miércoles, 25 de mayo de 2011

Soy tu Madre


Mes de Mayo, mes de María. En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo.
Autor: H. Javier Ayala, | Fuente: Catholic.net

 


Mamá

Es la primera palabra que aprenden los niños. Los niños crecen seguros cuando han logrado estrechar una relación con su madre. No importa que no la vean, saben que está ahí y por eso no tienen miedo.

¿Quién es esta Mujer? Juan Pablo II la invocaba: «totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt». Y la tenía en su escudo y en su corazón.

¿Quién es esta Mujer? Se le apareció a una niñita en una cueva y le dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción». ¿Quién es esta Mujer?

Miguel Ángel la esculpió en mármol de Carrara.

¿Quién es esta Mujer? París puso su nombre a su catedral.

¿Quién es esta Mujer? Éfeso le dio el título más grande que jamás ha recibido alguna mujer.

¿Quién es esta Mujer? En torno a Ella la Iglesia primitiva perseveraba unida en la oración.

¿Quién es esta Mujer? El ángel le dijo: «no temas».

Mujer, tú que escuchaste del ángel del Señor: «no temas», dinos: ¿es verdad? ¿Es verdad que no hay que tener miedo? Mira el mundo... Mira la Iglesia... Mira mi vida... Mira mi pecado... ¿Es verdad, Mujer? ¿Es verdad que no hemos de temer?

Dinos, Mujer, ¿qué le dijiste a san Juan Diego en el Tepeyac? ¿Qué le dijiste al joven Karol Wojtyla que después, siendo Papa, tantas veces nos repitió «no tengáis miedo»?

Respóndenos, Mujer, dinos algo... ¿quién eres?

No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa difícil o aflictiva. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?.

Si es así, si eres mi Madre, si estás aquí... no temo, María. En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo. Estoy a punto de comenzar una misión y no sé lo que me espera, pero no temo porque tú estás conmigo. En unos meses pueden pasar muchas cosas pero no temo porque tú estás conmigo.

Tengo una responsabilidad muy grande sobre mis hombros, no sé si puedo, pero no temo porque tú estás conmigo. Entonces, mi última palabra en la hora de mi muerte será la misma que la primera que pronuncié de niño... «Mamá».

Yo soy la vid verdadera

o soy la vid verdadera
Juan 15, 1-8. Pascua. Cristo quiere que esté unido a Él, para que yo pueda seguir vivo, y para que mi testimonio como cristiano sea verdadero.
Autor: Luis Jesús Rodríguez | Fuente: Catholic.net

 

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».

Oración introductoria

Señor, tú me has dicho que si no estoy unido a la vid no puedo dar fruto. Yo sé que tú eres esa vid, y que la oración es lo que me une a ti. Ayúdame en esta meditación a conocerte más para estar tan unido a ti que no pueda separarme jamás y así pueda llevar mucho fruto de amor en mi vida.

Petición

Señor, que jamás me separe de ti.

