viernes, 17 de febrero de 2012

La cruz nos lleva a Jesucristo


Marcos, 8, 349,1. Tiempo Ordinario. Jesús nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y seguirle. Sólo con Él nuestra nuestra carga se hace ligera.
Autor: Diego Calderón, L.C | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Marcos, 8, 349,1

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios»

Oración introductoria

Gracias, Padre Santo, por esta oportunidad que me das de ponerme en tu presencia. Ilumina mi mente y mi corazón con la luz de tu amor. Dame la gracia de escucharte y de aceptar con sencillez tu voluntad en mi vida. Señor enséñame a entender que la cruz de cada día es una oportunidad para crecer en la fe, la confianza y el amor a ti. Ayúdame, Dios mío, a buscar no una vida sin cruces y sin dificultades sino que esas mismas contrariedades y sufrimientos me lleven a ver y encontrar tu mano amorosa.

Petición

Señor Jesús, permíteme entender que la cruz y el sufrimiento son elementos connaturales a nuestra existencia humana. Por eso te pido, Dios mío, que me ayudes a enfrentar la experiencia de la cruz con fe y amor, de manera que se convierta en un camino de conversión e intimidad contigo.

Meditación del Papa

«Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito» (Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 37). Jesucristo nos invita a tomar nuestra cruz de c

Descubrir a Cristo como Amigo



Jesús mantiene su mano tendida, su Corazón abierto, su mirada llena de cariño. Sabemos que nos espera siempre.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Tal vez lo hemos leído muchas veces: Jesús no quiere llamarnos siervos. Su deseo consiste en que seamos y vivamos como amigos (cf. Jn 15,14-15).

La vida, sin embargo, nos arrastra con mil problemas, mil angustias, mil miedos, mil placeres que llegan y que pasan. Estamos más preocupados por el trabajo o por la pintura del techo que por lo que le ocurre a nuestro Amigo.

Jesús, sin embargo, mantiene su mano tendida, su Corazón abierto, su mirada llena de cariño. Sabemos que nos espera, con una presencia humilde y acogedora, en la Eucaristía. Sabemos que anhela perdonarnos en el encuentro de la misericordia que se produce en cada confesión bien hecha.

Si dejamos un poco de espacio a su amor de Amigo, si le abrimos, aunque sea una simple rendija, la puerta del alma, entrará con gusto. Así podremos cenar juntos (cf. Ap 3,20).

Es entonces cuando descubriremos que su presencia suaviza las penas, enciende alegrías, da fortaleza para afrontar una vida llena de sorpresas y de pruebas.

Tener a Cristo cerca cambia completamente la existencia humana. El mundo adquiere un color distinto. El que es verdadero amigo del Amigo eterno entiende pronto que hemos nacido para Él, y que nuestro corazón, como el de san Agustín y el de tantos santos del pasado y del presente, sólo podrá estar tranquilo y sereno cuando lo encontremos.

Uno de los amigos de Jesús, Robert Benson, escribió, hace ya muchos años, unas líneas poéticas que reflejan lo que significa encontrarse con el Señor, en la intimidad alegre del amor verdadero. Llevan como título “Así es mi amigo”.

“Te diré cómo le conocí:
había oído hablar mucho de Él, pero no hice caso.
Me cubría constantemente de atenciones y regalos, pero nunca le di las gracias.
Parecía desear mi amistad, y yo me mostraba indiferente.
Me sentía desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y Él me ofrecía refugio, consuelo, apoyo y serenidad; pero yo seguía siendo ingrato.
Por fin, se cruzó en mi camino y, con lágrimas en los ojos, me suplicó:
ven y mora conmigo.
Te diré cómo me trata ahora: satisface todos mis deseos.
Me concede más de lo que me atrevo a pedir.
Se anticipa a mis necesidades.
Me ruega que le pida más.
Nunca me reprocha mis locuras pasadas.
Te diré ahora lo que pienso de Él:
es tan bueno como grande.
Su amor es tan ardiente como verdadero.
Es tan pródigo en Sus promesas como fiel en cumplirlas.
Tan celoso de mi amor como merecedor de él.
Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo”.
(Robert Benson, “La amistad de Cristo”).

miércoles, 15 de febrero de 2012

Jesús, cura mi ceguera


Marcos 8, 22-26. Tiempo Ordinario. Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma.
Autor: H. Laureano López | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Marcos 8, 22-26


Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?». Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».

