermanos y hermanas. Pocos podrían negarlo. Sin embargo, quienes fijan la mirada en Jesús de Nazaret con ojos de fe saben que Dios ofrece una realidad más profunda y, sin embargo, inseparable de la "economía" de la caridad operante en este mundo: él ofrece la salvación. (Benedicto XVI, Discurso del 28 de septiembre del 2009)

Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.


Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, la esperanza sigue viva, todavía Dios mira a esta tierra.
Autor: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net

Hoy se está perdiendo mucho la esperanza, esa virtud que nos da alegría, optimismo, ánimo, que nos hace tender la vista hacia el cielo, donde se realizarán todas las promesas. La esperanza es la virtud del caminante.

¡La esperanza!

La esperanza causa en nosotros el deseo del cielo y de la posesión de Dios. Pero el deseo comunica al alma el ansia, el impulso, el ardor necesario para aspirar a ese bien deseado y sostiene las energías hasta que alcanzamos lo que deseamos.

Además acrecienta nuestras fuerzas con la consideración del premio que excederá con mucho a nuestros trabajos. Si las gentes trabajan con tanto ardor para conseguir riquezas que mueren y perecen; si los atletas se obligan voluntariamente a practicar ejercicios tan trabajosos de entrenamiento, si hacen desesperados esfuerzos para alcanzar una medalla o corona corruptible, ¿cuánto más no deberíamos trabajar y sufrir nosotros por algo inmortal?

La esperanza nos da el ánimo y la constancia que aseguran el triunfo. Así como no hay cosa que más desaliente que el luchar sin esperanza de conseguir la victoria, tampoco hay cosa que multiplique las fuerzas tanto como la seguridad del triunfo. Esta certeza nos da la esperanza.

Esta esperanza es atacada por dos enemigos:

Presunción: consiste en esperar de Dios el cielo y todas las gracias necesarias para llegar a Él sin poner de nuestra parte los medios que nos ha mandado. Se dice "Dios es demasiado bueno para condenarme" y descuidamos el cumplimiento de los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo y santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia, y nos ponemos en medio de los peligros y ocasiones de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero con la condición de que hemos de velar y orar y poner todos los medios de nuestra parte.

Desaliento y desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha, o atormentados por los escrúpulos, algunos se desaniman, y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación. "Yo ya no puedo".

La esperanza es una de las características de la Iglesia, como pueblo de Dios que camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está centrado en la espera del Mesías. Vivían en continua espera. ¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! "Dichoso el que confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios mío confío en Ti...No dejes confundida mi esperanza...Tú eres mi esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará frustrada la esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor, como el centinela la aurora".

También el Nuevo Testamento es un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. La promesa que Él nos hizo fue ésta "quien me coma vivirá para siempre, tendrá la Vida Eterna".

¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?

La eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el cielo quedaremos saciados completamente.

La Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento.

Mientras haya una Iglesia abierta con el Santísimo, hay ilusión, amistad. Mientras haya un sacerdote que celebre misa, la esperanza sigue viva. Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, todavía Dios mira a esta tierra.

Dijimos que los dos grandes errores contra la esperanza son la presunción y la desesperación. A estos dos errores responde también la eucaristía.

¿Qué tiene que decir la eucaristía a la presunción?

"Sin mi pan, no podrás caminar, sin mi fuerza no podrás hacer el bien, sin mi sostén caerás en los lazos de engaños del enemigo. Tú decías que podías todo. ¿Seguro? ¿Cómo podrías hacer el bien sin Mí, que soy el Bien supremo? Y a Mí se me recibe en la eucaristía. ¿Cómo podrías adquirir las virtudes tú solo, sin Mí, que doy el empuje a la santidad? Quien come mi carne irá raudo y veloz por el camino de la santidad".

¿Y qué tiene que decir la eucaristía a la desesperación?

"¿Por qué desesperas, si estoy a tu lado como Amigo, Compañero? ¿Por qué desesperas si Yo estaré contigo hasta el fin de los tiempos? ¿Por qué desesperas a causa de tus males y desgracias, si yo te daré la fuerza?".

El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de ellos en régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de la eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza de su esperanza.

Estas son sus palabras: "He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los días hacia las tres de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en el cruz. Estoy solo, puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita...Llevo siempre conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento: "Tú en mí, y yo en Ti". Han sido las misas más bellas de mi vida. Por la noche, entre las nueve y las diez, realizo una hora de adoración...a pesar del ruido del altavoz que dura desde las cinco de la mañana hasta las once y media de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José".

Y le eleva esta oración hermosa a Dios: "Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calentísima, pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión, en la misma calle, en la misma playa...Oigo las olas del Pacífico, las campanas de la catedral. Antes celebraba con patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la palma de mi mano. Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. Antes iba a visitarte al Sagrario; ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. Antes celebraba la misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los mosquiteros. Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos...; ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san Ignacio a través de las grietas de la madera. Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada noche a las nueve, en silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta breve oración: "Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén" .

Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.

domingo, 28 de julio de 2013

María, la Virgen alegre


A María le faltaron muchas cosas durante su vida: riquezas, honores, fama, y no por eso disminuyó la plenitud de su alegría.
Autor: P. Marcelino de Andrés | Fuente: El Paraíso de Nazaret



En las letanías lauretanas invocamos a María como "causa de nuestra alegría". Y es lógico preguntarse ¿cómo va a causar en otros algo que Ella misma no tiene en abundancia? Nadie da lo que no posee. Si María puede ser la causa de nuestra la alegría es porque Ella misma no cabía en sí de felicidad. Rebosaba alegría y la contagiaba por doquier.

Es sabido que la sonrisa sincera es manifestación de la felicidad de una persona. Estoy seguro de que en el rostro de María era habitual ver dibujada una de esas sonrisas perennes. Verla sonreír es palpar la satisfacción y el gozo de que rebosaba su alma.

¡Qué sonrisa luciría la Virgen! Sonrisa delicada y amable en su trato con el prójimo, con los cercanos y lejanos, con los simpáticos y antipáticos; con todos. Sonrisa agradecida para con los pastores de Belén, los Magos de Oriente, y todo el que le hizo algún bien por pequeño e insignificante que haya sido. Sonrisa comprensiva y misericordiosa ante aquel buen posadero que no pudo ofrecerles un lugar apropiado en su posada; y también ante las incomprensiones, las calumnias y molestias recibidas de tantos otros. Sonrisa admirativa ante las maravillas incompresibles que Dios obró en su vida y que rodearon la de su Hijo.

Sonrisa indulgente cuando el pequeño Jesús le hacía alguna de sus travesuras inocentes; o cuando intuía que José y el niño, confabulados, le querían gastar una broma. Sonrisa curativa de las angustias de José cuando el trabajo no iba bien y llegaba a casa sin sestercios suficientes. Sonrisa generosa ante el desconsuelo de los marginados y necesitados que acudían a Ella cuando ya sólo podía ofrecerles lo que era necesario en casa, acompañado de su sonrisa. Sonrisa pícara y confiada de María, al decirles en Caná a los criados: "haced lo que Él os diga...", sabiendo que Jesús no parecía estar muy de acuerdo en adelantar su hora... Sonrisa festiva en momentos grandes e importantes como al presenciar el nacimiento de Juan el Bautista, o al celebrar cada cumpleaños de Jesús y de José, o al abrazar a Jesús, entre lágrimas de alegría, aquella mañana espléndida del domingo de resurrección.

También sonrisa sufrida tantas veces, pero al cabo sonrisa, en los momentos de prueba y dolor. Sonrisa siempre y sonrisa en todo. Sonrisa eterna de María.

Pero ¿de dónde le brotaba a María tan exuberante felicidad? ¿Qué producía en Ella semejante manantial de dicha? "¿Cuál es la fuente misteriosa, oculta de tal alegría?", se preguntaba Juan Pablo II. La respuesta no pudo ser otra: "Es Jesús, al que Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo". Uno sólo es el origen, una sola la fuente: Jesús, Dios. María se sabía con Él y Él copaba su ser entero, impregnándolo de gozo hasta los tuétanos. Estaba llena de gracia, llena de Dios y por tanto, llena de la más auténtica y genuina felicidad. Toda esa alegría hecha sonrisa en su rostro no era más que una leve manifestación al exterior del volcán en ebullición que la presencia de Dios producía dentro de su corazón.

Fray Pedro de Pradilla escribió estos versos sobre María: "En la Virgen con tal arte / usó Dios de su primor, / que lo más en lo menor, / y el todo encerró en la parte". La alegría de la Virgen es grande como Ella y más grande que Ella, pues el todo de alegría que es Dios quiso encerrarse dentro de Ella.

A María le faltaron muchas cosas durante su vida: riquezas, honores, fama, placeres corporales; y no por eso disminuyó ni una pizca la plenitud de su alegría. Porque tenía a Dios y para Ella tener a Dios era su riqueza, su honor y su más intenso placer. Supo convivir alegremente con todas esas privaciones.

María tuvo que pasar por muchos calvarios íntimos y muy amargos; y en ninguno de ellos se opacó el brillo de su dicha. Porque en Dios tuvo siempre un consuelo infalible y en Él se apoyó siempre como fortaleza indestructible. Fue capaz de hacer lo que pocos hombres consiguen: sufrir con alegría.

