viernes, 16 de diciembre de 2011

Ser lámparas como Juan el Bautista

Juan 5, 33-36. Adviento. Brillar aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales, pues recibe su fuerza y su esplendor de Cristo.
Autor: Roque Eduardo Peña, L.C. | Fuente: Catholic.net

 

Lectura del santo Evangelio según san Juan 5, 33-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre".

Oración introductoria

Señor, el día de tu llegada está muy cercano y Tú quieres que prepare mi corazón para recibirte. Ilumina, Señor, este corazón que te quiere recibir. Enséñame a ser una lámpara como Juan el Bautista, para poder iluminar a los demás hombres que marchan con miedo en las tinieblas del mundo. Los hombres buscan la Verdadera Luz, que eres Tú mismo, y Tú me llamas a ser una lámpara que lleva un poco de tu Luz. No permitas que el miedo a ser coherente o el temor a ser santo, extingan la luz que me has confiado y que estoy llamado a transmitir. Ilumina las tinieblas de mi corazón para luego poder iluminar las tinieblas de los demás.

Petición

Señor Jesús, haz que pueda experimentar tu amor por mí, para que luego pueda dar testimonio de Ti a los hombres, mis hermanos. Haz de mí un fiel testigo tuyo.

Meditación del Papa

"Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales"
De este modo, queridos hermanos y hermanas, toda vuestra existencia debe ser, como la de san Juan Bautista, un gran reclamo vivo, que lleve a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Jesús afirmó que Juan era "una lámpara que arde y alumbra" (Jn 5, 35). También vosotros debéis ser lámparas como él. Haced que brille vuestra luz en nuestra sociedad, en la política, en el mundo de la economía, en el mundo de la cultura y de la investigación. Aunque sea una lucecita en medio de tantos fuegos artificiales, recibe su fuerza y su esplendor de la gran Estrella de la mañana, Cristo resucitado, cuya luz brilla -quiere brillar a través de nosotros- y no tendrá nunca ocaso. (Benedicto XVI, Sábado 8 de septiembre de 2007)

Reflexión

En el Evangelio de hoy, Cristo nos lanza un reto: el de ser lámparas como Juan el Bautista. Lámparas que arden y brillan. ¿Cómo lograrlo? Para prender la lámpara se necesita ante todo el fuego que la va a prender. Este fuego no lo podemos hacer nosotros, es el fuego que el Espíritu Santo nos da, como el que dio a los apóstoles el día de Pentecostés. Mientras la lámpara arde, el aceite se va consumiendo, y este aceite es nuestra oración. De ella depende cuánto podrá durar el fuego encendido. Si no somos capaces de entregarnos, de dejarnos consumir por el fuego, éste se extinguirá.

Cristo nos dice además que no quería apoyarse en el testimonio de Juan, esto es comprensible, pues Juan alumbraba para invitar a la gente a la conversión, para estar listos a la hora de la llegada del Señor. El Papa nos dice que brillemos, aunque sea una chispita entre tantos fuegos artificiales, pues las lámparas de algunas personas son sólo eso, fuegos artificiales, que nos deslumbran, pero que después de un instante desparecen. En ellos, no está la Verdadera Luz.

Ahora bien, el testimonio que Cristo quiere que demos, es el de su Amor por nosotros. Ésta es la gran diferencia entre nuestro testimonio y el de Juan. Tenemos que decir al mundo que Dios nos ama y nosotros mismos debemos mostrarlo con nuestras obras. Nuestro amor por Dios debe convertirse en obras y no sólo en palabras. Hacer obras concretas de amor por Dios (actos de caridad, cumplimiento de los mandamientos...) nos exigirá algo de renuncia de nosotros mismos; pero es esta renuncia la que consume nuestro aceite y mantiene nuestra lámpara encendida. Es esta Luz del amor de Dios, la que iluminará a los hombres que viven en las tinieblas del pecado.

Propósito

Seré luz para los hombres haciendo pequeños servicios desinteresados.

Diálogo con Cristo

Señor, mañana empezaremos la novena previa de tu nacimiento, y, como sabes, lo que quiero es recibirte en mi corazón. Te pido que me des un poco de tu fuego para alumbrar mi lámpara, y sobre todo valentía, para no negarte ni una sola gota de aceite; valentía, para no esconder mi lámpara de los demás hombres. Aparta de mí las tinieblas del pecado y del miedo, y ayúdame a mantener mi lámpara siempre encendida para alumbrar la vida de mis hermanos, los hombres.



