sábado, 5 de noviembre de 2011

Nacida para la libertad


Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de su misión.
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero | Fuente: Catholic.net


María, con su ejemplo y maternal ayuda nos acompaña muy de cerca en nuestra misión de apóstoles. María acogió con absoluta disponibilidad los designios de Dios para su vida, y su palabra no fue primero "sí" y luego "no"; nunca consintió que la duda horadara su incondicional entrega al Señor. Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de la providencia y su martirio incruento al pie de la cruz.

El ser humano ha nacido para la libertad. Es libre y quiere ser soberanamente libre. La libertad es su prerrogativa, su gloria y su riesgo. Porque el buen uso de la libertad no es empresa fácil. Para ejercer bien nuestra libertad, Dios nos ha dado un mapa de ruta: la ley natural, la revelación y sobre todo el Evangelio. En seguir o no este mapa de ruta el hombre se juega su destino, su eternidad. Existe la libertad de todo aquello que nos impide realizarnos como personas e hijos de Dios, y existe la libertad para adherirnos siempre a la verdad y al bien. En la santísima Virgen encontramos un modelo de quien usa la libertad para acoger los designios de Dios, para ejercitarse tenazmente en la virtud.

1. María nos acompaña. María ha seguido libremente y con perfección la ruta marcada por Dios. Por eso, puede acompañarnos en nuestro camino, mostrarnos la ruta; podemos fiarnos de Ella. Ella, en efecto, ya conoce ese camino, lo ha recorrido con extraordinaria fidelidad, sin salirse ni un momento de él. Ella nos puede señalar los momentos de peligro, animarnos en las cuestas arriba, compartir nuestra alegría cuando el camino es ligero y nuestra lucha cuando se presenta la dificultad. Ella nos acompaña para que a su lado aprendamos también nosotros a caminar en la fidelidad y, como apóstoles cristianos, a acompañar a los demás en su marcha por la vida.

2. Acoger los designios de Dios. María aceptó los planes de Dios sin titubeos e indecisiones, como se acepta un axioma o una evidencia. Y sobre todo los puso libre y amorosamente en práctica. Ejerzamos nuestra libertad con María y como ella. Al igual que para María, el plan de Dios para nosotros es muy concreto: el estado actual de vida; la vivencia generosa y fiel de la vocación cristiana, quizá de la vocación consagrada; el compromiso con el apostolado de la Iglesia en la parroquia, en un Movimiento o institución cristiana. Siguiendo el ejemplo de María, acojamos con libertad y digamos sí, día tras día, a ese plan amoroso de Dios. Meditémoslo con sencilla fe para adherirnos más y mejor a él. Admiremos los designios divinos que ordenan todo a nuestro bien, incluso cuando nuestra mirada no es capaz de percibirlo, o nuestra inteligencia está ofuscada por signos contrarios.

3. Vivió en la fe y en el amor. La fe y el amor son los dos guardaespaldas de nuestra verdadera libertad. Creo en Dios y en su misterio, creo en sus designios, y por ello me siento soberanamente libre y sostenido por el mismo Dios para optar por su voluntad en libertad. Amo a Dios, amo su voluntad, y ese amor libera mi alma de toda cadena para volar por los espacios de la libertad. Por tanto, cree, confía, ama, y serás verdaderamente libre; usarás bien de tu libertad; sujetarás tu libertad libremente a las leyes del bien y de la verdad. La verdad -dice Jesús- os hará libres. Tus cadenas no están en tu camino, sino dentro de ti mismo. ¿A quién mirar, como modelo, sino a Jesús, el hombre más libre y liberador de la historia? ¿A quién mirar, sino a María, nacida del corazón de Dios para ejercer con perfección la libertad para el bien y la verdad?

Más eficaz que las súplicas de los profetas, que la ascesis y los ayunos de los justos, es el don de salvación que ha obtenido el mundo y cada uno de los hombres por tu gracia. Por eso, agradó al Rey tu hermosura, es decir, tu inmenso amor por los hombres, tu compasión, el inimitable cuidado de tu misericordia.

Aunque sean innumerables todas las demás virtudes -la santidad, la sabiduría, la fortaleza y cualquier otra virtud-, te distingues por la premura y la misericordia en la que imitaste a tu Hijo y a tu Dios...Verdaderamente tú excedes los límites de la naturaleza, no solamente por el modo de dar a luz, que superó toda la sabiduría humana, sino por tu premura, que también va más allá de la misma naturaleza...

Por ti hemos alcanzado la victoria sobre el pecado. Por ti ha florecido la virginidad entre los hombres. Por ti aprendemos la perseverancia en las buenas obras. Por ti se nos ha concedido la sabiduría, la humildad y el amor. Gracias a ti podemos salir victoriosos en todas las demás virtudes y de una manera más airosa de la forma en que habíamos caído.

Buen uso de las riquezas

Lucas 16, 9-15. Tiempo Ordinario. Nuestro corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos?
Autor: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net
Lucas 16, 9-15


En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.

Oración introductoria

¡Señor, soy un pobre que necesita todo de Ti! Mi apego a lo pasajero, mi soberbia y autosuficiencia me alejan fácilmente del camino a la santidad. Ven e ilumina esta meditación para que sea la fuerza que me lleve a ponerte, ¡siempre!, como Rey y Señor de mi vida.

Petición

Señor, permite que sepa como crecer en la humildad, para poder crecer en el amor.

Meditación del Papa

En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: "Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo". En definitiva -dice Jesús- hay que decidirse: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero "mammona" es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y "mammona"; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos. (Benedicto XVI, 23 de septiembre de 2007).

Reflexión

Porque Jesucristo “conoce vuestros corazones”, nos advierte de tres peligros muy sutiles que pueden aparecer en la vida espiritual diaria.

“El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. La ley del amor, que es la que Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar en ese acto concreto.

Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas, es decir, todo lo material que es externo a nosotros y por lo tanto no nos pertenece con totalidad, mucho menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias, que son las cosas espirituales que en verdad son propias de cada hombre. Del mismo modo quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve; si no somos ordenados y justos con las cosas materiales, que vemos, menos lo seremos en las cosas espirituales, que no se ven.

“No podemos servir a Dios y al dinero”. El dinero representa el humano interés. Nuestro corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos? Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos: “¿por qué a mí?” ¿No será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no por amor a Dios, de tal manera que cuando su voluntad contradice la nuestra ya no somos generosos?