Meditación

«Para realizar esto, debéis permanecer unidos a Cristo. Sus palabras son la base de vuestra eficacia: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos... porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Él os llama también hoy a un mayor amor, porque os invita a una permanente conversión del corazón. Os llama a una mayor unión con El en su Iglesia, pues es allí donde le encontráis. Y la unión con Cristo en su Iglesia es la condición esencial de toda vuestra eficacia apostólica. Es Cristo quien os confía vuestra misión, una misión que, sin embargo, está coordinada dentro de la unidad de su Cuerpo mediante los Pastores de la Iglesia. Esto explica el gran valor que tiene una amorosa comunión de fe y disciplina con vuestros obispos quienes, como dice la Carta a los Hebreos, "velan sobre vuestras almas, como quien ha de dar cuenta de ellas" (He 13,17).
Habéis escuchado la Buena Noticia de la salvación y la habéis abrazado con alegría, produciendo frutos de justicia y santidad de vida. Pero es importante que la gracia de la fe se desarrolle en vosotros y en todos los creyentes con la ayuda de Dios, y os conduzca a un conocimiento más profundo de la persona y del mensaje de nuestro Señor Jesucristo (cf. Catechesi tradendae CTR 19). La necesidad de una catequesis sistemática es una de las mayores necesidades de la Iglesia en este momento. Es un gran reto para vosotros como católicos. Como seglares, estáis llamados, individual y colectivamente, a hacer frente a este reto.
Entre todas las oportunidades que tenéis abiertas para el ejercicio del apostolado individual, la familia ocupa un lugar de primordial importancia. La familia puede proporcionar una respuesta eficaz a la secularización del mundo; la familia tiene un carisma especial para transmitir la fe y para estimular en su desarrollo una evangelización inicial. Dentro de la intimidad de la familia, cada individuo puede encontrar la oportunidad para dar un testimonio personal del amor de Cristo. Los padres tienen el derecho y el deber de catequizar a sus hijos; tienen el inmenso privilegio de ser los primeros en enseñar a sus hijos a rezar. Con palabras de mi predecesor Juan Pablo I, me gustaría "estimular a los padres en su papel de educadores de los hijos; ellos son los primeros catequistas y los mejores. ¡Qué gran tarea tienen y qué reto! Enseñar a sus hijos a amar a Dios, a hacer de este amor una realidad de su vida. Y, por gracia de Dios, qué fácilmente aciertan algunas familias a cumplir la misión de ser primum seminarium; el germen de una vocación al sacerdocio se alimenta a través de la oración familiar, el ejemplo de fe y apoyo de amor" (Discurso en Filipinas de Juan Pablo II el 20 de febrero de 1981)

Reflexión apostólica

Cristo quiere que esté unido a Él, no sólo para que yo pueda seguir vivo, es decir en vida de gracia, sino también para que mi testimonio como cristiano sea verdadero y coherente, mi oración debe ser un querer llenarme de Dios para después poderlo transmitir.

Propósito

Buscar unirme a Dios a lo largo de este día para que sea Él quien actúe a través de mí en cada uno de mis actos.

Diálogo con Cristo

Jesús, haz que no tenga miedo de ser un auténtico cristiano, sabiendo que lo único que me pides es vivir siempre unido a ti, y que la recompensa que me das eres tú mismo. Que no quiera huir del sacrificio y la renuncia con tal de que cada vez sea más semejante a ti.


A lo largo del día, repitamos con frecuencia: "Lávame, Señor, de mis pecados y límpiame de toda iniquidad". (Madre Teresa de Calcuta)

martes, 24 de mayo de 2011

Victorias y derrotas


¿Me preocupa la victoria decisiva? ¿Trabajo en serio por llegar a la casa donde me espera un Padre bueno?
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


¿Basta mucho o basta poco para alcanzar una meta muy soñada, una victoria que deseamos con todo el corazón? La respuesta depende de muchos factores: de la grandeza de la meta perseguida, de los medios que tenemos a nuestro alcance, del empuje y fuerza de la propia voluntad, de las dificultades que surgen aquí o allá mientras luchamos por llegar al objetivo.

La vida está llena de retos, de sueños, de esperanzas, de esfuerzos, de luchas. A veces, logramos la victoria: conseguimos un trabajo, conquistamos una virtud, solucionamos un problema en la familia, tapamos una gotera (molesta y peligrosa) que cae desde nuestro techo.

Otras veces, el esfuerzo no fue suficiente para conquistar la meta deseada. La derrota ha llegado a nuestras puertas. Es entonces cuando lloramos porque la medicina no logró el efecto deseado, porque la carta que iba a mejorar la situación familiar no llegó nunca a su destinatario, porque un coche se cruzó en nuestro camino y cambió completamente los planes que teníamos entre las manos.

