jueves, 18 de abril de 2013


La Eucaristía: Misterio de la fe
"¡Éste es el Sacramento de nuestra fe!", el Misterio que nos inunda de sentimientos de gran asombro y gratitud.
Autor: Guillermo Juan Morado | Fuente: Catholic.net
En la celebración de la Santa Misa, justo después de la consagración, el sacerdote dice: "Mysterium fidei" ("Éste es el sacramento de nuestra fe"), a lo que el pueblo responde: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!".

El Papa Juan Pablo II evoca estas palabras, en el primer capítulo de la encíclica "Ecclesia de Eucharistia", para recordar algunos aspectos fundamentales del Sacramento. La Eucaristía es memorial del sacrificio pascual del Señor; presencia viva y sustancial de Cristo en medio de nosotros; verdadero banquete de comunión; anticipación del Paraíso, que impulsa a transformar la propia vida, el mundo y la historia.

El Sacramento eucarístico es algo más que un encuentro fraterno. Es el mismo sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. En la Cruz el Señor se ofreció a sí mismo al Padre en favor de todos los hombres. Este sacrificio, esta autodonación plena en la que resplandece el amor más grande, se hace presente en la Eucaristía.

La Santa Misa es "memorial" actualizador del único Sacrificio de la Cruz. La celebración de la Eucaristía nos hace contemporáneos del Calvario, para que Cristo una a su propia ofrenda sacrificial la ofrenda de nuestras vidas. La Iglesia contempla asombrada este "Misterio de la fe", "Misterio grande", "Misterio de Misericordia", que constituye el don mayor que el Señor nos ha dado: el don de sí mismo, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. ¡Sacrifico de la Pascua de Cristo, el Cordero Inmolado, que muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida!

El sacramento del sacrificio de Cristo implica una presencia muy especial: la presencia real y sustancial del Señor bajo las especies del pan y del vino. Por la consagración, el pan deja de ser pan y se convierte en Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino y se convierte en la Sangre de Cristo. Esta conversión es llamada muy propiamente por la Iglesia "transustanciación". El Papa recoge las palabras de Santo Tomás de Aquino, para afirmar desde la fe: "Te adoro con devoción, Dios escondido".

El sacrificio eucarístico se orienta a la comunión, a la íntima unión de los fieles con Cristo mediante la recepción de su Cuerpo y su Sangre. Por eso la Eucaristía es, inseparablemente, memorial de la Cruz y sagrado banquete de comunión, en el que Cristo mismo se ofrece como alimento y nos comunica su Espíritu.

La celebración eucarística tiene una proyección escatológica; es anticipación de la meta a la que tendemos, una pregustación de la gloria: "La Eucaristía es verdaderamente - escribe el Santo Padre - un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino" (Ecclesia de Eucharistia, 19). Por eso, la Santa Misa se celebra siempre en comunión con la Bienaventurada siempre Virgen María, con los ángeles y los arcángeles, y con todos los santos, pues en la Eucaristía se une la liturgia de la tierra a la liturgia del cielo.

Del anuncio de la muerte y de la resurrección de Cristo, en la espera de su retorno glorioso; es decir, de la Eucaristía, recibimos la fuerza para transformar nuestras vidas y para transformar el mundo y la historia, a fin de que sean conformes al designio de Dios.

"¡Éste es el Sacramento de nuestra fe!", el Misterio que nos inunda de sentimientos de gran asombro y gratitud. "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!".
Si comes de este pan, vivirás para siempre
Juan 6, 44-51. Pascua. Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía.
Autor: Ignacio Sarre | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan 6, 44-51

Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.

Oración introductoria

Señor, creo en ti. Creo que por amor te has quedado en la Eucaristía para darme el pan que me da la vida. Confío en tu planes divinos y te pido en esta oración una fe que me haga ver mucho más allá de las preocupaciones, de las tristezas, para poder caminar siempre hacia delante.

Petición

Señor, ayúdame a amarte más, a quererte más, a buscar solamente lo que a ti te agrade.

Meditación del Papa

Después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con solo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas se ha cumplido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a Él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, no escandalizándose de su humanidad; y de lo que se trata es de "comer su carne y beber su sangre", para tener en sí mismo la plenitud de la vida. [...] Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. La Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con Él. (Benedicto XVI, 19 de agosto de 2012).