"Ustedes son la luz del mundo. No se pude ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa" (Mt 5, 14-15)

Una invitación... de Jesús

Entre las postales o los mensajes que me lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo.
Autor: P Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

 

Llega la Navidad. Para algunos, un tiempo de descanso. Para otros, momentos de inquietud: salen a la luz tensiones y problemas que uno, a veces, puede ocultar gracias al trabajo. Para los cristianos, un momento de fiesta: ¡nace el Salvador!

Para Dios, ¿qué es la Navidad? Dios no tiene tiempo, lo sabemos. Pero entró en el tiempo. Jesús sigue siendo Hombre en el cielo: cada Navidad “recuerda” que es su “cumpleaños”.

Ese día (lo hace todos los días, pero también en Navidad) mirará al mundo con cariño inmenso. Buscará, como hace más de 2000 años, a la oveja perdida. Pensará en su pueblo, en su raza, en quienes viven en Tierra Santa entre odios tristes, angustias profundas, lágrimas por los fallecidos y los ausentes.

Mirará el corazón de cada hombre, de cada mujer, para mendigar algo de cariño. Más aún, para ofrecer su Amor, para derramar bálsamos de ternura, para vendar heridas profundas, para animar buenos deseos que no acaban de hacerse realidad.

Me mirará también a mí, con mi historia, con mis penas, con mis esperanzas, con mis angustias, con mi generosidad. Querrá decirme que sintió frío porque quería calentar mi corazón egoísta, que pasó sed porque venía a darme agua viva, que conocerá el hambre porque se convertirá en el Pan que se inmola por el mundo.

Entre las postales o los mensajes que me lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo. Me invita a abrir el Evangelio, a descubrir que los pobres son llamados al banquete, a recordar que el pecador no es condenado, a vivir en la alegría profunda del perdón divino. Me buscará, aunque tenga que pasar entre abrojos, para tomarme sobre sus hombros, para llevarme nuevamente a casa, para sentarme en un banquete eterno.

Llega la Navidad. La invitación de Dios descansa sobre mi mesa de trabajo o en lo más profundo de mi espíritu hambriento de esperanzas. Es una invitación sencilla y perfumada, amable y sugestiva, bondadosa y humilde. Como todo lo que viene de Dios, que abraza a los que se hacen como niños, a los que viven con la sencillez propia de quienes se sienten muy amados.

martes, 13 de diciembre de 2011

El cumplimiento de la Voluntad de Dios


Mateo 21, 28-32. Adviento. Nuestro egoísmo hace que no acudamos a la invitación de Cristo de ir a trabajar a su lado.
Autor: Gilberto Martínez Morales, LC | Fuente: Catholic.net

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 21, 28-32

Pero ¿qué les parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Y él respondió: No quiero, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: Voy, Señor, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Jesús les dijo: «yo les aseguro que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él.

Oración Introductoria

Jesucristo, me pongo en tu presencia como el hijo que viene a trabajar en tu viña. Quiero ayudarte, aunque muchas veces te he dejado "plantado" por culpa de mi egoísmo y mi amor propio. Estoy dispuesto a demostrarte lo mucho que te quiero. Quiero cumplir tu voluntad, esa voluntad que a veces es costosa a mi naturaleza humana, pero que al ver los frutos me llena de felicidad y plenitud. ¡Cuánto me ayuda tu ejemplo de amor en el huerto de Getsemaní! Dame fuerzas para nunca negarte nada. Concédeme tenerte como el soporte y motor que me mueva a darme a mi prójimo y a cumplir la voluntad del Padre en mi vida.

Petición

Jesús, ayúdame a valorar todas las muestras de amor que me has dado, especialmente la eucaristía, y concédeme la gracia de agradecerte y demostrarte mi amor con obras.

Meditación del Papa

Continuando con la reflexión sobre el misterio eucarístico, corazón de la vida cristiana, hoy quisiera subrayar el lazo entre la Eucaristía y la caridad. Caridad -en griego «ágape»; en latín «charitas»- no significa ante todo el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lleva a entregarse a su vez al mismo Dios y al prójimo...