Cada victoria, cada derrota, afecta en mayor o menor medida a las personas. Normalmente la victoria genera una sensación de alegría, de triunfo, de optimismo. La derrota, en cambio, puede desencadenar sentimientos de amargura, frustración, desengaño, apatía.

Mientras avanzamos, entre victorias y derrotas, brilla un horizonte que interpela a los seres humanos de distintas formas: lo que se consigue tras la muerte. Porque si nuestra alma es inmortal, si nuestros actos quedan escritos en el corazón de Dios, si tenemos un enemigo que busca apartarnos del bien y encadenarnos al mal, entonces la victoria verdadera o la derrota más amarga quedan a la vista cuando cruzamos la frontera de la muerte.

¿Me preocupa esa victoria decisiva? ¿Trabajo en serio por llegar a la casa donde me espera un Padre bueno? ¿Quiero que también mis familiares, mis amigos, mis conocidos, incluso mis enemigos y tantas personas que me resultan más o menos extrañas, consigan llegar al cielo?

La vida sigue con sus alegrías, sus prisas, sus lágrimas, sus momentos de amarga monotonía (esa de los hospitales, de las cárceles, del paro, de las derrotas y heridas que hunden a miles de personas en la angustia) o sus días de victoria y de dicha (una boda, un nacimiento, el reencuentro de un amigo).

Mientras seguimos en camino, Cristo nos ofrece su Sangre y su Cuerpo, su Amor sin límites, su ayuda, su Espíritu. Cuando acogemos su presencia, cuando le abrimos las puertas del alma, es posible que hasta un condenado a muerte (un fracasado, un derrotado, un criminal) puede lograr la victoria más hermosa de la vida humana, desde esa su fe humilde que sabe decir, simplemente: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (Lc 23,42).

Despedida y palabras de aliento


Juan 14, 27-31. Pascua. Cristo nos trae una paz profunda, aquella capaz de dar una tranquilidad profunda en mi corazón .
Autor: H. Joel Castañeda Ochoa | Fuente: Catholic.net


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 27-31

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí».

Oración introductoria

Jesucristo, ahora que voy a iniciar esta meditación, te quiero pedir la gracia necesaria de experimentar un amor tan grande como el que tuvieron los primeros apóstoles, en el cenáculo. Concédeme amarte de tal manera que también yo busque la voluntad del Padre, para que crea en tus palabras, porque en verdad tú obras en unión con el Padre.

Petición

¡Señor, que cada vez logre escuchar con mayor atención tu mensaje de paz y que lo viva en lo más personal e íntimo del corazón!

Meditación

Cristo viene a traernos un mensaje de paz, pero nos advierte desde el inicio que no es la paz que da el mundo. En efecto para el mundo la paz se concibe muchas veces en no estar en guerra, en no tener alguien que venga a disturbar dentro del ambiente en el que nos encontramos. Cristo en cambio habla de una paz más profunda, de aquella capaz de dar una tranquilidad profunda. Dice que no nos inquietemos en el corazón porque él ha vencido al mundo; en efecto la paz surge de la consciencia de que con Cristo nos mantendremos salvos en el alma.
Y la sabiduría de Cristo está en que el mensaje de paz nos lo da antes de anunciarnos la venida del príncipe de este mundo, es decir la del demonio como enemigo del alma y de la verdad. Por lo mismo Jesús nos invita a confiar, porque ello implicará algunas persecuciones, algunas críticas por ser seguidores de Cristo. Pero el demonio en sí no tiene ningún poder sobre Cristo.
Que hermoso momento para darnos ese mensaje de paz; justo antes de subir al Padre y de enviarnos al consolador. Así la paz se convierte en parte de su testamento, porque está a punto de partir al Padre y quiere que estemos tranquilos, llenos de confianza en las enseñanzas que nos ha dejado a lo largo de su predicación, pues la vivencia de las mismas serán el origen de la paz, porque en el confronto con la vivencia según el mundo, tal vez traerán dificultades, pero la paz que inunda el corazón es mucho más profunda que la que pueda ofrecer la mentalidad del mundo, el mundo que es en primer lugar el egoísmo que llevamos dentro y no tanto la materialidad que nos rodea.