Reflexión

Tenemos hambre, hambre de Dios. Necesitamos el pan de vida eterna. Quizás hemos probado otros banquetes y hemos descubierto que no sacian nuestro deseo plenamente. Pero Cristo se revela como el alimento que necesitamos, el único que puede colmar nuestras necesidades y darnos la fuerza para el camino.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que en la comunión recibimos el pan del cielo y el cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo (cfr. CIC 1355).

Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía. Cristo baja del cielo al altar, por manos del sacerdote. Viene a nosotros y espera que también nosotros vayamos a El, que le busquemos con frecuencia para recibirle, para visitarle en el Sagrario.

Es pan de vida eterna, según su promesa: Que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna. Quien vive sostenido por la Eucaristía, crece progresivamente en unión con Dios, y viéndole en este mundo bajo el velo de las especies del pan y el vino, nos preparamos para contemplarle cara a cara en la vida futura.

Propósito

Acercarme a la Eucaristía debidamente preparado y con la máxima frecuencia posible.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, me das el pan que necesito para poder vivir plenamente mi vocación. ¿Realmente «aprovecho» este sacramento? ¿Estoy consciente de que la Eucaristía no es un símbolo, que eres Tú, un Dios vivo, hecho hostia, el que voy a recibir en mi interior? Te suplico que esta meditación me lleve a contemplarte en la Eucaristía y nunca permitas que se me haga una costumbre, un rito o un hábito sin sentido.

martes, 16 de abril de 2013

Piden a Jesús una señal
Juan 6, 30-35. Pascua. La Eucaristía nos está esperando a todos los que sentimos hambre y sed en nuestras almas.
Autor: P. Vicente Yanes | Fuente: Catholic.net

 
Del santo Evangelio según san Juan 6, 30-35

Ellos entonces le dijeron: ¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo. Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

Oración introductoria

Señor Jesús, hoy me preguntas, -como a Pedro-, si realmente te amo. Junto con el apóstol te repito que ¡te quiero y te amo más que nada en el mundo! Tú lo sabes porque me conoces y siempre me estás buscando para mostrarme el camino que me puede llevar a la santidad.

Petición

Señor, acrecienta mi amor por medio de este momento de oración.

Meditación del Papa

Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero [...] Desde aquel día, Pedro siguió al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado. Del ingenuo entusiasmo de la adhesión inicial, pasando por la experiencia dolorosa de la negación y el llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y así también a nosotros nos muestra el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a nuestra debilidad. Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino hasta convertirse en testigo fiable, en piedra de la Iglesia, por estar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús. (Benedicto XVI, 24 de mayo de 2006).

Reflexión

Jesús quiso dejarnos como señal para creer en él (y sobretodo para amarle) la Eucaristía. Es lo más precioso que tenemos en la Iglesia: es Cristo mismo. No es sólo un símbolo, un adorno, un rito: es la presencia real del Señor entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Jesucristo quiso quedarse bajo forma de pan, pero dejó claro que ése es el verdadero pan del cielo. La Eucaristía es el alimento que elimina eficazmente el hambre más profunda del hombre, le comunica con Dios y le hace partícipe de su felicidad. Si deja en el alma algo de hambre, ésta sólo es de repetirlo de nuevo.

En la vida de los santos encontramos como denominador común un gran amor hacia la Eucaristía. Ellos encontraron allí, por la fe, a Jesús, el Señor de sus vidas. Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí... Jesucristo habló con suma claridad, no hay espacio para interpretaciones ambiguas. Él está en el pan eucarístico y nos está esperando a todos los que sentimos hambre y sed en nuestras almas.

Propósito

Hacer una visita a Cristo Eucaristía para agradecerle su comprensión, misericordia y amor.

Diálogo con Cristo

Señor, no permitas nunca que te llegue a negar. Que ante todos y ante cualquier circunstancia sepa ser fiel a mi fe. Para lograrlo no me canso de pedirte que me llenes con tu amor, para que siempre pueda responderte con generosidad y firmeza, especialmente en los momentos de más dificultad.
¿Miedo a la muerte? La mejor forma de estar preparados
El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos tira.
Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com

 


Dice Dios: La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad. Y que ella se sacia en verme y conocerme a mí. Gustan ya en esta vida las primicias de la vida eterna, gustando esto mismo que yo te he dicho que los sacia. ¿Cómo tienen esta garantía de la felicidad futura en la vida presente? La tienen en mi Bondad, que ven en sí mismos; la tienen en el conocimiento de mi Verdad. La pupila de la fe les hace discernir, conocer y seguir el camino y la doctrina de mi Verdad, Jesucristo, Verbo encarnado. Sin la pupila de la fe ningún alma podría ver, tal como estaría ciego el hombre cuyas pupilas estuviesen cubiertas por cataratas. La fe es la pupila de los ojos del alma» (Santa Catalina de Siena, El Diálogo, Cap. III, art. 2).