Oración introductoria

Jesús, me acerco a ti porque sé que Tú eres la Luz del mundo y que puedes iluminarme en mi ceguera y librarme de las tinieblas. Señor, ayúdame a ver. Te ofrezco esta meditación por todos aquellos que no pueden ver con los ojos del alma porque el pecado les ha cegado. Dios mío, devuélveme la vista espiritual para que pueda ver todo desde la perspectiva de tu santa voluntad.

Petición

Señor, ayúdame a ver todos los momentos del día con la visión de la fe y del amor.

Meditación del Papa

"El hombre tiende por inercia natural a lo visible, a lo que puede coger con la mano, a lo que puede comprender como propio. Ha de dar un cambio interior para ver cómo descuida su verdadero ser al dejarse llevar por esa inercia natural. Ha de dar un cambio para darse cuenta de lo ciego que es al fiarse solamente de lo que pueden ver sus ojos. Sin este cambio de la existencia, sin oponerse a la inercia natural, no hay fe. Sí, la fe es la conversión en la que el hombre se da cuenta de que va detrás de una ilusión al entregarse a lo visible [...] Y porque nuestra inercia natural nos empuja en otra dirección, la fe es un cambio diariamente nuevo; sólo en una conversión prolongada a lo largo de toda nuestra vida podemos percatarnos de lo que significa la frase: yo creo" (Joseph Ratzinger, Introducción al Cristianismo, el salto de la fe).

Reflexión

La vida diaria, con sus luces de artificio, puede deslumbrarnos y hacer que quedemos ciegos para las cosas de Dios. Esforcémonos por encender en nuestra vida la luz que nos viene de la contemplación de Cristo para poder ayudar después a las personas a salir de la oscuridad del pecado y de la indiferencia. Vivamos de tal modo de cara a Dios, que resplandezca en nosotros la luz de Cristo que lleve a las almas a la conversión del corazón.

Propósito

Buscaré ver los acontecimientos de mi día tratando de verlos desde la óptica de Dios.

Diálogo con Cristo

Jesús, enciende en mi corazón la luz de tu presencia para que se dispersen las tinieblas de mi alma. Sé que puedes iluminar mi vida diaria con tu palabra y con el don de tu Eucaristía. Tú que has dicho: “Yo soy la luz del mundo” irradia tus destellos de amor sobre mi pobre persona. Ayúdame a vivir frente a ti de manera que, contemplándote cara a cara, pueda iluminar también la vida de mis hermanos los hombres.


“En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz interior, cuando el espíritu del hombre se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden como formando una sola cosa” (Benedicto XVI, Ángelus, domingo 8 de marzo de 2009)

El burro y su historia


Lo importante para nosotros cristianos, es que tengamos muy bien puestas nuestras ideas en la cabeza y en el corazón.
Autor: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net
El ambiente en que vivimos los hombres cada día es más hostil y complicado, nos confunden, y a la hora de la hora hasta nos hacen dudar; ¿lo que estamos haciendo está bien o está mal? nos preguntamos. ¿Cómo satisfacer el querer y el parecer de todos? labor difícil, más aún en un mundo con tanta información, tan cambiante y con tantas apreciaciones personales.

Lo importante para nosotros cristianos, es que tengamos muy bien puestas nuestras ideas en la cabeza y en el corazón, para que no pensemos, hablemos y actuemos como la mayoría lo hace, de lo contrario, seremos como veletas que se mueven de acuerdo al viento, y eso sí que sería catastrófico.

Vivamos nuestros valores, actuemos según nuestra conciencia formada y madura con los principios correctos y con la certeza de que lo que importa no es lo que dirán, sino lo que ve Dios y el bien objetivo que tengo que hacer. Él sabe perfectamente mi intención y las convicciones que me mueven a actuar... ¿Cuántos de nosotros tal vez vivimos lo que esta familia vivió? no sé si decir, pobre burro o pobre familia. Al final, tú puedes sacar tu propia conclusión, esperamos coincidir...

Había una vez un matrimonio con un hijo de doce años y un burro. Decidieron viajar, trabajar y conocer el mundo. Así, se fueron los tres con su burro.

Al pasar por el primer pueblo, la gente comentaba: “¡Mira ese chico mal educado; él arriba del burro y los pobres padres, ya grandes, llevándolo de las riendas!”. Entonces, la mujer le dijo a su esposo: No permitamos que la gente hable mal del niño. El esposo lo bajó y se subió él.

Al llegar al segundo pueblo, la gente murmuraba: “¡Mira qué sinvergüenza ese tipo; deja que la criatura y la pobre mujer tiren del burro, mientras él va muy cómodo encima!”. Entonces, tomaron la decisión de subirla a ella al burro, mientras padre e hijo tiraban de las riendas.