Propósito

Pensar que lo importante y lo que vale no es lo material. Donde esta mi tesoro, estará mi corazón.

viernes, 4 de noviembre de 2011

¡Claro que hablan los muertos!


Todos ellos, nos están invitando: ¡Venga! ¡A no desfallecer! Que no sabéis la dicha que es vivir con Dios aquí en su gloria...
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
Pasaron ya la Solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos. Pero durante el mes de noviembre, seguimos rezando por ellos y recordándolos.

Resultaría curiosa una pregunta como ésta: ¿Quién habla más alto, un vivo o un muerto?... Habría motivo para reírse con gusto si la pregunta se hiciera en serio. Porque sabemos de sobra que los únicos que hablan son los vivos, pues los muertos están bien callados en sus tumbas...

Un famoso dictador, refiriéndose a los que deseaba fueran fusilados, decía con mucha seriedad: Los muertos no hablan. Con ello quería expresar que, los que le estorbaban, permanecían callados para siempre si recibían un tiro en la nuca. Pero se equivocaba. Los muertos hablan, y con tanta o más elocuencia que los vivos.

Como se equivocaba también aquel niño, que fue después gran estadista y mártir de su patria. El papá lo encuentra una vez tumbado en tierra y apegado el oído al suelo.
- Pero, ¿qué estás haciendo aquí, hijo mío?...
Y el niño, muy serio y muy convencido:
- Papá, quiero escuchar lo que dicen los muertos, pero no oigo ni una palabra, y esto es muy triste.

Equivocación total, en uno como en otro. Los muertos hablan, y hablan muy alto. Como hablaba elocuentemente la sangre de Abel, según nos dice la Biblia. Y el lenguaje que nos dirigen, si lo sabemos escuchar, nos hace la vida seria, es cierto, pero también estimulante, provechosa y feliz.

Si tomamos el periódico, si escuchamos el noticiero de la radio o de la televisión, nos encontramos, sin que nos falle nunca, con un muerto u otro. Si abrimos un libro de Historia, nos leeremos listas inacabables de personas que ya no están entre nosotros. Sin embargo, todos nos siguen hablando, cada uno a su manera, y del modo más convincente.

Podríamos analizar sus voces.
Nos hablan con voz estimulante los héroes, los conquistadores, los libertadores... Los hombres y las mujeres grandes, que decimos. Su sólo nombre es un monumento al sacrificio, a la abnegación, a la valentía...

Ante esos gigantes de la Patria, que nos hablan con su silencio de muertos, ¿cómo puede el hombre de hoy juzgar a los politiqueros ---que es algo muy diferente de los políticos--, a los aprovechados, a los vividores del pueblo?...
Todos éstos, no se atreverían ciertamente a compararse con los padres de la Patria, que la hicieron grande a base de su propio sacrificio.
Los unos vivían para la Patria; los otros, ciudadanos sin escrúpulos, hacen que la Patria viva solamente para ellos.
A éstos no los escucha nadie; mientras que entendemos perfectamente el lenguaje de los primeros, y nos decimos al escucharlos:

- ¡No, no ha de acabar la raza de los grandes!...
Y, aunque su voz sea realmente un desafino, nos hablan también los grandes criminales, los tiranos más monstruosos, los hombres más perdidos. Porque, al ver su final desastroso, nos ponen sobre aviso, y nos dicen, si es que queremos entender su voz:

- ¡Cuidado! Que nosotros perdimos la vida, y con la vida, a Dios. No os perdáis vosotros también...

Nos hablan, finalmente, y mejor que nadie, los Santos, los hombres y mujeres más grandes de la Iglesia, de esta misma Iglesia a la cual nosotros pertenecemos.

Nos hablan los mártires, que dieron su sangre por Cristo, y nosotros sabemos responder: ¿Ellos lo dieron todo, y yo no podré dar algo?...

Nos hablan los Papas, obispos y sacerdotes, pastores eximios del Pueblo de Dios, y nosotros nos decimos: ¿Ellos han dado su vida entera por mí, por la Iglesia, y yo no puedo hacer nada por mis hermanos?...

Nos hablan misioneros ardorosos, religiosas tan entregadas, obreros heroicos, madres de familia estupendas, jóvenes sanos y niños candorosos..., y nosotros hacemos examen serio: ¿Ellos tan formidables, tan puros, tan trabajadores, tan valientes, y yo debatiéndome siempre en la medianía?...


Todos ellos, muertos ya, nos están invitando con voces clamorosas:

- ¡Venga! ¡A no desfallecer! Que no sabéis la dicha que es vivir con Dios aquí en su gloria...


Cuando en la Iglesia celebramos las fiestas de los Santos y escuchamos sus ejemplos en la predicación, oímos voces celestiales. Todos ellos nos están proclamando que murieron a la tierra pero que están vivos en el Cielo. Nos aseguran que todo pasa también para nosotros, pero que nos están esperando como compañeros de su felicidad. Y esas voces no nos engañan. Las voces de los muertos son las más sinceras.


Nosotros les hablamos ahora a ellos, y les decimos:

- Muertos que hoy venís en los periódicos y en los telediarios..., muertos de los libros de Historia..., muertos todos que descansáis en los cementerios..., ¡qué alto que habláis y qué predicadores tan elocuentes que sois todos!...

Todo este modo de hablar nuestro suena un poco a teatro. Pero no es más que la escenificación de algo que sentimos muy dentro. Es la voz del alma inmortal. Es la exteriorización del anhelo más íntimo que nos empuja a encontrarnos con Dios, con ese Dios en cuyo seno ya están los hermanos que nos han precedido en la fe....

El administrador astuto


Lucas 16, 1-8. Tiempo Ordinario. A la vez Jesús nos invita y exhorta a ser sagaces, mas no astutos. Esta cualidad debe ser expresión de la caridad cristiana.
Autor: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net
Lucas 16, 1-8


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando." Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas." Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." Él le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta." Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien cargas de trigo." Dícele: "Toma tu recibo y escribe ochenta." El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.

Oración introductoria

Señor Jesús, quiero tener la audacia y habilidad para saber darte el lugar que te corresponde en mi vida. Creo en Ti, confío y te amo, ilumina este rato de meditación para que nada me distraiga y sepa guardar el silencio que me permita realmente conocer tu voluntad.

Petición

Señor, ayúdame a saber aprovechar mi tiempo, especialmente este momento de meditación.

