viernes, 15 de julio de 2011

Yo quiero misericordia y no sacrificios


Mateo 12, 1-8. Tiempo Ordinario. Jesús, soy tu instrumento; úsame para saciar el hambre y sed de tantas almas alejadas de ti.
Autor: H. Stefan Wise | Fuente: Catholic.net

Evangelio


Lectura del santo Evangelio según san Mateo 12, 1-8

En aquel tiempo, Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado». Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes? ¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: “Yo quiero misericordia y no sacrificios”, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado».

Oración introductoria

Jesús, tú me conoces muy bien; sabes que no soy digno de estar en tu presencia, pero quiero pasar unos minutos contigo. En esta meditación, ayúdame a acercarme más a ti, a conocerte más y ser más como tú. Pongo en tus manos a todas las almas que me has encomendado.

Petición

Jesús, soy tu instrumento; úsame para saciar el hambre y sed de tantas almas alejadas de ti.

Meditación

Jesús en este evangelio nos invita a fijar la mirada en una realidad impresionante: el hambre. Pero no es el hambre que sentimos después de un largo día de trabajo o después practicar un deporte durante varias horas. Se trata del hambre que mucha gente no reconoce: la felicidad. Cuántos de nosotros deseamos una vida más profunda. Tenemos hambre de Dios porque él nos creó para sí mismo. Quisiéramos amar más y ser más amados. Quisiéramos ser más felices y ver a los demás felices.

Jesús mismo es el secreto de nuestra felicidad: él nos sacia. Es el pan que sacia un hambre espiritual que percibimos con poca facilidad. Cuando estamos con él, cuando pensamos en él, cuando lo amamos con actos concretos de amor, entonces nuestra vida tiene sentido y es cuando estamos alegres.

Reflexión Apostólica

Cuando los fariseos juzgan a los discípulos de Jesús, sale a su encuentro y les defiende. «Yo quiero misericordia y no sacrificios». Hay tantas almas que no conocen a Jesús, quieren algo más en su vida, sufren porque no saben de dónde vienen ni a dónde van. Cuántas almas podemos ayudar simplemente dando testimonio de la vida que llevamos, de nuestra alegría, nuestra sonrisa o nuestros actos de caridad.

Propósito

Encomendaré en un momento de silencio a mis conocidos que están alejados de la fe.

Diálogo con Cristo

Señor, gracias por ser mi amigo, pero este don es demasiado grande para mí. Quiero compartirlo con todos mis conocidos. Eres el sentido de mi vida, un sentido que quiero entregar a mis amigos. Soy verdaderamente feliz; quiero dar testimonio de mi alegría a mis familiares. Poseo la felicidad duradera; daré una sonrisa a todos los que están tristes. Tú sacias mi hambre; sacia el hambre de mis almas.


«Los grandes éxitos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente las condiciones de vida de la humanidad, no ofrecen soluciones a las preguntas más profundas del espíritu humano. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, puede saciar la sed de verdad y de felicidad de nuestro corazón» (Benedicto XVI).

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