Al pasar por el tercer pueblo, la gente comentaba: “¡Pobre hombre! Después de trabajar todo el día, debe llevar a la mujer sobre el burro y pobre hijo ¡qué le espera con esa madre!”. Se pusieron de acuerdo y decidieron subir los tres al burro para comenzar nuevamente su peregrinaje.

Al llegar al pueblo siguiente, escucharon que los pobladores decían: “¡Son unas bestias, más burros que el burro que los lleva, van a partirle la columna!”

Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro.

Pero al pasar por el pueblo siguiente no podían creer lo que las voces decían sonrientes: “¡Mira a esos tres mensos: caminan, cuando tienen un burro que podría llevarlos!”

¿Cómo complacer a todos?, realmente un misterio y una proeza, ¡vaya aventurita que se dieron estos pobres! Siempre habrá alguien que te critique, que hable mal de tí y será difícil que encuentres alguien a quien le conformen tus actitudes.

Entonces:

¡Vive como creas y según tus principios! ¡Haz lo que te dictamine tu conciencia y el corazón! Una vida es una obra de teatro que no permite ensayos.

Por eso:

¡Vive tu vida, no solo existas, cada día canta, ríe, ama, crece y lucha por tus convicciones! ¡Vive intensamente cada momento de tu vida antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos!

¿Más infalibles que el Papa?


No se trata, como piensan algunos, de emitir juicios categóricos, inapelables e infalibles, a los que todos deberían someterse
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Circula por ahí la siguiente idea: muchos teólogos no desean ser Papas porque entonces perderían la infalibilidad. Es decir, muchos teólogos critican con una libertad total lo que enseña el Papa, pero son muy reacios a cualquier crítica dirigida contra ellos, porque piensan que sus ideas son completamente ciertas y, por lo tanto, indiscutibles. Si llegasen a ser Papas, estarían en la mira de las críticas de otros teólogos que prefieren seguir las propias ideas y atacan continuamente las enseñanzas del Obispo de Roma: dejarían entonces de ser infalibles...

Algo parecido ocurre entre católicos no especialistas en teología. Se trata de sacerdotes o laicos que juzgan y condenan, con una seguridad sorprendente, decisiones del Papa y de los cardenales que colaboran con el Papa en el gobierno de la Iglesia. Parece que conocen mejor que nadie la situación de la Iglesia universal o de algunas iglesias locales. Suponen que su criterio personal es el único que ha comprendido qué decisiones deban adoptarse en cada caso.

Es plausible que nombramientos o normativas concretas decretadas desde el Vaticano puedan ser mejorables, en sus contenidos o en su modo de ser presentadas. Incluso hay ocasiones en las que una decisión podría estar equivocada: en cosas concretas hay tantos aspectos a considerar que no resulta nada fácil tener todos los hilos en la mano y acertar a la hora de decidir.

Pero si el Papa, con un equipo de consejeros cercanos o lejanos, puede llegar a aprobar algo menos acertado, ¿cómo algunos, que no han leído informes, que no han escuchado a personas, que no han analizado los pros y los contras de cada alternativa, sentencian con una seguridad inquebrantable que la decisión debería haber sido la que a ellos les parecía mejor?

Por eso, encontramos que no sólo hay teólogos que no quieren perder su “infalibidad”, sino que también existen vaticanistas, escritores de blogs, periodistas clásicos, o simples personas de la calle, que “pontifican” de modo inapelable y que se atribuyen el don de no equivocarse nunca en los consejos que ofrecen y que serían los únicos para lograr, según ellos, una buena marcha de la Iglesia.

Los fieles tienen derecho, incluso el deber, “de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de hacerla conocer a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas” (Código de Derecho Canónico, canon 212, 3).

Se trata de manifestar una opinión, ofrecida a las autoridades en un clima de reverencia. No se trata, como piensan algunos, de emitir juicios categóricos, inapelables e infalibles, a los que todos deberían someterse, según se desvela en el modo de hablar o de escribir de quienes se consideran más infalibles que el Papa y con más cualidades que la Curia.

Frente a la pretensión vana de algunos de una superioridad inexistente, la vida y conducta de tantos miles de católicos de a pie, que exponen sus puntos de vista con sencillez y con reverencia a los pastores, incluso al Papa, muestra la actitud correcta con la que en la Iglesia nos hablamos entre hermanos: la de quienes buscan contribuir al bien común desde una apertura de corazón que permite aceptar que uno pueda estar equivocado y que acoge, en la fe y en el amor, lo que dictaminen el Papa y los obispos que actúan unidos al Sucesor de san Pedro.

martes, 14 de febrero de 2012

Confianza en el amor de Cristo


Marcos 8, 14-21. Tiempo Ordinario. Los discípulos tenían miedo como también nosotros tenemos miedo de afrontar los desafíos del día a día.
Autor: Julián Higuera | Fuente: Catholic.net

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 8, 14-21


(Los discípulos) se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. El les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los 5.000? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?» «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete».Y continuó: «¿Aún no entendéis?»