Meditación del Papa

Varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos. También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba, analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: "El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido". Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante (Benedicto XVI, 23 de septiembre de 2007).

Reflexión

El administrador de la parábola había abusado de la confianza de su amo subiendo los precios en beneficio propio. Ante las quejas de los clientes y la amenaza de despido, recapacita, aunque sólo sea por conveniencia, y renuncia a su propio beneficio, pidiendo lo justo a los clientes.

Ante esta situación, nosotros pensamos que ese administrador, aunque haya cambiado de actitud, no es de fiar. En cambio, para Jesucristo tiene más valor el cambio de comportamiento que el pecado. Él conoce nuestras caídas, pero basta un sincero arrepentimiento y que le pidamos perdón, para que nos devuelva su confianza y se sienta orgulloso de nosotros, como el amo de la parábola con su administrador.

A la vez Jesús nos invita y exhorta a ser sagaces. Esta cualidad debe ser expresión de la caridad cristiana. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir, engañar, para lograr lo que queremos. En cambio, la virtud humana de la sagacidad consiste en la habilidad para encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un objetivo, como puede ser vivir nuestra fe y amor a Dios.

Llama la atención ver cómo algunos son muy capaces de obtener lo que se proponen en el ámbito del trabajo, de la familia o con las amistades. En cambio se comportan con temor y se sienten impotentes a la hora de hablar de Jesucristo y de su doctrina, o de hacer algo por la construcción de la civilización de la justicia y del amor cristianos.

Propósito

Si para nosotros, Cristo fuera, de verdad, el valor más importante, ¿no deberíamos comportarnos con más sagacidad?

jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Qué hacer cuando Dios calla?


El silencio de Dios no es ausencia, es otra forma de estar presente, un lenguaje diferente.
Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com


Por qué Dios está oculto? ¿Por qué, luego de encontrarlo, se esconde? ¿Por qué es tan difícil entenderle? ¿Por qué calla? ¿Por qué no siempre responde? ¿No le importan mis problemas? ¿Es que no me ama? ¿Se ha olvidado de mí?

Hay momentos en la vida en que gritamos a Dios como el salmista:

“Dios mío, Dios mío,

¿por qué me has abandonado?

A pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.

Dios mío, de día te grito, y no respondes;

De noche, y no me haces caso...”

“¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?

¡Levántate, no nos rechaces para siempre!

¿Por qué ocultas tu rostro y olvidas nuestra miseria y opresión? (Sal 44)
(Sal 22 (21))



Cuando Dios calla nos sentimos perdidos

El silencio de una persona amada es doloroso. Se percibe como ausencia, vacío, desinterés, soledad... El silencio del otro provoca inseguridad y puede ser el origen de resentimientos y desconfianza.

Por eso el silencio de Dios es terriblemente doloroso. Jesucristo también lo padeció en la cruz, se sintió abandonado por el Padre. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34b)

Sabemos que Dios salió de su eterno silencio, reveló su secreto, desveló su misterio en la Palabra: Jesucristo. Y que Cristo está vivo. Lo sabemos, pero eso no quita su misterioso silencio.


Pero percibimos su presencia
Creo que todos hemos experimentado la pérdida de un ser querido. Cuando muere alguien a quien amamos, tenemos la impresión de que no ha muerto del todo. Sabemos que, de alguna manera, está vivo. Nuestro corazón guarda la seguridad, o al menos la esperanza, de que esa persona a la que amamos sigue existiendo y está presente en nuestra vida, aunque de manera diferente. Lo experimentamos así, porque la memoria del amor nos fortalece la seguridad de que quien nos ama no nos abandona.

Aunque Dios calle y permanezca oculto, casi como si estuviera muerto, en el fondo del corazón percibimos su presencia. Esta percepción interior crece a medida que se desarrolla en nosotros la semilla de las virtudes teologales. La experiencia nos va demostrando el amor que Dios nos tiene. La memoria iluminada por la fe nos ayuda a recordarlo. Y así, progresivamente, nos va invadiendo la confianza de que Dios está presente. Poco a poco la gracia de Dios va trabajando en nosotros y de esa manera en el fondo de nosotros mismos crece y se va fortaleciendo una percepción interior de la que el corazón está seguro y que, gracias a la fe, se convierte en certeza: Aunque no lo vea, aunque no lo sienta, Él está aquí, conmigo, y me ama


Lecciones aprendidas ante el silencio de Dios
En mi vida he aprendido tres lecciones ante los silencios de Dios:

1. Que no debo perder la paz interior, aunque sufra lo indecible. Se vale quejarse, pero sin perder la paz interior. Esta es la gran lección del salmista.

“Dios mío, de día clamo, y no respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.
¡Mas tú eres el Santo,
que moras en las laudes de Israel!
En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;
a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos” (Sal 22(21), 2-6)


El Salmo 22 (21) nos enseña que no hay que desesperar, no hay que rebelarse contra Dios. Cuando Dios calla es tiempo de más oración, de súplica humilde y confiada.

“Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza a los pechos de mi madre;
a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.
¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,
no hay para mí socorro!” (Sal 22(21), 10-12)


Si Dios calla en tu vida, te recomiendo que pronuncies pausadamente, con plena conciencia, en actitud abierta y confiada, el Salmo 22.

2. Que debo aceptar mis límites y tener confianza. En la comunicación, el silencio tiene un significado. Y si el silencio viene de Dios puedo tener la certeza de que no puede ser más que un gesto de amor, algo que Él me ofrece para mi bien. En Dios el silencio no puede significar rechazo o desinterés, simplemente Dios no puede hacerme una cosa así.

El silencio de Dios se convierte para mí en un reclamo para que yo guarde silencio, que acepte que hay algo de Dios que no alcanzo a comprender y que aprenda a escucharlo y acoger su voluntad con plena confianza en la Providencia.

Job nos da lecciones estupendas. Él llegó a aceptar que no alcanzaba a comprender muchas cosas que le sucedían y que debía abrazar el Plan de Dios, renunciando a su propia lógica.

“Sé que eres todopoderoso:
ningún proyecto te es irrealizable.
Era yo el que empañaba el Consejo
con razones sin sentido.
Sí, he hablado de grandezas que no entiendo,
de maravillas que me superan y que ignoro.” (Job 42, 2-3)

Y después del silencio de Dios, Job alcanzó el culmen de su relación filial con Dios, hizo experiencia personal de la bondad y del amor de Dios aún en medio del misterio: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5)

Esto me hace pensar en lo injustos que somos a veces con Dios: nos quejamos de que nos deja huérfanos cuando somos nosotros los que tantas veces nos comportamos como huérfanos, y Él, nuestro Padre y Hermano querido, allí está esperando pacientemente en silencio en el Sagrario, en nuestro corazón, en el prójimo, en todas partes...