***

Todos tememos que morir. El paso de esta vida al más allá nos plantea siempre interrogantes y, aún con el don de la fe, el instinto de supervivencia nos tira. Además, la gran mayoría de nosotros ama esta tierra que tanto nos ha dado y en donde tanto hemos disfrutado, incluso en medio de los dolores que hemos pasado. Pero no obstante, es inevitable que, tarde o temprano, todos dejaremos de existir y pasaremos a «la otra orilla», la de la eternidad. La incógnita, pues, no radica en el llegar, sino en el cómo llegar y estar preparados para cuando llegue el momento.

Santa Catalina de Siena parece darnos la clave para ello cuando Dios, a través de ella, nos invita en su escrito a gozar, ya desde ahora, de lo que será el cielo; a apreciar el lenguaje de Dios ya en esta tierra.

Recuerdo que, siendo niño, mis padres nos compraron una vez un libro particular. Se trataba de imágenes que, si uno se quedaba viendo fijamente durante un rato, descubría, en tercera dimensión, una figura escondida detrás. Técnicamente se llaman autoestereogramas. Un ejemplo es la foto de este artículo:

Y he pensado que algo así nos debe suceder cuando vemos con la fe. Vivimos aquí en la tierra como en un «mundo de autoestereogramas», en donde Dios nos habla continuamente, pero en el que tenemos que fijarnos con detenimiento, acostumbrarnos a las cosas de Dios para así poder escucharle y descubrirle con más facilidad.

Pero, ¿cómo lograr esta visión de fe, esta «pupila» de la que habla Santa Catalina? La respuesta, según mi parecer, es clara: con la asiduidad. Y me explico. Si a mí me gusta un cierto tipo de música -pongamos, por ejemplo, la música clásica- cuanto más la escucho más la voy entendiendo: llego a diferenciar el estilo de Mozart del de Bach, admiro las composiciones para violín de Vivaldi o las melancólicas sonatas de Chopin. Pero si a mí lo que me gusta es el Gangnam Style, Maroon 5 o Shakira y no tengo idea de qué es una obertura, un soneto o una sinfonía, ¿cómo llegaré a apreciar la música clásica?

De igual manera, si yo no entro en contacto con Dios de modo asiduo, es evidente que no voy a entenderle ni a escucharle. Más aún: todo lo que tenga un sabor a Dios me sabrá extraño o, Él no lo quiera, incluso amargo. Y tal vez por eso la misa me resulte aburrida o no encuentre un sentido a orar de vez en cuando: no estoy acostumbrado a descubrir a Dios, no tengo «la pupila de la fe».

Y última consideración. Cuando uno logra adquirir ese gusto por la fe, uno es capaz de ver todo bajo esta óptica, incluso lo más superfluo. Y aunque se prefiera mil veces las cosas de Dios, uno aprende a ver el cielo en las cosas de la tierra; y a disfrutarlas en su justa medida. Como quien, incluso sabiendo lo que es la música clásica, también disfruta con una buena canción de pop, rock o hip hop... ¡Que sí se puede!

¿Cómo prepararnos mejor a la eternidad? Estas líneas intentan dar una respuesta a este interrogante. Acostumbremos nuestro corazón a Dios y sus cosas. «La vida eterna consiste esencialmente en poseer lo que desea la voluntad», empieza el texto de la Santa de Siena. Y es en la oración principalmente en donde vamos moviendo nuestra voluntad hacia Dios: «cuando el alma fija su mirada en el Creador y considera tanta bondad infinita como en Él encuentra, no puede menos de amar... E inmediatamente ama lo que Él ama, y odia lo que Él odia, ya que por amor ha sido hecho otro Él» (Santa Catalina de Siena, Carta 72). La oración nos identifica con el Corazón de Cristo, con su querer, con su amor. Y entonces podremos decir que, llegue cuando nos llegue la muerte, la veremos con entusiasmo... ¡incluso en medio del miedo natural que podamos sentir!

