José
y María se miran, abundantes lágrimas caen por sus mejillas, se abrazan
y abrazan al niño. Es la noche más larga, más atroz, más cruel, que les
ha tocado vivir a ambos.
Autor: Maía Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Existen, en nuestra vida, dolores que nos resultan
incomprensibles, atroces, injustos y, sobre todo, inmerecidos. Pero,
sea cual fuere la reacción que tengamos frente al dolor, él sigue allí, y
nos atraviesa el alma como una afilada espada. Hoy mi dolor y mi
tristeza no me dejan verte, María, como ansía mi corazón, pero sé que
estas allí, aunque no pueda sentirte, estas detrás de mi dolor para
sostenerme, para transformar el llanto en camino hacia al Padre.
- En profecía cumplida... -dices a mi corazón, mas, no comprendo.
- Hoy
voy a hablarte de esos dolores incomprensibles que desgarran el alma y
que luego, por la misericordia de Dios, se transforman en camino.
-
Háblame Señora, que mi alma tiene tanta sed de tu compañía. Mi alma
ansía caminos que no encuentro en la oscuridad de esta noche
demasiado larga.
- Yo conozco bien las noches largas. Te
hablaré de una en especial, que me pareció eterna. De una noche
anunciada, tan anunciada como la nochebuena, pero olvidada luego por
muchos y, lo que me desgarra el alma, una recordación tomada hoy, por
tantos, como excusa para bromas.
Esta vez temo seguirte, no
sé si tendré valor, pero igualmente me llevas...me llevas... y estamos
nuevamente en el recinto de Belén. Vemos como José está despidiendo a
tres extraños extranjeros que le habían llevado a tu hijo oro, como
símbolo de su dignidad y gran valor, incienso, como símbolo de su
comunión con Dios y mirra, para preparar el aceite sagrado de su unción.
Tres extraños venidos de lejanas tierras siguiendo una estrella, tres
extraños que, buscando al Rey de la Vida, fueron a preguntarle a un rey
embriagado de poder, el camino para
hallarlo.... y, sin quererlo, despertaron en él fantasmas olvidados...
la profecía, la profecía de Belén...
Los extranjeros, que el
mundo llamará más tarde los tres Reyes Magos, parten a su tierra por
otro camino, evitando pasar cerca del palacio de Herodes, quien los
aguarda como un tigre al acecho, para saltar sobre el pequeño Rey
desconocido que amenaza su seguridad.
Entramos a la precaria
vivienda. José nos sigue y comienza a trabajar, pues el dueño de la
finca le había encargado unos arreglos y le pagaría un buen precio por
ellos. José tiene los pies sobre la tierra, sabe que debe alimentar a su
familia y para ello sólo conoce un modo: su trabajo.
Tu, María,
te dispones a preparar la cena. José no aparta la mirada de su labor,
pero es evidente que sus pensamientos están en otro sitio, quizás detrás
de los muros de un
palacio, tratando de leer los pensamientos de un hombre fuera de sí, mas
nada te dice. La cena transcurre en paz. La presencia de esos hombres y
sus obsequios han dejado más preguntas que respuestas...¿Quiénes eran?
¿Por qué habían venido? ¿Cuál era el real significado de su presencia?
... quizás representan a todos aquellos que no pertenecen al pueblo de
Israel y para cuya Salvación también ha venido este niño. Demasiados
acontecimientos y pocas explicaciones. La pareja se dispone a descansar
pues al día siguiente deberán iniciar el camino hacia Jerusalén, para
realizar la purificación de María, tal como lo establece la Ley.
Yo
estoy allí, con ellos, no puedo dormir, siento miedo... conozco la
historia... la he escuchado mil veces de labios de los sacerdotes. La he
leído, pero no es lo mismo estar... estar... y todos, de alguna
manera, alguna vez en la vida, también estamos dentro de esta
historia... sólo que, enceguecidos por nuestro propio dolor, no nos
damos cuenta.
A la mañana siguiente parten hacia Jerusalén, María
me hace señas de que los siga. El camino es largo, el niño, pequeño
aún. El animal que nos acompaña va cargado de las pocas pertenencias de
los padres y, en su mayor parte, de los pañales y ropita del bebé,
recibida generosamente de la esposa del dueño del pesebre.
Luego
de la ceremonia del Templo volvimos a Belén, José se nota nervioso... no
como quien desconfía de la protección de Dios, sino como un padre
responsable que sólo desea actuar correctamente y no sabe cómo, pues
presiente que Herodes no ha olvidado la presencia de los extranjeros, ni
se quedará quieto ante lo que él considera una amenaza.