3. Que debo perseverar en oración (cf. Mt 26, 41; cf 1 Tes 5, 17) y ser como el amigo inoportuno que llama a la puerta hasta que abre (cf Lc 18,1-8), con la certeza de que mi Padre me escuchará:

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11, 9-13)


Tarde o temprano escucharás tu nombre

Cuando Dios calla es tiempo de fe y libertad.

“El silencio de Dios, no a pesar, sino precisamente por su complejidad y ambivalencia, es el espacio en el que se juega la libertad y la dignidad del hombre frente al tiempo y frente al Eterno (...), los tiempos de silencio de Dios son los tiempos de la libertad humana.” (Bruno Forte)

Libertad para saber esperar, para optar por el amor sin condiciones. Cuando Dios calla, nos enseña a amar.

El silencio de Dios no es ausencia, es otra forma de estar presente, un lenguaje diferente. Lo que pasa es que somos impacientes y queremos respuestas inmediatas y siempre a nuestro estilo. Algo importante en el amor es aceptar al otro como es. También Dios merece este trato.

Cuando Dios calla es sábado santo. Tarde o temprano (tal vez hasta el día de nuestra muerte), escucharemos la voz tan esperada que nos llama por nuestro nombre, como aquél: “María” (Jn 20,16) de Cristo Resucitado.

De todos modos, la pregunta permanece abierta: ¿Por qué Dios calla?

¡Nuestros queridos muertos!


No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos tanto....
Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net

Muchas veces nos hemos preguntado en nuestra América Latina: -¿A qué viene, y cómo se explica, la devoción de nuestros pueblos a los Fieles Difuntos?

No podemos ni queremos establecer comparación con otras culturas no cristianas, que no tienen nuestra esperanza, y que son también muy apegadas al culto de sus muertos. Hablamos de nosotros porque tenemos fe. Sabemos que los que nos precedieron están en el seno de Dios. Y sin embargo, pensamos mucho en ellos, rezamos mucho por ellos, y los muertos están presentes en nuestra familias como lo estuvieron en vida.

No pasa así en otras civilizaciones también cristianas --que se dicen superiores (!)-- y que ante sus muertos se muestran bastante frías...

Hablando, pues, de nosotros, ciertamente que hay dos explicaciones, muy legítimas las dos, y también bastante claras, en este proceder nuestro con los difuntos: el amor familiar y el buen corazón de nuestras gentes.

La primera, el amor familiar, es evidente. Nuestros pueblos conservan, gracias a Dios, un gran apego a la familia. Y es natural que, al llegar este día, sintamos la necesidad de hacer más presentes entre nosotros a los seres queridos que se nos fueron.

La segunda explicación que se da es el buen corazón, que nos hace sentir muy de cerca el dolor de los demás. Y eso de pensar que nuestros difuntos están a lo mejor todavía purificándose en aquel fuego devorador que, según la piedad y la fe cristiana, llamamos Purgatorio, eso nos llega muy al fondo del alma. Y eso es también lo que nos mueve a intensificar nuestros sufragios ante Dios por las almas benditas.

Hablando de esta segunda razón --el buen corazón de nuestros pueblos--, explicaba un prestigioso sacerdote latinoamericano:
- Pasa con los Difuntos como lo que ocurre en nuestros pueblos con el Santo Cristo. Se le tiene una devoción muy especial. Por ejemplo, llega la Semana Santa, y hay que ver las plegarias ante el Señor que sufre y cómo se le acompaña en procesiones penitenciales... Pasa el Sábado Santo con el recuerdo de la Virgen Dolorosa, y dice poco la celebración del Señor que resucita. ¿A qué obedece este fenómeno, a sólo cultura o a un sentimiento muy profundo del corazón?...

Nosotros aceptamos esta realidad: los difuntos nos dicen mucho al corazón, y los recordamos, rogamos por ellos, y los seguiremos encomendando siempre al Señor.

Pero, ¿qué debemos pensar de las penas del Purgatorio, de las cuales queremos aliviar a nuestros queridos difuntos? Aquí deberíamos tener las ideas muy claras. La Iglesia, guiada siempre en su fe por el Espíritu Santo, es quien tiene la palabra. Y lo que nos enseña nuestra fe se puede resumir en dos o tres afirmaciones breves y seguras.

Es cierto que en la Gloria de Dios no puede entrar nada manchado. Quien tenga pecado mortal --que quiere decir esto: de muerte eterna-- no verá jamás a Dios.

¿Y quien no tenga pecado mortal, sino faltas ligeras, apego a las criaturas, amor muy imperfecto a Dios, mezclado con tanto polvo y tantas salpicaduras de fango que se nos apegan siempre?... A la condenación eterna no va el que muere en estas condiciones, pero tampoco puede entrar en un Cielo que no admite la más mínima mancha de culpa.

Para eso está el Purgatorio, que significa eso: lugar de limpieza, de purificación. Lo cual es una gran misericordia de Dios. Si no existiera esa purificación y limpieza, ¿quién entraría en el Cielo, fuera de niños inocentes y de grandes santos que apenas se han manchado con culpa alguna?

San Juan Bautista Vianney, el Párroco de Ars, lo explicaba así en sus catequesis famosas:
- Cuando el hombre muere, se halla de ordinario como un pedazo de hierro cubierto de orín, que necesita pasar por el fuego para limpiarse.

¿Y qué podemos hacer nosotros? Pues, mucho. Al ser cierto que todos los miembros de la Iglesia formamos un solo Cuerpo, y que está establecida entre todos la Comunión de los Santos --es decir, la comunicación de todos nuestros bienes de gracia--, todos podemos rogar los unos por los otros.

Nosotros rogamos por las almas benditas para que Dios les alivie sus penas y las purifique pronto, pronto, y salgan rápido del Purgatorio.

Y esas almas tan queridas de Dios, que tienen del todo segura su salvación, ruegan también por nosotros, para que el Señor nos llene de sus gracias y bendiciones.

Ésta ha sido siempre la fe de la Iglesia Católica.