domingo, 14 de abril de 2013

Jesús resucitado con sus discípulos
Juan 21, 1-19. Pascua. Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él.
Autor: P . Sergio Córdova | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: "Voy a pescar." Le contestan ellos: "También nosotros vamos contigo." Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: "Muchachos, ¿no tenéis pescado?" Le contestaron: "No" El les dijo: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis." La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: "Es el Señor", se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: "Traed algunos de los peces que acabáis de pescar." Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: "Venid y comed." Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres tú?", sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos." Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas." Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: "¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas. "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras." Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

Oración preparatoria

Señor, Pedro te amó mucho, pero no fue fiel en tu Pasión porque el miedo lo dominó. A pesar de su caída, Tú no sólo le perdonas su traición sino que lo nombras pastor de tus ovejas. Confiado en tu misericordia hoy me acerco a Ti en esta oración, porque eres Tú la fuente de todo bien. Ayúdame a reconocer tu presencia en mi vida y a ser dócil a tus inspiraciones.

Petición

Señor, que nunca desconfíe de tu amor y misericordia.

Meditación del Papa Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas, toda la vida del venerable Juan Pablo II se desarrolló en el signo de esta caridad, de la capacidad de entregarse de manera generosa, sin reservas, sin medida, sin cálculo. Lo que lo movía era el amor a Cristo, a quien había consagrado su vida, un amor sobreabundante e incondicional. Y precisamente porque se acercó cada vez más a Dios en el amor, pudo hacerse compañero de viaje para el hombre de hoy. [...] En la homilía con ocasión del XXV aniversario de su pontificado, confió que en el momento de la elección había sentido fuertemente en su corazón la pregunta de Jesús a Pedro: "¿Me amas? ¿Me amas más que estos...?"; y añadió: "Cada día se repite en mi corazón el mismo diálogo entre Jesús y Pedro. En espíritu, contemplo la mirada benévola de Cristo resucitado. Él, consciente de mi fragilidad humana, me anima a responder con confianza, como Pedro: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero". Y después me invita a asumir las responsabilidades que él mismo me ha confiado". Son palabras cargadas de fe y de amor, el amor de Dios, que todo lo vence. (Benedicto XVI, 29 de marzo de 2010).

Reflexión

Tuve la oportunidad de estar en Sicilia por motivos pastorales. Me encontraba de misión cerca de Messina, y tuve que desplazarme en dos ocasiones al corazón de la isla, a un pueblito de montaña llamado Troína. En menos de una hora se sube desde el mar hasta la alta montaña, a unos 1,600 metros de altitud, no muy lejos de las estribaciones del Etna. Durante el invierno esta zona se cubre de nieve. Al llegar al altiplano, nos cogió una densa niebla que apenas se veía a unos cuantos metros.

Seguramente habrás contemplado en más de una ocasión los cuadros de Leonardo. Este gran maestro de la pintura renacentista rodea sus paisajes de una nebulosa sugestiva, allá en la lontananza; paisajes típicos de la Umbría, región de Italia frecuentemente cubierta de niebla. A esa técnica pictórica leonardesca se le dio el nombre de "sfumato".

Juan Rulfo -famoso novelista mexicano del estado de Jalisco, autor de "Pedro Páramo" y "El llano en llamas"- escribió en un estilo muy realista, incorporando elementos fantásticos y míticos en su narración. En sus páginas, la visión directa de las realidades más brutales convive de forma fascinante con lo misterioso, lo alucinante y lo sobrenatural. Narra acontecimientos humanos, a veces muy violentos, envolviéndolos como entre sombras, más típicas de los sueños y de las pesadillas que de la realidad. Por eso, los críticos de la literatura han calificado su estilo de "realismo mágico".

¿Y por qué traigo ahora a colación estas tres experiencias: una de la vida real, otra de la pintura y otra de la literatura? Espero que no sea irreverente lo que voy a decir, pero esto es lo que yo he experimentado esta vez al leer el Evangelio de este domingo. Y, en general, también los demás pasajes en los que se nos narran las diversas apariciones del Señor resucitado a sus discípulos. Claro que no es exacto. Pero he tratado de expresar, en la medida de lo posible, algo de mi experiencia personal. Voy a ver si puedo explicarme.