Durante
los
siguientes tres días la familia se dedica a organizar el retorno a
Nazaret. José termina sus trabajos pendientes, consiguiendo de esta
manera dinero para el viaje y retribuyendo, al mismo tiempo, la
hospitalidad al dueño del pesebre, quien sólo pide como pago, el arreglo
de una vieja mesa labrada herencia de su padre, trabajo realizado
impecablemente por José.
Los planes del Señor y nuestros propios
planes no van siempre por iguales caminos. La noche del tercer día no
aparenta nada en especial, sólo un cielo cargado de nubarrones
amenazantes. Hace frío, María amamanta a su niño y lo recuesta bien
calentito en la cuna hecha por su esposo, y una blanca piel de cordero
cubre las demás mantas con las que la joven madre abriga a su pequeño.
El matrimonio cena al tiempo que comenta los últimos acontecimientos.
José tiene largos silencios que inquietan el corazón de
María quien, como esposa prudente, no pregunta. Tiran las mantas en el
suelo y se disponen a dormir, yo hago lo mismo, María me besa la frente y
me dice “Valor, amiga, lo necesitarás...” es la noche de la
locura, pero igualmente me quedo dormida... lástima, no tuve el valor de
esperar despierta, como tantas veces en la vida en las que no tengo el
valor de dominar mi voluntad.
Me despiertan los gritos de José.
El hombre está sentado en el suelo, empapado en sudor, su rostro está
aterrado pero es sólo por un instante... enseguida se pone en pie, da
vueltas en el recinto tratando de ordenar sus pensamientos, seguidamente
despierta a María, la toma por los hombros al tiempo que le clama en
voz baja:
- ¡María, María! Por el amor de Dios despiértate María! - y la sacude casi con violencia.
Ella abre los ojos y se asusta...
-
¿Qué pasa, José? ¡Por Dios! ¿Por qué hablas de esa forma? ¡Jesús, Jesús! ¿Le pasó algo al niño?
-
No, pero le pasará si sigues allí acostada... María... he tenido un
sueño, que no fue un sueño en realidad... un hombre vestido de blanco me
clamaba que te tomara a ti y al niño y huyera a Egipto, pues Herodes
busca al niño para matarlo.
- ¡Matarlo!...Dios mío José, que atroz pesadilla.
- María, esposa mía ¡Nos vamos a Egipto! ¡Y nos vamos ya! ¿Comprendes? ¡Ya!.
-
¿Qué dices? José... ¿Te das cuenta la distancia que nos separa de
Egipto, que es medianoche, afuera arrecia el viento y el frío cala los
huesos?...
- María ¿Confías en mí?
- José, confío en ti
más que en nadie en esta tierra
- Entonces, amada mía, junta todo
y vámonos, los soldados se aproximan cada minuto, por cada palabra que
decimos ellos están un metro más cerca... y vienen a matarlo... y no
están jugando, pues un loco asesino les ha ordenado deshacerse de
Jesús... la pregunta es ¿Cómo lo encontraran? Mientras a ese loco no se
le ocurra... ¡Dios no puedo ni pensarlo!
- Mientras no se le ocurra matarlos a todos... - y María se estremece tanto que José debe sostenerla para que no caiga.
Yo
estoy inmóvil, hubiera querido traerles un vehículo, un helicóptero,
sacarlos prontamente de allí, pero eso pasa en las películas y esto es
la vida real. Los padres (ahora me voy dando cuenta la clase de padre
que Dios eligió para Jesús, un Hombre con mayúsculas) preparan todo
prontamente, llevan sólo lo
indispensable, deben dejar muebles, cuna, todo lo hecho por José. El oro
de los magos les permitiría establecerse en Egipto. Dios siempre tan
previsor, nos manda las pruebas y los medios para enfrentarlas. Salimos,
el viento me termina de despertar, tengo varias mantas puestas encima,
pero tiemblo como una hoja, parece que el corazón se me saldrá del pecho
en cualquier momento. Montan los animales, María me hizo un lugar en el
suyo... partimos... se ve poco, pero se ve, hay luna llena, los
nubarrones ya no están, José se encamina hacia Egipto a través de la
desértica región, apura el paso, no hay miradas extrañas que noten
nuestra presencia. El hombre anda varias horas a marcha forzada, de
tanto en tanto mira hacia atrás, con angustia, casi con desesperación.
Yo, yo estoy muerta de miedo... veo soldados por todas partes... sé de
sobra que no nos alcanzarán... pero una cosa es
leerlo y otra estar... estar...