Esto hacemos cada día cuando en la Misa ofrecemos a Dios la Víctima del Calvario, Nuestro Señor Jesucristo, glorificado ahora en el Cielo, pero que se hace presente en el Altar y sigue ofreciéndose por la salvación de todos: de los vivos para que nos salvemos, y de los difuntos que aún necesitan purificación.

Eso hacemos también con todas nuestras plegarias por los difuntos.

Esto hace la Iglesia especialmente en estos días de noviembre, con una conmemoración que nos llena el alma de dulces recuerdos, de cariños nunca muertos, de esperanza siempre viva...

¡Los Difuntos! ¡Nuestros queridos Difuntos! No los podemos olvidar delante de Dios, desde el momento que los queremos tanto....

La oveja perdida


Lucas 15, 1-10. Tiempo Ordinario. Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores...a nosotros.
Autor: P Clemente González | Fuente: Catholic.net
Lucas 15, 1-10

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el campo, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Oración introductoria

Dios mío, gracias por cuidar de mí. Porque no eres un Dios lejano, para quien mi vida no cuenta casi nada. Te pido que medite en estos momentos, lo mucho que me amas como Buen Pastor a su oveja.

Petición

Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.

Meditación del Papa

Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad. No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. Él cuida de mí. No es un Dios lejano, para quien mi vida no cuenta casi nada. Las religiones del mundo, por lo que podemos ver, han sabido siempre que, en último análisis, sólo hay un Dios. Pero este Dios era lejano. Abandonaba aparentemente el mundo a otras potencias y fuerzas, a otras divinidades. Había que llegar a un acuerdo con éstas. El Dios único era bueno, pero lejano. No constituía un peligro, pero tampoco ofrecía ayuda. Por tanto, no era necesario ocuparse de Él. Él no dominaba. Extrañamente, esta idea ha resurgido en la Ilustración. Se aceptaba no obstante que el mundo presupone un Creador. Este Dios, sin embargo, habría construido el mundo, para después retirarse de él. Ahora el mundo tiene un conjunto de leyes propias según las cuales se desarrolla, y en las cuales Dios no interviene, no puede intervenir. Dios es sólo un origen remoto. Muchos, quizás, tampoco deseaban que Dios se preocupara de ellos. No querían que Dios los molestara. Pero allí donde la cercanía del amor de Dios se percibe como molestia, el ser humano se siente mal. Es bello y consolador saber que hay una persona que me quiere y cuida de mí. Pero es mucho más decisivo que exista ese Dios que me conoce, me quiere y se preocupa por mí. “Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen”, dice la Iglesia antes del Evangelio con una palabra del Señor. Dios me conoce, se preocupa de mí. Este pensamiento debería proporcionarnos realmente alegría. Dejemos que penetre intensamente en nuestro interior» (Benedicto XVI, 24 de junio de 2010).

Reflexión

La predicación del Señor atraía por su sencillez y por sus exigencias de entrega y amor. Los fariseos le tenían envidia porque la gente se iba tras Él. Esa actitud farisaica puede repetirse entre los cristianos: una dureza de juicio tal que no acepte que un pecador pueda convertirse y ser santo; o una ceguera de mente que impida reconocer el bien que hacen los demás y alegrarse de ello.

Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes, pecadores. Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, y por eso, fue signo de contradicción. Llegó rompiendo esquemas, escandalizando, amando hasta el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos de Dios, de los que estaban perdidos y buscaban al Buen Pastor. Esto no significa que el Señor no estime la perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios y de los bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya . Otra caída... y ¡qué caída!... No te desesperes, no: humíllate y acude, por María, al Amor Misericordioso de Jesús. ¡Arriba ese corazón! A comenzar de nuevo.

Propósito

Repetiré la oración que me pide el Papa: Dios me conoce, se preocupa de mí. Para que este pensamiento me llene de alegría y penetre intensamente en mi interior.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un cementerio cristiano nunca es triste


La fiesta y el recuerdo de los que nos precedieron en el paso a la otra vida.
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net


El dos de Noviembre es la fiesta y el recuerdo de los que nos precedieron en el paso a la otra vida. ¡Cuántos reos del Purgatorio escapan al cielo el dos de noviembre! Pero muchos se quedan, muchos aún necesitan purgar, aprender a fuerza de dolor que la sensualidad y soberbia a quienes sirvieron no eran su felicidad; con el dolor de la espera, del amor que siente ganas de volar al cielo y aún no puede, tienen que purificarse en humildad, pureza y mansedumbre. Pero este dolor tiene final; dolor fatal el otro, el que no termina, el que siempre está comenzando y doliendo, como el sufrimiento agudo, terrible que llega de improviso. El Infierno es un dolor que eternamente comienza.

Fuimos de noche al Cementerio de Tenancingo; se veía con dificultad, porque las velas junto a los sepulcros estaban agotándose, pero olía a perfume de muchas flores: nardos, rosas, claveles, azucenas.

Un cementerio cristiano nunca es triste, es un bosque de cruces sobre las lápidas que infunden perpetua y profunda paz a ese lugar; imágenes cristianas sobre las tumbas además de la cruz, parecen guardianes seguros de cada difunto; todo el cariño a los seres queridos muertos se resume en los epitafios y en las flores.

El cementerio el dos de Noviembre es un bellísimo jardín que reúne a las familias, recoge todas las flores de los jardines y eleva al cielo las más bellas oraciones.

La sabiduría de la vida y la muerte


Mateo 25, 31-46. Conmemoración de los fieles difuntos. La muerte nos enseña a vivir mejor y a valorar el poco tiempo del que disponemos para hacer méritos que perduren.
Autor: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Mateo 25, 31-46

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?. Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces dirán también éstos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Y él entonces les responderá: En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.

Oración introductoria

Señor, gracias por recordarme que estoy de paso en esta vida, y que este paso debe ser ágil, comprometido, responsable, entusiasta, animado y fortalecido por tu gracia.

Petición

Que a la luz de la eternidad aprendemos que todo es pasajero, relativo, y al meditar en la muerte, nos ayude a no poner nuestro corazón y nuestras seguridades en cosas materiales y efímeras.