La vida de María estuvo sembrada de manifestaciones de la voluntad de Dios sumamente incompresibles y difíciles de aceptar. Viajar a Belén en tan delicado estado. Dar a luz a su Hijo en una cueva-establo y reclinarlo en un pesebre. Huir a Egipto. Aceptar que una espada atravesara su alma. Sufrir la soledad después de tal compañía. Padecer en su alma con su Hijo su pasión y muerte. Y en cada una de estas circunstancias obedeció no con mera resignación, sino con la alegría propia de quien ama y cree y confía en Dios.

Qué difícil nos resulta a nosotros sonreír cuando nos asaltan tan leves motivos para llorar o estar tristes. Qué imposible nos resulta a veces aceptar con alegría interior las pequeñas cruces y sufrimientos que Dios permite en nuestras vidas. Qué pocos hay entre nosotros que sepan encajar con ánimo alegre todas las privaciones, del tipo que sean, que vienen a ¿despintar? nuestra existencia. ¿No será que nos falta lo fundamental para ser felices que es Dios? O es que quizá Dios no lo es todo para nosotros. Lo tenemos arrinconado en el alma. Ya no le damos tanta importancia como a otras muchas cosas. Y ¿por qué esas otras cosas no nos hacen dichosos? ¿No será que los verdaderos motivos de nuestra felicidad son caducos, pasajeros e inconsistentes y no poseemos un fundamento indestructible donde apoyarla?

El secreto de la alegría perenne de la Santísima Virgen es el secreto de la felicidad de todo hombre. María fue feliz porque tenía a Dios y lo amaba en el cumplimiento fiel de su voluntad sobre Ella. No hay otro camino. 

Parábola del amigo inoportuno


Lucas 11, 1-13. Tiempo Ordinario. La oración es el diálogo del hombre con Dios. He aquí la grandeza de la oración.
Autor: Luis Felipe Nájar | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Lucas 11, 1-13


Y sucedió que, estando Jesús en oración en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación. Les dijo también: Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite. Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!


Oración introductoria

Señor, gracias por enseñarme a orar. Hoy, humilde e insistentemente, pido tu ayuda para sacar el mayor provecho de esta oración, quiero conocerte mejor para amarte más. Confío en tu misericordia sabiendo que, en la medida en que te ame y te escuche, podré transmitirte a los demás.

Petición

Señor Jesús, ayúdame a hablar con el Padre, como Tú lo hacías.

Meditación del Papa

Cómo aprendo a orar, como crezco en mi oración? Mirando el modelo que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, vemos que la primera palabra es "Padre" y la segunda es "nuestro". La respuesta, entonces, es clara: aprendo a orar, alimento mi oración, dirigiéndome a Dios como Padre y orando-con-otros, orando con la Iglesia, aceptando el regalo de sus palabras, que me resultan poco a poco familiares y ricas de sentido. El diálogo que Dios establece con cada uno de nosotros, y nosotros con Él, en la oración incluye siempre un "con"; no se puede orar a Dios de modo individualista.
En la oración litúrgica, especialmente en la Eucaristía, y --formados de la liturgia--, en cada oración no hablamos solo como individuos, sino que entramos en el "nosotros" de la Iglesia que ora. Y tenemos que transformar nuestro "yo" entrando en este "nosotros". (Benedicto XVI, 3 de octubre de 2012).

Reflexión

Señor, enséñanos a orar. La oración es el diálogo del hombre con Dios. He aquí la grandeza de la oración. Jesús enseñó a sus discípulos la más grande de las oraciones, el Padre Nuestro. En esta oración de Jesús se da una relación filial del hombre con Dios. Hablar como hijos y no como siervos ante alguien desconocido, decir Padre a Dios. Padre Nuestro, es el Padre que nos espera ansioso en la casa, como el Padre del hijo pródigo; es el Padre que nos da el pan diario, que es su Hijo en la Eucaristía, como lo dio en el desierto a los israelitas, para alimentar a los peregrinos de este mundo.

Pedir con insistencia y con la fe de que recibiremos, así debemos pedir como nos enseña Jesús. Lo primero es fácil, siempre pedimos por nuestras necesidades, por el trabajo, por el hijo enfermo etc. Pero pedir con fe, no es así de fácil. La fe requiere confianza y es una virtud que no se practica mucho en nuestro tiempo. Si tuviésemos la fe como un granito de mostaza diríamos a un árbol plántate en el mar y así sería.

También hay que pedir por la fe, como aquel padre que pedía por su hija enferma: Señor creo, pero aumenta mi fe. Aunque Jesús ya sabe lo que necesitamos antes de pedirlo.

Diálogo con Cristo

Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón.
Jesús, ayúdame a conocer cada vez mejor a tu Padre en la oración. Dame la gracia de amarle como verdadero hijo, quiero confiar en Él, abandonándome a su voluntad y providencia. Que el tiempo para mi oración personal sea lo más importante en mi agenda de cada día. Y te suplico me ayudes a que sepa irradiar este espíritu de oración en mi familia.

Propósito

Hacer diariamente una oración en familia. Si ya lo hago, buscar incrementarla.