Reflexión apostólica

Cristo trae la paz para nosotros como seguidores de él, nos da su mensaje en un momento de grande intimidad, pero a la vez tenemos que ser conscientes que si nos da ese regalo es para transmitirlo a los demás, por tanto como cristianos nos convertimos en verdaderos propagadores de la paz. El mundo y quienes nos rodean esperan que nosotros cristianos vivamos de acuerdo a los criterios de nuestro Señor y en la medida en que demos a los demás esa paz se dirá entonces como se dijo de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman y cómo están dispuestos a dar la vida unos por otros.”

Propósito

En el día de hoy buscaré transmitir serenidad a quienes me rodean, teniendo presente que Cristo está a mi lado y quiere que de verdad tenga paz en mi corazón.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, muchas veces me has permitido experimentar la paz del alma, de verdad que no te has dejado ganar en generosidad. Otras veces me he visto sumido en la angustia y desesperación por no actuar de cara a ti, por no buscar tu voluntad, sino mis propios caprichos y maneras de pensar. Te pido la gracia de tenerte siempre presente, dame la fe necesaria para tenerte siempre a mi lado y para no buscar otra paz distinta a la tuya, por muy buena que parezca.


“La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”
(Juan XXIII, Pacem in terris, 11 de abril de 1963)

lunes, 23 de mayo de 2011

El tiempo y la eternidad


Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables. Valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con intensidad.
Autor: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
El hecho de ser, de estar presentes en esta vida, de poder disponer de un tiempo que se nos da, trae consigo una responsabilidad de infinitas dimensiones que muchas veces no queremos o no sabemos aquilatar.

Estamos conscientes de que solo el presente, el momento presente nos pertenece. El pasado lo vivimos, si, pero se nos fue como agua entre las manos dejándonos tan solo la humedad perfumada de un grato recuerdo o de un triste llanto. Se nos fue como el viento que pasa y pasa para no regresar jamás. Los instantes, las horas, los años vividos se fueron y no volverán.

El futuro es tan incierto como el más grande de los misterios. Indescifrable e impenetrable.

No nos pertenece el mañana, ni siquiera el próximo minuto, que tan solo será nuestro si alcanzamos a vivirlo. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? Ese, el del momento presente, el que Dios nos está regalando gota a gota, hora tras hora, día tras día... ¿Cómo empleamos nuestro tiempo? A veces dejamos transcurrir esas horas, horas que no volveremos a tener, sin hacer nada, con una dejadez tonta, con un desperdicio imperdonable y falto de cordura.

Pensemos frecuentemente en esto: el gran tesoro del tiempo lo tenemos en nuestras manos. Es el momento presente el que no se nos puede ir sin darle su valor y de muchos presentes hacemos nuestro pasado y también estamos haciendo un puente hacia ese futuro que está por llegar. Ese puente que nos va a conducir a la eternidad.

El valor a nuestro tiempo se lo damos nosotros. Si empleamos ese tiempo en crecer espiritualmente, en ser mejores, en ir limando las aristas de nuestro carácter y temperamento con las que lastimamos a los que nos rodean, ese tiempo será rico, lleno de paz y de alegría.

Será de un extraordinario valor si no lo usamos con la avaricia de vivirlo para nosotros solos, sin que generosamente se lo obsequiemos a los demás .Así ese tiempo jamás será un desperdicio y cuando nos hayamos ido siempre habrá alguien que nos recordará porque llevará en su vida el regalo de nuestro tiempo, el regalo de nuestra propia existencia.

Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.

No los malgastemos en críticas malsanas, en chismes, en arropar rencores, en maldecir con envidia la suerte de otros, en herir de obra o de palabra, en lastimar sentimientos o menospreciar al más débil.