Oración introductoria

Abre, Señor, nuestros corazones para saber escuchar tu voz. Abre, Señor, nuestros ojos porque somos ciegos y muchas veces no vemos el infinito amor que nos tienes. Permítenos verte para que siempre podamos seguirte y podamos cumplir tu voluntad tu voluntad. Déjanos ponernos en tus manos para que tú nos moldees de acuerdo a tus designios y podamos descubrir la paz y alegría de sabernos hijos tuyos.

Petición

Señor, que descubramos tu amor en la vida cotidiana.

Meditación del Papa

Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros, a causa del pecado de Adán, hemos nacido “ciegos”, pero frente a la fuente bautismal hemos sido iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que hemos sido llamados. En Él, revigorizados por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y realizar el bien. De hecho, la vida cristiana es una conformación continua a Cristo, imagen del hombre nuevo, para llegar a la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es “la luz del mundo”, porque en Él "resplandece el conocimiento de la gloria de Dios" que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. [...] Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo aquello que amenaza su realización plena. (Benedicto XVI, 3 de abril de 2011).

Reflexión

Los discípulos tenían miedo como también nosotros tenemos miedo de afrontar los desafíos del día a día. Su atención estaba centrada más en el resolver las cuestiones y problemas del momento y no tanto en mirar al Maestro que siempre estaba con ellos.
¿Teniendo ojos no veis y oídos no oís? Les replica el Señor. Están con Dios y aún así sus ojos se centran en otras realidades y dudan del poder infinito del Señor. Habían visto los milagros y su poder pero prefieren poner la confianza en sus propias fuerzas humanas. Jesús ya se los había dicho: Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura (Mt 6,33). Pero les faltaba confiar. Muchas veces afrontamos las dificultades sin mirar al Señor que siempre está con nosotros y quiere ayudarnos. Qué fácil es caer en el cansancio y el tedio cuando afrontamos solos las luchas de cada día.
Miremos al Señor y pongamos nuestras angustias y alegrías en Él. Lo que más le duele a Cristo es que dudemos de su amor. Él nunca se va a cansar de acompañarnos y demostrarnos su amor. Tal vez no sabemos ver, al igual que los discípulos, esos milagros y continuas muestras de amor que tiene con nosotros. Hagamos nuestra esa llamada de atención que le hace Jesús a sus apóstoles ¿Teniendo ojos no veis y oídos no oís?... Dios está con nosotros y solo busca que seamos felices. Confiemos en Él.

La confianza en el amor de Dios por cada uno de nosotros en particular es la causa y la fuente de la verdadera alegría porque nos sentimos realmente hijos amados y predilectos de Dios. Busquemos en nuestras vidas ser reflejo del amor a Dios. Transmitamos la alegría de sabernos hijos amados de Dios a todos los que nos rodean sin importar lo poco o mucho que nos agraden los demás.

Propósito

Buscaré siempre descubrir las muestras de amor que Dios me tiene para acrecentar mi confianza y amor en Él.

Diálogo con Cristo

Jesús, no permitas que dude de tu amor. Sabes bien lo débil que soy y lo fácil que olvido el infinito amor que me tienes. Tómame de la mano y ayúdame a afrontar las dificultades cotidianas sabíendo siempre qué Tú estás conmigo y nunca me dejarás sólo.



“Debes entonces decirle: " Señor, soy tuyo. Puedes hacer conmigo lo que quieras". Esta es, hermano, nuestra fuerza y ésta es la alegría del Señor” (Madre Teresa de Calcuta)

Cómo mejorar tu oración con un cambio de vocabulario


Revisa tu vocabulario y está atento para usar el "quiero" en vez del "tengo que" en tu vida de oración y en todo; verás la diferencia.
Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com
Te habrá sucedido que asumes un compromiso y luego no tienes ganas de hacerlo. Tu actitud: "tengo que hacerlo porque no me queda más remedio", pero vas de mala gana.

A mí se me acaban las fuerzas por la noche. Hacia las 9.30 de la noche tengo mucho sueño y no puedo más. Desde que entré a la vida religiosa asumí el compromiso de hacer una hora de adoración a Cristo Eucaristía los jueves por la noche, además de la media hora de adoración eucarística que tenemos todas las noches en mi comunidad. Debo confesar que siempre me ha resultado un compromiso pesado. Me entra mucho sueño y a veces siento que la hora se vuelve eterna.