San Juan nos narra en su evangelio la tercera aparición de Jesús a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. Tiene muchos rasgos comunes con la primera pesca milagrosa que obró el Señor, en este mismo lago, allá al principio de su vida pública, cuando conquistó el corazón inquieto de aquellos pescadores: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Milagro que nos narra Lucas en el capítulo 5 de su evangelio.

Sin embargo, el ambiente descrito es muy distinto. La primera pesca milagrosa refleja un entorno colorido y vivamente realista. Casi hasta podemos ver el verde de las colinas de la Galilea y el mar intenso del mar de Tiberíades. Mientras que éste de ahora -en mi propia percepción, al menos- respira una atmósfera especial, como si estuviera envuelto en un halo sobrenatural, de misterio y de misticismo. Efectivamente, ¡así como los paisajes de Leonardo! O como esa experiencia de estar en medio de la niebla.

Los discípulos han ido a pescar. Han bregado toda la noche. En vano. Como aquella primera pesca descrita por Lucas. De pronto, al amanecer, se presenta Jesús en la ribera del lago, a lo lejos, y les dice que echen la red a la derecha. Ellos obedecen, esta vez sin protestar, y capturan una cantidad inmensa de peces. Pero ahora ya no se admiran ni se postran a los pies de Jesús como entonces. Y, a pesar del milagro, siguen sin reconocer al Señor hasta que Juan, el apóstol predilecto, movido por la intuición propia del amor -que no por la visión corporal- exclama: "¡Es el Señor!". Pero siguen sin reconocerlo, como si estuviera envuelto en una densa niebla que ocultara su rostro.

Más significativa aún es la frase que aparece un poco más adelante: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era -añade san Juan- porque sabían bien que era el Señor". ¿Cómo es posible? ¡Lo tienen enfrente y siguen aún sin reconocerlo! Lo mismo que le sucedió a la Magdalena en el huerto la mañana de Pascua; lo mismo que les aconteció a los discípulos de Emaús; exactamente igual a lo que les pasó a los once en el Cenáculo. Lo estaban viendo, lo tenían delante... ¡y no eran capaces de reconocerlo! ¿Por qué?

A esto me refería yo cuando decía que era una especie de realismo sobrenatural, místico, -o "mágico" si queremos- en donde se mezcla lo visible y lo invisible en una misma realidad. Ven y no ven. Miran y no reconocen. Es esa especie de incerteza de "si será o no será el Señor"; ese titubeo de querer preguntar a Jesús si es Él en verdad; pero, al mismo tiempo, un respestuoso temor porque, en el fondo, saben que es Él...

Es una sensación muy extraña, pero estoy seguro de que todos la hemos experimentado en más de una ocasión. Sentimos presente a nuestro Señor en la oración, pero dudamos si es realmente Él, aunque la fe y el corazón nos invitan a no temer, sabiendo que es realmente Él. O cuando lo sentimos actuar en nuestra vida de mil maneras distintas: en un amanecer, en una experiencia hermosa, en una amistad, en un gesto de cariño o en una palabra de consuelo, en una bella sorpresa, en la solución inesperada de un problema... Sabemos que es Él, aunque no lo vemos con los ojos corporales.... ¡Así es la relación de Cristo con nosotros desde su resurrección de entre los muertos! Por eso quiso educar a sus apóstoles a vivir desde entonces en esta nueva dimensión.

Yo creo, en definitiva, que estas narraciones pascuales reflejan muy bien nuestra vida cristiana: tenemos que avanzar casi sin ver, como entre sombras, guiados sólo de la FE en Cristo resucitado y animados de una grandísima esperanza y de un amor muy encendido a Él. Es la única manera como podemos relacionarnos con Jesucristo desde que Él resucitó de entre los muertos. Y el único camino para poder "verle", experimentarle, gozar de su amor y entrar en su eternidad ya desde ahora, sin salir de este mundo. Pidámosle hoy esta gracia.

Diálogo con Cristo

Señor, sé que cuando me has pedido algo, me has dado la gracia para responder. Ayúdame a no dejar que la pereza o la irresponsabilidad me impidan cumplir tu voluntad. Tú me invitas a darme con una entrega generosa, total, radical, constante, auténtica, conquistadora y sacrificada; cuenta conmigo, Señor; con tu gracia todo es posible.

Propósito

Preferentemente en familia, hacer unos minutos de adoración ante Cristo Eucaristía.