Meditación del Papa

¿Cómo no recordar la impresionante página evangélica en la que san Mateo nos presenta el encuentro definitivo con el Señor? Entonces, como nos dice Jesús mismo, el Juez del mundo nos preguntará si durante nuestra vida dimos de comer al hambriento, de beber al sediento; si acogimos al forastero y abrimos las puertas de nuestro corazón al necesitado. En una palabra, en el juicio final Dios nos preguntará si amamos, no de modo abstracto, sino concretamente, con hechos (cf. Mt 25, 31-46).
Cada vez que leo estas palabras, me conmueve realmente el corazón que Jesús, el Hijo del hombre y Juez final, nos precede con esta acción, haciéndose él mismo hombre, haciéndose pobre y sediento, y al final nos abraza estrechándonos contra su corazón. Así Dios hace lo que quiere que hagamos nosotros: estar abiertos a los demás y vivir el amor no con palabras sino con hechos. (Benedicto XVI, 10 de febrero de 2007).

Reflexión

Amigo lector: permíteme que te haga una confidencia personal. ¿Sabes? A mí me gusta mucho meditar sobre la muerte. Y no por ser un tipo melancólico, pesimista o lunático, ni de carácter fúnebre o taciturno. Francamente no. Más bien, me considero una persona alegre y optimista, amante de la vida y de la aventura. Lo que sucede es que nos hemos acostumbrado a considerar la muerte como algo tétrico y negativo, y cuyo pensamiento debemos casi evitar a toda costa. Y, sin embargo, si tenemos una certeza absoluta en la vida es, precisamente, que todos vamos a morir.

Pero a mí, en lo personal, esta certeza no me atemoriza, para nada. Al contrario. Me hace pensar con inmenso regocijo y esperanza en el “más allá”, en lo que hay después de la muerte. Y también me ayuda a aprovechar mejor esta vida. Pero no para “pasarla bien”, sino para tratar de llenar mi alforja de buenos frutos para la vida eterna.

Alguien dijo: “Morir es sólo morir; morir es una hoguera fugitiva; es sólo cruzar una puerta y encontrar lo que tanto se buscaba. Es acabar de llorar, dejar el dolor y abrir la ventana a la Luz y a la Paz. Es encontrarse cara a cara con el Amor de toda la vida”.

Es verdad. Lo importante de la muerte no es lo que ella es en sí, sino lo que ella nos trae; no es el instante mismo del paso a la otra vida, sino la otra vida a la que ella nos abre paso. Para quienes tenemos fe, la muerte es sólo un suspiro, una sonrisa, un breve sueño; y para los que vivimos de la dichosa esperanza de una felicidad sin fin, que encontraremos al cruzar el umbral de la otra vida, ésta no es sino un ligero parpadeo y, al abrir los ojos, contemplar cara a cara a la Belleza misma; es exhalar el más exquisito perfume -el de nuestra alma, cuando abandone el cristal que la contiene- para iniciar la más hermosa aventura y gozar del Amor en persona... ¡ahora sí, para toda la eternidad! La muerte no debería llamarse “muerte”, sino “vida” porque es el inicio de la verdadera existencia.

El libro del Apocalipsis nos dice hermosamente que allí, en el cielo, después de la muerte “ya no habrá hambre, ni sed, ni calor alguno porque el Cordero que está en medio del trono, Jesús, los apacentará -a los que han entrado en la gloria- y los guiará a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 16-17). Ya no habrá tristeza, ni dolor, ni sufrimiento, sino amor completo y dicha sin fin. ¿No es emocionante y apetecible?

Nuestra Madre, la Iglesia, nos ha enseñado a ver con ojos muy distintos la realidad de la muerte, a mirarla con gran serenidad y a aceptarla con paz y esperanza; incluso con alegría y regocijo -si es viva nuestra fe- porque aquel bendito día será el más glorioso de toda nuestra existencia: el de nuestro encuentro personal con Dios, el Amor que nuestro corazón reclama.

¡Claro!, sólo es posible hablar así cuando tenemos fe. Por eso, los santos se expresaban de ella -de la muerte- con un lenguaje desconcertante para el mundo. San Francisco de Asís la llamaba “hermana muerte”, y deseaba que llegara pronto. San Pablo afirmaba que para él la muerte era una ganancia porque así podría estar ya para siempre con el Señor (Fil 1, 21-23); y santa Teresa de Jesús también se consumía por el anhelo de que ésta no se demorara tanto en venir: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero” -decía en uno de sus poemas místicos- que, en nuestro lenguaje común, podríamos traducirlo con un “me muero de ganas de morirme”. Y hallamos la misma experiencia en tantos otros santos y mártires, que veían en la muerte no precisamente un castigo o una maldición, sino el momento dichoso de su definitivo y eterno encuentro con el Señor.

Fue Jesucristo quien nos enseñó a ver así las cosas. Durante su vida pública muchas veces nos habló de este tema, y en el Evangelio encontramos páginas muy bellas que robustecen nuestra fe y alimentan nuestra esperanza. Como aquella parábola de las diez vírgenes, en la que nos exhorta a vivir “esperando la llegada del esposo” -o sea, de Cristo el Señor-. La parábola de los talentos, de las minas, de los invitados a la boda, del rico epulón y del pobre Lázaro y muchas otras enseñanzas tienen esta misma temática.

Y es que, si nos tomamos en serio esta meditación, la muerte nos enseña a vivir mejor y a valorar el poco tiempo del que disponemos para hacer méritos que perduren. Nos educa en la justa consideración de las cosas y de los bienes terrenos: a la luz de la eternidad aprendemos que todo es pasajero, relativo, accidental y caduco; y nos ayuda, en consecuencia, a no poner nuestro corazón y nuestras seguridades en cosas tan baladíes y efímeras. Nos da, en definitiva, la auténtica sabiduría, esa que no engaña y que nos hace vivir según la Verdad, que es Dios mismo.

Entonces, es muy saludable pensar de vez en cuando en la muerte. Y si la tenemos siempre presente en nuestra vida, tanto mejor. Ahora sí nos damos cuenta de que celebrar a los fieles difuntos tiene mucho sentido y de que, en vez de temer a la muerte, de rehuirla o de reírnos de ella, es mucho más provechoso aprender las lecciones de vida que ella nos ofrece.

Propósito

Ver con ojos muy distintos la realidad de la muerte, a mirarla con gran serenidad y a aceptarla con paz y esperanza; incluso con alegría y regocijoa través de la fe.
Rezar por nuestros difuntos para que estén disfrutando de la gloria de Dios.

martes, 1 de noviembre de 2011

Todos los Santos... que están en el Cielo


Todos los que están en la presencia del Señor son santos. Unos en los altares, otros anónimos, pero cerca del corazón del Padre Eterno.
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
La Iglesia católica recuerda y venera, en este día, a todos los Santos que están en el Cielo.