Tal vez algún día hayas sentido lo mismo con la misa dominical, o con tu meditación diaria, o con el rezo del rosario. Llega el domingo y: "¡Qué flojera ir a misa! Preferiría quedarme en la casa viendo un partido o una película y luego hacer un poco de deporte" Y vas a misa, porque todo cabe si te organizas, pero tu actitud no fue la mejor. Y seguramente tampoco la aprovechaste ni la disfrutaste igual de bien.

Cuando Jesucristo convocó a sus apóstoles en la última cena les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros" (Lc 22, 15) Su pascua era el sacrificio de su propia vida, la hora de su muerte. Y dijo: ¡cuánto he deseado este momento! Y sabemos que la oración en Getsemaní, en que pasó miedo y angustia y sudó gotas de sangre por el sufrimiento moral que llevaba dentro, fue algo terriblemente doloroso para Jesús. Lo que él deseaba era dar amor, salvarnos, hacer la Voluntad de su Padre, y eso lo quería con toda determinación.

Una cosa es no tener ganas o no tener fuerza, otra cosa es no quererlo. En el fondo te gusta porque lo quieres. Entonces interviene el cambio de actitud y la fuerza de voluntad: poner amor, como lo hizo Jesucristo en la cruz.

"La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar." (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2650)

No se trata de un lavado de cerebro personal, sino de poner delante de sí mismo las motivaciones por las cuales se hacen las cosas y adoptar una actitud positiva ante las responsabilidades.

Un cambio de vocabulario puede mejorar notablemente tu actitud. Lo he experimentado en carne propia a partir del momento en que los jueves por la tarde, al recordar que era jueves y tenía hora eucarística, comencé a decirme a mí mismo: "Qué bueno, hoy es jueves, esta noche quiero estar una hora adorando a Cristo Eucaristía". Ya no "tengo que" sino "quiero". Mi actitud fue muy diferente y comencé a disfrutarla y aprovecharla mucho más. Ahora se me hace corta y realmente espero que lleguen los jueves.

Esto vale para la oración como vale para las clases en la universidad, ir a recoger a los niños a la escuela, el trabajo, visitar a los abuelos... todo.

La actitud positiva es como la base del iceberg. Si haces las cosas de buenas las harás mejor.

Revisa tu vocabulario y está atento para usar el "quiero" en vez del "tengo que" en tu vida de oración y en todo; verás la diferencia

domingo, 12 de febrero de 2012

 Señor, hoy he buscado Tu Rostro
Señor, ¿dónde estás? ¡quiero verte! Una y mil veces repito lo mismo pero... ¿por qué no encuentro respuesta?
Autor: Cortesía Marcelo Bravo | Fuente: Catholic.net

En una ocasión un joven tuvo el deseo de subir a la cumbre de una montaña pues pensaba que ahí podría ver el rostro del Señor.

Preparó todo lo necesario, y un día al amanecer empezó su gran aventura; al llegar a las faldas de la inmensa montaña se topó con un anciano que vivía en una pequeña y vieja cabaña; éste al verlo le preguntó: “¿dónde te diriges con tanta prisa y entusiasmo?”.

El joven contestó: “A la cumbre de ésta montaña, pues en ella espero ver el rostro del Señor”.

El anciano le dijo: “Porque no te quedas un momento conmigo y me ayudas a reparar mi cabaña pues se está cayendo y como ves yo ya soy muy viejo y no puedo solo, y al terminar reanudas tu aventura”.

El joven contestó: “Disculpe, anciano, pero no puedo, se me hace tarde, pero al bajar con gusto le ayudaré”.

Después de un par de horas el joven llegó a la cumbre de la montaña, y con gran ánimo gritó: “Señor, ¿dónde estás? ¿quiero verte? ¿dónde estás?”, una y mil veces repitió las mismas preguntas pero no hubo respuesta alguna. El joven al ver su fracaso se retiró del lugar tristemente.

En su camino de regreso pasó de nuevo junto a la cabaña, que estaba completamente deshecha y el anciano ya no se encontraba en ella. Él sin darle mucha importancia, continuó su camino.

Al poco rato, encontró una iglesia y decidió entrar en ella y dialogar lo sucedido con el Señor. Ya frente al Sagrario exclamó: “Señor, esta mañana he buscado tu rostro y no lo encontré”. Y el Señor contestó: “Hoy, yo también te pedí ayuda...y no la encontré”