Nuestra respuesta a su amor tiene que ser entonces concreta, y tiene que expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención por las necesidades de todos. Son muchas y múltiples las formas de servicio que podemos ofrecer al prójimo en la vida de todos los días, si prestamos un poco de atención. La Eucaristía se convierte de este modo en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida cada día y, de este modo, renueva al mundo en el amor de Cristo. (Benedicto XVI, Ángelus, 25 de septiembre de 2005)

Reflexión

El misterio eucarístico es el corazón de la vida cristiana. La Eucaristía es el mayor acto de amor que se haya realizado en la humanidad, ya que es el sacrificio de Cristo por nuestra salvación. Es el cumplimiento de las palabras y promesas que Jesús dijo estando en el mundo. Jesús nos habló del amor “hasta el extremo”, ¡y qué amor tan apasionado me demostró al sacrificarse por mí!
Nosotros somos distintos. Muchas veces nuestro egoísmo hace que no acudamos a la invitación de Cristo de ir a trabajar a su lado. Ahora es el tiempo de decirle: “Sí, Señor, ten la seguridad de que acudiré a tu viña para ayudarte”. Necesitamos ingeniárnoslas para ver cómo podemos hacer feliz a la Persona que nos amó y ama tanto, buscando lo que más le agrada. Y lo que Cristo quiere es nuestro corazón y nuestra vida entera, para que trabajemos junto a Él en la viña de nuestro entorno social, para poder realizarnos dándonos a nosotros mismos y ayudar a los demás; dando testimonio de su amor.

Propósito

Le demostraré mi amor y gratitud a Jesucristo dando una ayuda considerable a cualquier persona necesitada.

Diálogo con Cristo

Jesús, ahora veo que Tú eres un hombre que cumples lo que prometes, y comparando todas las cosas buenas que me has dado, con lo ingrato que he sido contigo, veo que mi corazón me empuja a ir a tu viña y trabajar a tu lado. ¡Qué mejor trabajo que ayudarte Señor! Me he dado cuenta lo tonto que he sido al no querer estar contigo desde el principio. Concédeme el regalo de ser un hombre de palabra, especialmente contigo. Ayúdame a ser fiel a todas las promesas de cambio y de mejora en mi vida, y que la Eucaristía sea mi soporte cuando vea que estoy a punto de fallarte y serte infiel.


"Si fuésemos capaces de guardar los mandamientos, iríamos mejor nosotros e iría también mejor el mundo. (Juan Pablo l, Aloc. 6 de septiembre de 1978)

¿Dios tiene que hacer algo más?


No podemos pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, al modo de pensar y de sentir nuestro.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

La idea se repite hoy como en el pasado: muchos no creen en Dios porque (dicen) Dios no hace lo suficiente para darse a conocer.

En otras palabras, la falta de fe de miles de personas sería "culpa" de un Dios que no manifiesta suficientemente su presencia, su poder, su mensaje.

Algo parecido ocurrió en tiempos de Cristo. Escribas y fariseos piden un signo: "Maestro, queremos ver una señal hecha por ti" (Mt 12,38).

Al pie de la Cruz, entre burlas e insultos, los sacerdotes gritan: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: -Soy Hijo de Dios-" (Mt 27,42-43).

Después de dos mil años de historia, la petición reaparece. Frente a los males del mundo, ante las injusticias que padecen los más desamparados, en un mundo lleno de guerras, infidelidades, abortos, injusticias, ¿por qué no se manifiesta Dios? ¿Por qué no se hace más visible?

En su libro "Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI recoge la voz de los siglos que vuelve una y otra vez a exigir señales para poder dar el paso de la fe: "si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee".

No nos damos cuenta del error que cometemos con una petición como esta: pedirle a Dios pruebas según nuestro modo de pensar, según la mentalidad científica, filosófica o incluso "religiosa" de nuestro tiempo, es pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, a los modos de pensar y de sentir de las personas y de los grupos.

En el libro antes citado, Benedicto XVI muestra esta idea: "La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de Él. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo".

No podemos obligar a Dios a manifestarse según nuestras categorías. Somos nosotros los que estamos invitados a abrir el corazón y a descubrir un número incontable de señales, que van desde las maravillas del mundo creado hasta la generosidad infinita de la Muerte de Cristo para salvarnos.

Cada uno, frente a los signos que tenemos, conserva su libertad. En palabras atribuidas a Pascal, “Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer a aquellos con un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos cuyos corazones están cerrados”.

Dios no tiene que hacer algo más para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo lleguemos a conocerlo y amarlo. Somos nosotros los que tenemos que abrir el corazón y la mente para reconocerlo presente en el mundo y en la historia. Entonces el milagro de la fe se hará posible, hoy como en el pasado, en millones de personas. Y el paso a la caridad se convertirá en la culminación de un camino que nos lleva a repetir, como aquel pescador de Galilea: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).