Falta poco para el amanecer. De
pronto se escucha un galope cercano, se ve la arena removida por los
cascos del animal que se acerca, es un jinete solitario, pero se dirige,
peligrosamente, hacia nosotros. José nos recomienda calma, y no decir
el nombre del niño. Por fin llega el personaje, un hombre más bien
anciano, con la mirada perdida... loco... pobre infeliz... sólo decía:
- ¡Madres, corran, corran con sus hijos! ¡Huyan!...
José baja de su asno y se acerca al pobre hombre:
- ¿Qué le ocurre, amigo? ¿Se siente usted bien?...
-
¡Huyan, huyan mujeres con sus hijos! Sangre... muerte... niños muertos,
en todo Belén... niños degollados, atravesadas sus carnecitas por las
espadas de los soldados... no escapó ni uno... todo Belén es un grito...
solo los pequeños murieron... los
menores de dos años... ¿Por qué?¿Por qué Dios?- grita desgarradoramente
el infeliz mirando al cielo- Huyan mujeres... huyan... corran...
corran...
El pobre desquiciado comienza a cabalgar nuevamente
repitiendo el ya inútil consejo. Tanto horror le ha enloquecido. Se
pierde en el paisaje, queriendo huir de los macabros recuerdos pero no
hay lugar en donde uno pueda esconderse de los recuerdos.
José y
María se miran, abundantes lágrimas caen por sus mejillas, se abrazan y
abrazan al niño. Es la noche más larga, más atroz, más cruel, que les ha
tocado vivir a ambos. Es la noche anunciada por el profeta Jeremías:
“En
Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a
sus hijos y no quiere que la consuelen porque ya no existen”( Mt.2,18)
La
travesía dura largos días, María se
esconde muchas veces a llorar para que José no la vea... no quiere
preocuparlo, más su corazón de madre está destrozado. Recuerda la espada
anunciada por el anciano Simeón... ya ha comenzado a lastimarla.
También veo a José llorar a escondidas, es el llanto de un hombre que se
siente impotente ante la injusticia, es el llanto de un hombre justo
clamando justicia.
Las primeras casas del poblado egipcio se
divisan a la distancia. La noche larga ha terminado, el niño está a
salvo, momentáneamente.
- Amiga- dices María, mirándome a
los ojos,( mientras tus ropas y las mías vuelven a estos tiempos y el
ruido de los automóviles nos sorprende frente la parroquia de Luján, en
mi barrio) gracias por compartir conmigo esta noche, una de las más
duras de mi tiempo en esta tierra. Realmente, cuesta ver a Dios detrás
de tanto dolor, cuesta poder
encontrarlo para que nos tome de la mano, cuesta no enloquecer como ese
pobre viejo del desierto... cuesta, buena amiga, pero no es imposible,
es más, es el único camino. Dios, tras el dolor que nos causan los seres
humanos. Dios, sosteniendo. Dios, poniendo rosas sobre tantas espinas.
Dios, transformando el dolor en camino de salvación. Dios, permitiendo
que nuestra angustia ayude a otros a superar la suya. Cuando tu alma
tenga más preguntas que respuestas, más dolor del que crees poder
soportar, más soledad que compañía, más desilusión que sueños entonces,
más que nunca, búscalo; que siempre habrá un Egipto donde puedas
esconderte hasta que pase el temporal.
- Señora- y apenas si
puedo contener mis lágrimas- ¡Cuánto, cuánto me amas, cuánto me cuidas,
cuánto me enseñas! ¿Te dije ya cuánto te amo?- y me
arrojo en tus brazos y lloro por los niños muertos, lloro por mí, lloro
por la humanidad.
Mientras te alejas, y yo seco mis lágrimas, un
grupo de jóvenes pasa riéndose de uno de ellos, al tiempo que le dicen
“¡Qué la inocencia te valga! Ja,ja,ja” típico comentario de las bromas
del Día de los Inocentes.
Tengo ganas de gritar, ganas de
decirles que el origen de esa recordación es la sangre de niños pequeños
derramada por Jesús, pero siento que no vale la pena; prefiero escribir
este relato, escribirlo para que tú, después de leerlo, ya no rías con
las bromas de los 28 de diciembre. Porque si tú no ríes, si le cuentas
esta historia a un amigo y él ya tampoco ríe... entonces... entonces
algo habrá cambiado en este mundo... porque recordando a nuestros
mártires, los honramos.
NOTA de la autora:
"Estos
relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi
imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído.
Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de
revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla
de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden
exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."