El objeto de esta fiesta es agradecer a Dios por la gracia que ha concedido a sus elegidos y movernos a imitar sus virtudes y a seguir su ejemplo o a implorar la divina misericordia por la intercesión de tan poderosos abogados.

Todos los que están en la presencia del Señor son santos. Unos en los altares, otros anónimos pero no por eso menos cerca del corazón del Padre Eterno.

Hay santos de todas las edades, de todas las razas y condiciones sociales para mostrarnos que todos los hombres y mujeres podemos y somos capaces de ser santos. Unos nacieron en el lujo de los palacios y otros en humildes chozas. Unos fueron militares, otros comerciantes, magistrados, pescadores, monjas , religiosos, personas casadas, reyes, viudas, esclavos y hombres libres y pecadores.

Los hay que llegaron a la santidad por el martirio y los hay que se santificaron día a día con el cumplimiento de las cosas cotidianas, con las pequeñas cosas. Se santificaron en las circunstancias ordinarias de su vida: lo mismo en la prosperidad que en la adversidad, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza. Siempre supieron hacer, de las circunstancias de su vida un medio de santificación.

En esta fiesta como en las demás conmemoraciones de los santos, es Dios quién constituye el objeto supremo de Adoración y a El va dirigida fundamentalmente la veneración que tributamos a sus siervos, pues El es el dador de todas las gracias.

Nuestras oraciones a los santos no tiene otro objeto que el de pedir y alcanzar que intercedan por nosotros ante Dios, por consiguiente el fervor con que celebremos esta fiesta debería ser un culto de reparación por la tibieza con que dejamos pasar todas las fiestas religiosas del año.

Recordaremos a todos los seres queridos que se han ido y que por la gran misericordia y el amor infinito de Dios están en su presencia y pidámosles que ellos que ya están en el regazo de Padre, nos iluminen para seguir por el camino de salvación.

Mañana, día 2, la Iglesia pedirá por todos los que ya no están con nosotros por ser un día dedicado a los que terminaron su misión en la tierra y que la Iglesia le da el nombre de DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS y que todos conocemos como el Día de Muertos.

Para ellos, nuestro recuerdo lleno de amor y nuestras oraciones. Tal vez no todos han purificado su alma y aún están en la necesidad de nuestras misas y oraciones para llegar a la presencia del Señor, pero de todas maneras es bueno que no olvidemos y pidamos por aquellas almas más necesitadas, porque tal vez no tienen a nadie que en este día las recuerde....

Sin duda, porque así nuestra fe nos lo dice, creemos que los que se nos fueron, no han muerto, siguen viviendo con las potencias de su alma: memoria, entendimiento y voluntad, y por lo tanto su amor sigue haciéndolos estar cerca de nosotros para cuidarnos y guiarnos con más plenitud y profundidad que como lo pudieron hacer aquí en su vida terrena. La vida no termina al separarse el alma de su envoltura ... no morimos nos transformamos y el amor perdura por siempre, eternamente.

Las bienaventuranzas


Mateo 5, 1-12. Solemnidad de Todos los Santos. Debe ser para nosotros un día de paz y alegría.
Autor: P Clemente González | Fuente: Catholic.net
Mateo 5, 1-12


Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos posseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Oración introductoria

Señor, dichoso soy porque hoy puedo dirigirme a Ti para que me ilumines y ayudes a vivir con alegría las bienaventuranzas, camino seguro para la salvación eterna y la felicidad en mi día a día.

Petición

Jesús, dinos cómo asemejarnos más a ti. ¡Parece que nada te turba! Dinos, Queremos ser santos, estar contigo en el Cielo.

Meditación del Papa

La solemnidad de Todos los Santos se fue consolidando durante el primer milenio cristiano como celebración colectiva de los mártires. En el año 609, en Roma, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón, dedicándolo a la Virgen María y a todos los mártires. Por lo demás, podemos entender este martirio en sentido amplio, es decir, como amor a Cristo sin reservas, amor que se expresa en la entrega total de sí a Dios y a los hermanos. Esta meta espiritual, a la que tienden todos los bautizados, se alcanza siguiendo el camino de las "bienaventuranzas" evangélicas, que la liturgia nos indica en la solemnidad de hoy. Es el mismo camino trazado por Jesús y que los santos y santas se han esforzado por recorrer, aun conscientes de sus límites humanos.
En su existencia terrena han sido pobres de espíritu, han sentido dolor por los pecados, han sido mansos, han tenido hambre y sed de justicia, han sido misericordiosos, limpios de corazón, han trabajado por la paz y han sido perseguidos por causa de la justicia. Y Dios los ha hecho partícipes de su misma felicidad: la gustaron anticipadamente en este mundo y, en el más allá, gozan de ella en plenitud. Ahora han sido consolados, han heredado la tierra, han sido saciados, perdonados, ven a Dios, de quien son hijos. En una palabra: "de ellos es el reino de los cielos"» (Benedicto XVI, 1 de noviembre de 2008).

Reflexión

La conmemoración de todos los santos debe ser para nosotros un día de paz y alegría; Cristo, que el día de su Ascensión regresó a la morada definitiva, no lo hizo solo. Fue el primero de un gran cortejo que por su gracia seguirían todos los santos.

Nosotros también somos miembros de ese honorable cortejo, somos Cuerpo Místico y herederos del tesoro de la Iglesia que es la Comunión de los Santos, a través de la cual queda establecido un vínculo constante y recíproco de amor entre los bienes que reciba cualquier miembro. ¡Cuántas gracias y dones nos alcanzarán los santos mediante su intercesión! ¡cuántos hermanos, algunos de ellos conocidos, y otros en el más absoluto anonimato, profundizaron en Cristo y caminaron junto a Él hacia la Patria! La misma senda que encontraron ellos ante sus pies, la encontramos nosotros en nuestros días, unas veces llana y otras empedrada.

Dispongámonos a emprender este viaje. El Camino es sólo uno, Cristo. No necesitamos equipaje, sólo unas instrucciones que Él mismo nos entregó allá en la montaña, donde nos subió, una vez más, para mostrarnos el corazón del Evangelio, el programa de vida de todo cristiano: las Bienaventuranzas.

