sábado, 19 de noviembre de 2011

No es un Dios de muertos


Lucas 20, 27-40. Tiempo Ordinario. No buscar la felicidad en la tierra, tener los ojos puestos en la eternidad.
Autor: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net
Lucas 20, 27-40


En aquel tiempo se acercaron a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer. Jesús les dijo: Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. Algunos de los escribas le dijeron: Maestro, has hablado bien. Ya no se atrevían a preguntarle nada.

Oración introductoria

Señor, Tú eres un Dios de vivos no de muertos, por eso te pido que me muestres en esta oración cómo puedo aprovechar cada minuto de mi vida para crecer espiritual y apostólicamente, camino seguro para alcanzar la santidad.

Petición

Dios mío, hazme poner toda mi esperanza y esfuerzo en alcanzar el cielo.

Meditación del Papa

¿De verdad queremos esto: vivir eternamente? Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre -sin fin- parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable. Esto es lo que dice precisamente, por ejemplo, el Padre de la Iglesia Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto Sátiro: “Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio [...]. En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia”. Y Ambrosio ya había dicho poco antes: “No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación” (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, n. 10).

Reflexión

La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).
Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.

Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.

Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar una familia. Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de diálogo íntimo... Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.

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