Por el contrario, valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con intensidad, con profundidad, haciéndolos fecundos dándoles su justo valor enriquecidos por la fe y la confianza en Dios y repartiéndolos siempre entre nuestros semejantes.

Somos dueños de nuestro tiempo, por nuestra propia y libre voluntad, pero no olvidemos que daremos cuenta de él, cuando ese tiempo se termine y empiece la ETERNIDAD.

Quien cumple mis mandamientos, me ama


Juan 14, 21-26. Pascua. La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros.
Autor: Juan José Hernández | Fuente: Catholic.net


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 21-26.

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Oración introductoria

Dios mío, gracias por este nuevo día que me das para poder identificarme contigo cada vez más. Ayúdame a vivir con dedicación y entusiasmo este período de la Pascua para que toda mi vida proclame tus mandamientos.

Petición

Señor ayúdame a ofrecer toda mi vida a ti como tú la ofreciste por mí. Enséñame a ver en cumplir tu voluntad, en guardar tu palabra en la caridad, un modo estupendo para agradarte.

Meditación

La caridad constituye la esencia del «mandamiento» nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre: «El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21).
El amor a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, por tanto, en la mediación de Jesús, como él mismo afirma en la oración sacerdotal: «Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta mediación se concreta sobre todo en el don que él ha hecho de su vida, don que por una parte testimonia el amor mayor y, por otra, exige la observancia de lo que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 13-14).
La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros. La capacidad de amar como Dios ama se ofrece a todo cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y resurrección.
(Juan Pablo II, audiencia general del 13 de octubre de 1999).

Reflexión apostólica

Este mensaje de Cristo sobre guardar sus mandamientos requiere que nosotros demos a conocer, por testimonio y por palabra, el Evangelio del Señor. Busquemos una oportunidad para compartir nuestra fe con alguien.

Propósito

Hacer un buen examen de conciencia ante Dios para descubrir con su ayuda un aspecto en particular donde me cuesta más identificarme con la caridad de Cristo.

Diálogo con Cristo

Jesús, tú lo has dado todo por mí para que yo sepa responder con similar amor. Tu amor exige que yo viva según lo que tú has querido enseñarme. Sólo de este modo encontraré la felicidad en esta vida y en la próxima. Ahora sólo quiero vivir para agradarte a ti.


Preferiría cometer errores con gentileza y compasión antes que obrar milagros con descortesía y dureza(Madre Teresa de Calcuta)

domingo, 22 de mayo de 2011

Jamás me he decidido a nada...


¡Cuántas veces vemos nuestros deseos truncados, por el simple hecho de no decidirnos a realizarlos a tiempo!
Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net

Por la vereda de musgo caminaban el vasallo, el paje y un hombre joven de físico vigoroso, pero de voz cansada, casi imperceptible. Al andar, el hombre iba lamentándose:
- De pequeño quise ser el mejor constructor del Imperio. Y ahora...

Los rayos del sol se abrían paso entre los frondosos alcornoques que franqueaban la espaciosa vereda, y una ventisca fresca agitaba la vestimenta de los tres caminantes.
- Cuando cumplí la mayoría de edad -prosiguió el hombre-, soñé con irme a la conquista de Reinos nuevos. Pero, ahora...

El hombre no dejaba de lamentarse. El paje y el vasallo, limitándose a parar oído, se conmiseraban internamente con él, pues de verdad que sus palabras y su semblante daban pena.
- Hace un par de años intenté casarme y formar una familia numerosa. Y ahora...

Entonces el vasallo pensó dentro de sí: “¡Pobre hombre! Ha querido hacer tantas cosas y no ha podido realizar ninguna. Quizá le faltaron los medios, o alguien que le apoyara. Se ve que el pobre sufre mucho.”