Me pregunto si lo que escucharon los discípulos allá en lo alto del monte, era lo que esperaban oír. Cristo, que ya les había conquistado con sus enseñanzas y sus sanaciones, había despertado en ellos una especie de añoranza, añoranza de felicidad, de dicha, de paz, en definitiva, de Dios. "Jesús, dinos cómo asemejarnos más a ti. ¡Parece que nada te turba! Dinos, ¿dónde está ese Reino del que tanto nos hablas? ¿Cómo podemos encontrarlo? ¿Dónde se halla?"

Los que seguían a Cristo habían experimentado su amor y sentían la inquietud de buscar el Reino de Dios. Nosotros, detengámonos en este punto y preguntémonos: ¿cuánto conozco yo a Jesús? ¿Le sigo de modo que despierte en mí el deseo de buscar el Reino de Cristo? ¿Me maravillan su presencia, sus palabras, sus acciones? Para poder profundizar en las bienaventuranzas hay que subir primero la montaña siguiendo a Cristo. No se escoge un camino ascendente si no es porque realmente, en la cumbre, se espera alcanzar el éxito. Por eso, me imagino la sorpresa de sus discípulos al escuchar las pautas para alcanzar tan deseado éxito, ¡nada que ver con sus expectativas! Y es que el Reino de Cristo no es de este mundo; para hallarlo, tenemos que vencer al mundo. Cristo ya lo ha hecho y es el auténtico Bienaventurado.

Propósito

Hoy en especial, meditaré las bienaventuranzas, camino seguro para el Cielo y pediré a los santos, a todos, que me ayuden a seguir su ejemplo para ofrecer mi vida, sacrificios, alegrías, a Dios.

lunes, 31 de octubre de 2011

Noviembre, mes para meditar


Es el mes en que se habla de la muerte Jesús mio y... no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego.
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

El día está desapacible....soledad en la Capilla, la luz roja parpadea y tu estás ahí Señor... y yo como siempre estoy frente a ti y no se por qué tengo un sentimiento de melancolía...debe ser el mes de noviembre. Este mes que nos llena de recuerdos de los seres que ya no podemos ver, lugares vacíos, ecos de voces queridas ... que ya no oímos, siluetas y rostros que llevamos en nuestro corazón, pero...que ya no están.

Es el mes en que se habla de la muerte y los crepúsculos tienen una luz mortecina y el viento que va arrancando las hojas de los árboles nos habla de la proximidad del invierno. Si tuviera color le pondríamos un tono gris, serio y formal, con pinceladas de color cobre y oro....

Es el mes en que el pensamiento de la muerte nos pone inquietos pero solo por unos días pues pronto nos liberamos de este, para seguir, con alegría inconsciente, sumergiéndonos en el bullicio de la vida.

Pensar, meditar en la muerte no nos gusta. No estamos preparados para ello y tan solo nos causa desasosiego. Sabemos que algún día llegará... Tu, Jesús, nos dices: Velad, porque no sabeís ni el día ni la hora. Estad alerta, para no ser sorprendidos.

La muerte ha de llegar, eso no cabe duda, pero tu Señor, nos trajiste la esperanza de la resurrección. Creer en que vamos a resucitar es algo que nos aligera el alma y que en realidad no es la muerte sino una transformación de la propia vida.

Y San Pablo nos dice en su primera carta a los corintios: Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?.Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que se durmieron

Esta fe es la que nos alimenta, Señor, y hace que tengamos una esperanza en esa muerte como la puerta hacia la otra vida, hacia la vida eterna.

Pero eso si, ese viaje a la eternidad nos obliga a tener listo "el equipaje", nos hace vivir día a día con el esfuerzo y la voluntad de ser mejores. No podemos despreciar el momento presente para obtener méritos que serán presentados ante tu Juicio, Señor.

Los seres queridos que se fueron nos impelen de mil formas y momentos a que preparemos "ese camino" y ese final de nuestra vida terrena, porque ellos ya saben que el gozo será infinito cuando traspasemos esa temida puerta de la muerte y podamos contemplar el rostro de tu amado Padre, el tuyo , el de tu Santísima Madre y también el de todos los que se nos adelantaron.

Mes de noviembre.... mes para meditar.

Sobre la elección de los invitados


Lucas 14, 12-14. Tiempo Ordinario. Hay más felicidad en dar que en recibir, y el que menos cosas desea es el más feliz.
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Lucas 14, 12-14


En aquel tiempo, decía Jesús a uno de los principales fariseos que le había invitado: Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.

Oración introductoria

Padre, que comprenda que sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.

Petición

Jesús te pido que encuentre la felicidad en dar más que en recibir, y que entre menos cosas desee, soy más rico.



Meditación del Papa

Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo "piadoso" y cumplir con mis "deberes religiosos", se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación "correcta", pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama (Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 18).


Reflexión


¿Te imaginas invitando a cenar a cien personas desconocidas? Si alguien hiciese eso hoy en día, lo mínimo que le pasaría es que saldría en el telediario del día siguiente. Lo “propio” es invitar a los amigos íntimos para pasárselo bien. ¿acaso está mal esto? No, ¡cómo va a estar mal convivir con los amigos!

No es esta la idea que nos quiere transmitir Jesucristo con el Evangelio de hoy. Aunque sea difícil verlo, Cristo nos está invitando en este pasaje a vivir la vida con una “elegancia superior”, con la mirada puesta en el cielo. Porque quien invita a uno esperando recibir otra invitación sólo piensa en sí mismo, no tiene un horizonte que no vaya más allá de sus propios intereses. ¿Cómo se puede ser dichoso sin esperar una compensación material por lo que hacemos?

Una vez oí hablar de un hombre que era inmensamente rico. Tenía todo lo que un hombre puede materialmente necesitar. Un día en un viaje en avión se sentó junto a él un sacerdote muy santo y sencillo con el que se puso a conversar. Al ver la santidad de este sacerdote y que las historias de sus riquezas no le impresionaban, sintió la necesidad de abrirle su corazón. ¿Saben qué es lo que le dijo al sacerdote? Que el momento más feliz de su vida había sido cuando había hecho un acto de fe sencillo, de ponerse en manos de Dios con lo que era, y no con lo que tenía. Este hombre confesaba que daría todo lo que tenía por volver a experimentar esa felicidad.

¿No será cierto que hay más felicidad en dar que en recibir, y que el que menos cosas desea es el más rico?


Propósito

Ayudar a una persona sin esperar que me lo regrese. Dar sin esperar nada a cambio.