Antes de alcanzar el último tramo de vereda, para luego iniciar el ascenso al monte, el hombre suspiró:
- Y ahora siento que debo acompañarles hasta el pueblo de la cima como prometí, pero...

Interrumpió el vasallo:
- Pero, no puedes ¿verdad? Quisieras, pero algo te lo impide, como te impidió ser constructor, caballero y papá...

Y como el hombre guardara silencio, el paje añadió:
- ¿Podemos ayudarte en algo?

El hombre, frotándose las manos, respondió:
- Sí. ¿Pueden decirme qué se necesita para decidirse a hacer algo en la vida?- y después de hacer una pausa concluyó- ¿Saben? Jamás me he decidido a nada...



En la vida, si no pasamos a la acción, todo quedará en el terreno de los sueños. ¡Cuántas veces vemos nuestros deseos truncados, por el simple hecho de no decidirnos a realizarlos a tiempo! Pidamos ayuda en la oración para que Dios nos de la fuerza de decidir el mejor camino, de cumplir Su voluntad.

¡Verdad, Camino y Vida!


Juan 14, 1-12. Pascua. Como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo.
Autor: Miguel Escobar | Fuente: Catholic.net

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12

No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"?
¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.


Oración introductoria

Padre de bondad, que en tu hijo nos has dicho palabras de vida eterna, enséñanos a leer toda la escritura a la luz de su persona y misterio, porque él es la palabra en la que se resumen y tienen sentido todas las demás palabras. Ilumina mi mente y fortalece mi corazón para seguir sólo a Cristo y no dejarme encandilar por ídolos falsos.

Petición

Señor que te busque siempre con ansia para que seas tú el único sostén de mi vida.

Meditación

Para poder comprender la importancia fundamental que tiene, en el desarrollo de la vida cristiana, el afán por adquirir la paz del corazón, en primer lugar debemos convencernos que todo el bien que podamos hacer viene de Dios, “Sin mí no podéis hacer nada”(Jn 15, 5). No ha dicho: no podéis hacer gran cosa, sino “no podéis hacer nada”. Es necesario que estemos bien persuadidos de esta verdad y para que sea una experiencia de todo nuestro ser habremos de pasar por frecuentes fracasos, pruebas y humillaciones permitidas por Dios. Él podría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesarias para que nos demos cuenta de nuestra radical impotencia. Sólo Cristo es el camino la verdad y la vida, sólo unidos a él podremos alcanzar la paz del alma, pero es necesario dejarle actuar en nuestras vidas.

Reflexión apostólica

Sólo quien se alimenta de las palabras y de la vida de Cristo y a ejemplo de Él busca la voluntad de su Padre en la vida puede ser capaz de resistir a las tempestades y gozar de una paz interior. Quien goza de esa paz interior puede comunicarla en el corazón de muchas otras personas. Cómo cristianos estamos llamados a una constante lucha y a una resistencia ante las batallas que el mundo nos ofrece, son necesarias a veces muchas derrotas hasta que decidimos optar por Él

Cuando por fin comenzamos a gozar de su amistad, y vivir según su verdad experimentamos la paz, y es entonces cuando nos lanza un nuevo reto: ser apóstoles con nuestros hermanos y familiares para convertirnos así en fermento positivo y ayudar a transformar la sociedad.

Propósito

Buscaré vivir alguna actividad de mi día pensando en cómo la hubiera vivido Cristo.

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, tú conoces mi corazón, sabes que a veces es como un barco sin dirección, ayúdame a calar en mi corazón el amor por tu Padre y el deseo de caminar siempre junto a ti, en la verdad de tu palabra. Que me convenza de lo mucho que gano amándote y lo vacío que me quedo cuando me busco saciar mi corazón con los ideales que me propone el mundo.

Enciende en mí una llama que trasmita con mi testimonio el deseo de conocerte y amarte. Y que por mí muchas personas lleguen a conocerte. Así sea.

“Como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino” (Benedicto XVI, 5 de abril de 2010).